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Opinión

No creo en la integración

Pretender integrar es una soberbia tan inútil como perniciosos sus resultados

Inmigración en Ceuta

Vamos a decirlo claro: detrás del famoso y sobado concepto progre de la integración no existe nada. Cero. Postureo puro y duro. En primer lugar, porque los colectivos que vienen de fuera, especialmente de países donde el Islam es religión, norma de vida y pauta de conducta cotidiana, no tienen la menor intención de renunciar a nada de eso; en segundo, porque lo que se les ofrece en el aspecto religioso y político es la Pachamama, la ideología de género y la alerta climática. El inmigrante no tiene por qué integrarse aquí ni en ningún otro lado. El inmigrante debe poder continuar con su fe y su vida. Ahora bien, ese esquema tan simple se rompe en mil pedazos cuando decimos que lo que si debe hacer es respetar las leyes. Porque a ningún musulmán, budista o seguidor del vudú se le puede exigir que celebre Semana Santa o las Pascuas. Pero que cumpla el código penal, sí.

¿Qué sucede? Que la izquierda es la primera que no se ciñe a la ley. Defiende la ocupación de propiedades privadas, desdeña a la familia y a la empresa, critica nuestras instituciones, insta a desobedecer las sentencias judiciales, está a favor de legalizar las drogas o vender sin licencia en las calles, en fin, actúan como delincuentes si nos atenemos a la descripción de esa figura. Sumen a esto el buenismo que huele a naftalina de Pías Damas del Ropero de quienes se pasan el día llorando por el Tercer Mundo, pero son incapaces de ayudar a la señora mayor que vive sola en su escalera, y tendremos el paisaje completo. Los que vienen de fuera entienden que, si los de aquí son los primeros en no “integrarse”, a bodas me convidas. Es lo que suele pasar cuando se olvida que la ley es fielato de cualquier sociedad. Los menas son todos, por definición, buenos, los violadores son habitualmente de nacionalidad incógnita, los abusos de género los cometemos siempre hombres blancos nacidos aquí, y los robos son cosa de bancos y capitalistas.

Y no. Ya está bien de tanto cuento. Ya está bien de dar la espalda a la realidad. Ya está bien de convertir el día a día en una película de buenos y malos con un guión escrito en las oficinas de podemitas y cupaires sin atreverse a decir nada, so pena de ser tachado de xenófobo. Hay que empezar a señalar que buena parte del machismo – y de las agresiones que comporta – entre jóvenes se debe a la cultura que proviene de estos colectivos, en cuyas sociedades de origen la mujer no pinta absolutamente nada y se la puede tratar como a una silla vieja si conviene. ¿O no ven en las noticias lo que está pasando en Afganistán? ¿O no escuchan cuando encuestan a jóvenes musulmanes acerca de su futura mujer y lo que dicen de ella, que ha de creer en Alá, que no debe trabajar, que ha de estar en casa cuidando de sus hijos y de su marido, que debe ir tapada, que si se pasa hay que castigarla para que aprenda? No me estoy inventando nada, esto se encuentra en las hemerotecas de las televisiones. Y no es que la inmigración hispanoamericana tenga un machismo menor, cuidado.

Ante esto, ¿qué hemos hecho? La izquierda, decir que todo es mentira, que hay que darles papeles a todos, una paga y que decir lo contrario es ser un nazi. Parte de la derecha, que ya viene acojonadita de casa, frunce el ceño pero tampoco difiere mucho de estos postulados. Por eso no creo en la integración. Porque a mí me da igual que se le rece a este, al otro, que no se rece a nadie, que se coma cerdo, cordero, que se beba té con hierbabuena o carajillo, que fumes ducados o en un narguile, que se lleve chilaba o un blazer. Lo que me importa, y mucho, es que todos respetemos la ley que refleja lo que sí son nuestras costumbres. Leyes que tienden a la igualdad, que se fundan en el humanismo cristiano, en la ilustración, en la rica herencia cultural occidental y por la que tantas generaciones lucharon. Leyes que se fundamentan en la libertad individual y colectiva. Al que no le interesen, que no venga y emigre a los Emiratos Árabes. Váyase usted a Marruecos, ya no digo a Siria, Líbano o Irán, e intente abrir una iglesia católica. Exija al gobierno de Rabat que se sirva jamón en los menús de los colegios, que se corte el tráfico porque va a organizar una procesión en honor al Gran Poder o proteste porque es mujer y quiere bañarse en topless en una playa de hombres. Verá lo entretenida que se vuelve su vida.

Insisto, no creo en la integración. Básicamente, porque ni la izquierda ni muchos de los que deberían integrarse la buscan.

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