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Opinión

El nuevo gobierno Frankenstein: la economía y la empresa

Pedro Sánchez a la salida del Congreso tras su investidura
Pedro Sánchez a la salida del Congreso tras su investidura EFE

Ya tenemos aquí una nueva edición corregida y aumentada de Frankenstein. Un gobierno todavía más inestable que el anterior y que nace de manera indigna (aunque legítimo de origen) y promoviendo la desigualdad entre personas y entre CCAA. Dependiente de una multitud de partidos y partidillos, en un espectro que abarca desde el ex terrorismo, pasando por el comunismo, hasta la derecha rancia del PNV y la extrema derecha de Puigdemont. Que exigirán a Sánchez concesiones ¡¡en cada medida!! que quiera aprobar. Desde luego, no resultará nada sencillo gobernar y no cabe esperar ninguna de las grandes reformas necesarias para el país, al haber apartado del consenso al gran partido de la oposición. Es más, todo apunta a que va a ser un gobierno profundamente dañino para la actividad empresarial y económica. Porque la inestabilidad no sale gratis.

Empezando por el mundo de la empresa, y sin ánimo de agotar las múltiples amenazas anunciadas que se ciernen en el horizonte, algunas son:

-En el ámbito laboral, la reducción de la jornada sin tocar el salario supondría una menor productividad y un encarecimiento del factor trabajo; la elevación del salario mínimo, tras las fuertes alzas recientes, conlleva un negativo impacto sobre los trabajadores menos cualificados y los jóvenes; y si suben los costes de despido, ya entre los más elevados en las economías europeas, disminuye la demanda de trabajo. Todo ello atenta contra el empleo y resulta contraproducente, máxime cuando nuestra tasa de paro dobla la europea y la creación de empleo se está desacelerando. Aparte de ir en la dirección contraria a la flexibilidad necesaria para poder competir en la economía mundial.

-En el ámbito fiscal, van a imponer la prórroga e incluso elevación de los nuevos impuestos sobre los ingresos ordinarios (aunque lo llaman beneficios extraordinarios) de bancos y energéticas, “vendidos” como temporales. Además, nos anuncian un mínimo del 15% en el impuesto de sociedades calculado sobre el resultado contable, no sobre la base imponible. Esto es estrambótico y grava dos veces los beneficios obtenidos en el exterior por las entidades multinacionales españolas. Todo ello, ralentizará la actividad económica y disminuirá el ahorro dentro de nuestras fronteras.

-Luego tenemos el intervencionismo empresarial. Buscan controlar empresas usando a la SEPI como brazo ejecutor para tomar participaciones con dinero público, condicionar su trayectoria y colocar a sus peones políticos. Lo han hecho de manera descarada, por ejemplo, en Indra y amenazan con hacerlo en Telefónica y quién sabe dónde más…

-En una línea parecida se inscribe la irrupción pretendida de los sindicatos en los Consejos de las empresas, con el doble objetivo de condicionar la política laboral y de buscar colocación bien remunerada a sus dirigentes.

-Y, por último, quizás lo más aberrante de todo lo que hemos visto hasta ahora es la exigencia de los extremistas de Junts: pretenden que se castigue a las empresas cuya sede social sea diferente que su centro operativo, aplicándolas sanciones. Es el colmo del totalitarismo en relación con el mundo empresarial, que intenta minimizar el impacto de los riesgos creados por esos mismos políticos, y proteger los intereses de sus accionistas. Lo malo es que Sánchez es capaz de ceder…

Queda así atrás el rebote reciente tras la pandemia, debido a que fuimos la economía que peor se había comportado y que más tarde se había recuperado

Pero si las empresas tienen motivos muy claros para temer al gobierno, la macroeconomía no le va a la zaga.

De momento, el entorno que viene es peor que el reciente y la economía europea va a vivir al menos dos años -2024 y 2025- de crecimiento bastante escaso (1,2% y 1,6% según Bruselas para la UE). Y lo mismo en España, donde en 2024 nadie prevé ya llegar al 2% y yo me temo que sólo rondaremos el 1%. Queda así atrás el rebote reciente tras la pandemia, debido a que fuimos la economía que peor se había comportado y que más tarde se había recuperado. Ayudado por el ingente aumento del gasto público (improductivo y para comprar votos, no la inversión) y la deuda pública (el mayor aumento en la UE durante el sanchismo). Todo ello de efecto sólo a corto plazo. Los fondos europeos le cayeron a Sánchez graciosamente, pero se han gestionado de manera lenta, oscura y poco productiva. De hecho, todavía están esperando en Bruselas la lista de los principales beneficiarios de esos fondos. Frente a todo ello, las reformas liberalizadoras o racionalizadoras han brillado por su ausencia y lo que hemos tenido han sido más bien contrarreformas.

Además, en 2024 entrarán en vigor las reglas fiscales europeas que, en teoría, van a poner coto a la principal línea de actuación de Sánchez: una política supuestamente social financiada con déficit, deuda pública y los bolsillos del contribuyente. Sin embargo, un gobierno populista es incapaz de ser racional en la política de gasto. Y, adicionalmente, la condonación de deuda abre la espita para que las CCAA peor gestionadas lo sean en mayor medida aún. Así que podemos dar por seguro que se opte por aumentar aún más los impuestos. Por supuesto a las clases medias, como en Frankenstein 1 (¿seguirán sin ajustar la tarifa a la inflación?), que es donde hay capacidad para recaudar y donde acaban repercutiendo las subidas a las empresas. Y eso supondrá afectar más negativamente aún al crecimiento económico.

En definitiva, Frankenstein 2 va a profundizar en el deterioro de la productividad de la economía española, en la desconfianza en la misma, en la inseguridad jurídica, en la falta de reformas eficientes, en el ahogo impositivo y en la mala asignación del gasto público. El resultado no puede ser más que el daño a la inversión. Sin duda, impulsará la deslocalización de la inversión nacional. Y por supuesto, todas esas trabas serán un obstáculo formidable a la inversión extranjera. El empleo sufrirá, aunque sigan con la táctica de repartir el trabajo y manipular las cifras de paro, lo que no ha impedido que sigamos a la cola de Europa en creación de empleo. Pero es lo que ha votado la “mayoría (supuestamente) progresista” y ahora toca asumir las consecuencias, ya que vamos a tener que sufragar la mala gestión de políticos “defensores de la pluralidad y la diversidad” a cambio de peores servicios. ¡Qué cara es la reconciliación!

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