Opinión

Lo que le ocurre a un político cuando habla en gallego

Feijóo buscará repetir el éxito de Rajoy en 2011: ganar municipales y locales y llegar a Moncloa
Mariano Rajoy y Alberto Núñez Feijóo. Europa Press

El individuo que nace en Orense de padre funcionario y madre ama de casa, nariz corva, pelo ensortijado y talla módica resulta ser ambilingüe de gallego y castellano. Podría ser monolingüe de castellano, pero nunca de gallego. En realidad, la lengua que más usa la ciudad es el castellano.

El gallego de los políticos delata la hispanización. Sé que tengo que acostumbrarme, porque el respeto a todo modo de hablar debe inspirar el comportamiento, pero no puedo ocultar que el habla culta gallega suena a falso porque el gallego ha sido tradicionalmente una lengua aldeana e infrecuente en las ciudades, y el español la lengua vehicular de la cultura, lo cual no rebaja la calidad de la literatura gallega, la oral y la escrita.

Unas lenguas necesitan apoyo, otras no. El romanche es una de las cuatro lenguas oficiales de Suiza. Quienes lo heredan en familia quedarían aislados del resto del país y del mundo si solo hablaran romanche. Por eso hablan también alemán. Los hablantes suizos que tienen como lengua materna el alemán, francés o italiano son, sin embargo, monolingües, incluso los nacidos en la ciudad fronterizo-lingüística de Friburgo, donde unos hablan solo alemán y otros solo francés. No necesitan el ambilingüismo porque con el alemán o el francés en solitario cubren las necesidades familiares y culturales. Si el romanche hubiera tenido la oportunidad de desarrollarse en ámbitos de cultura, pensamiento, técnica, ciencia y otros campos del desarrollo, tal vez sería hoy lengua de usuarios monolingües. Como no fue así y es difícil que ya pueda serlo, sus hablantes necesitarán una lengua de apoyo.

Si la nueva generación no aprende gallego, catalán o vasco, con el castellano se cubre todo, salvo la obligación totalitaria de aprenderlo en la escuela y utilizarlo en la administración

Nadie elige, ni en Suiza ni en el mundo, a los padres que lo engendran, ni la ciudad donde nace, ni el color de la piel, ni los rasgos de belleza, ni la forma de los ojos, nariz, labios, rizos del cabello, estatura, perímetro de la cintura, y tampoco la lengua o lenguas que necesita.

Es sabido, por quienes nos dedicamos a esto, que hablantes de tártaro, y también de catalán o vasco, prefieren olvidar la lengua de sus antepasados y transmitir a sus hijos el ruso o el español. Y los de galés se inclinan por el inglés y los de napolitano por el italiano. Otras muchas familias, no sabemos cuántas porque no aparece en las encuestas, prefieren seguir transmitiendo el catalán o el vasco, pero ignoramos la proporción. Lo que queda en evidencia es que, si la nueva generación no aprende gallego, catalán o vasco, con el castellano se cubre todo, salvo la obligación totalitaria de aprenderlo en la escuela y utilizarlo en la administración.

Poseer dos lenguas y utilizarlas a diario es un rasgo que se adhiere a la personalidad. Hay hablantes monolingües de inglés, español, francés o ruso y una docena más de lenguas, y el resto son ambilingües, tipo vasco-español, catalán-español, bretón-francés, calabrés-italiano… Es verdad que hubo y puede haber catalanófonos y vascófonos y gallegófonos monolingües, claro que sí. Se da en hablantes de alguna manera aislados que no tienen acceso a la variedad de libros, cine, televisión e información en redes tan abundante en castellano. De hecho, que yo sepa, y afortunadamente, ya no existen.

Las lenguas no se identifican con los territorios, ni son exclusivas de una nación o estado. Son códigos que trasmiten la cultura, pero no son la cultura en sí mismas cuando carecen de hablantes monolingües

La cultura catalana, gallega y vasca viaja, por tanto, con dos lenguas, de la misma manera que la cultura siciliana va con la italiana, y la tártara con la rusa. Ahí están los escritores vascos, catalanes y gallegos que no dudaron en la lengua en la que tenían que escribir. Baroja y Unamuno, Carmen Laforet y Juan Marsé, Cunqueiro, que también lo hizo en gallego, y Torrente Ballester

Las lenguas no se identifican con los territorios, ni son exclusivas de una nación o estado. Son códigos que trasmiten la cultura, pero no son la cultura en sí mismas cuando carecen de hablantes monolingües. Kundera se dio a conocer en Francés y no en checo. El polaco Joseph Conrad, uno de los grandes prosistas de las letras británicas, aprendió inglés de mayor y jamás lo pronunció bien. El irlandés Samuel Beckett escribía sus obras indistintamente en inglés y en francés, y la obra del rumano Eugene Ionesco fue escrita en francés. El ruso Vladímir Nabokov escribió en inglés.

El catalán nada tiene que ver con Gaudí ni con Pau Casals salvo que lo hablaban, pero sobre todo hablaban español y se habían formado leyendo en español. El catalán es ajeno a las piedras de la catedral, que son unidades como las de las pirámides de Egipto, y a las notas de El cant dels ocells, compuesto en el mismo lenguaje musical de Mozart, que no hablaba catalán ni castellano. Las lenguas son meros instrumentos, medios, y no fines en sí mismas.

El catalán, que es una lengua interesantísima y que pertenece a ese grupo de seis mil lenguas del mundo y docenas de lenguas románicas, digámoslo claro, también puede servir para cerrar puertas

Dicho esto, el nacionalismo extremista cuenta con dos inteligencias fundadoras, don Sabino Arana y don Pompeu Fabra, ejemplos, ambos, de hispanofobia. Y por la extrema izquierda, ejemplos, además, del más despreciable de los radicalismos, que incluye la discriminación lingüística. “Para quienes ambicionan el poder – escribió Tácito – no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”.

Las lenguas corren caminos diversos. Unas se generalizan, otras se minimizan. Fuera del ámbito familiar o de amistades, el catalán, lengua que merece todos los respetos, pero también toda la honestidad, no presta servicio a los castellanófonos que lo aprenden, por eso su aprendizaje no puede dominar. El catalán, que es una lengua interesantísima y que pertenece a ese grupo de seis mil lenguas del mundo y docenas de lenguas románicas, digámoslo claro, también puede servir para cerrar puertas, para trabar la comunicación, pues todos sus hablantes tienen como propia otra lengua universal, el español.

Conocemos las lenguas que necesitamos. No existe posibilidad de que un individuo necesite hablar catalán, ni vasco, ni gallego, salvo si lo obligan a aprenderlo en la escolarización o para darle un empleo público, si bien toda imposición en el aprendizaje es contraria a natura, al derecho a elegir y a la libertad de expresión.