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Opinión

El naufragio propagandístico de Putin

Rusia no es China. No existe nada parecido a un cortafuegos digital con el resto del mundo y tampoco hay aplicaciones y servicios alternativos

Vladímir Putin y Olaf Scholz

Han pasado más de dos semanas desde que diese comienzo la invasión rusa de Ucrania y, si algo podemos concluir ya, es que las operaciones no se están desarrollando como el Kremlin esperaba ni en el campo de batalla ni en el informativo. En el primero la resistencia ucraniana se mantiene y a los rusos les está costando sangre, sudor y lágrimas conquistar cada palmo de terreno. Las ciudades se resisten y en los pueblos y aldeas no lo tienen fácil. Los ucranianos les están plantando cara hasta en las zonas ocupadas, donde han empezado a proliferar manifestaciones de repulsa hacia la invasión.

Eso no estaba previsto. Iba a ser algo rápido. Bastaría con enseñar los dientes y los ucranianos o agacharían la cabeza y se resignarían a su suerte, o recibirían a los soldados rusos con flores, banderas y cánticos como les ocurrió en Crimea en 2014.  En el terreno informativo los ucranianos no están siendo menos hábiles. Se han convertido de la noche a la mañana en unos redomados expertos en elaborar y difundir relatos de heroísmo que, con su presidente a la cabeza, insuflan ánimos a la resistencia y siembran dudas entre los rusos que tienen acceso a esa información.

Aproximadamente un 40% de los rusos está en contra de la invasión y este relato les llega de lleno, en su mismo idioma y proveniente de un país vecino al que conocen bien y con el que tienen un fuerte vínculo cultural y afectivo. No es lo mismo para el ruso de a pie ver caer las bombas sobre Alepo que hacerlo sobre Járkov, una ciudad que es idéntica a cualquiera de Rusia y que muchos rusos conocen personalmente.

La propaganda de guerra ucraniana se ha concentrado en señalar las diferencias entre los dos presidentes, de un lado Volodímir Zelenski y del otro Vladimir Putin. Zelenski lleva desde el mismo día de la invasión pegado a un teléfono móvil grabándose por distintos emplazamientos de Kiev junto a su equipo más cercano. Cada vídeo es un arañazo en la espalda desnuda de Putin que no consigue dar con su paradero. Zelenski, que es actor de profesión y buen comunicador, se muestra tranquilo y amable en estos vídeos, algunos grabados en ruso, idioma que domina a la perfección porque es su lengua madre. Los vídeos se difunden por redes sociales y aplicaciones de mensajería y llegan de este modo a millones de rusos, que ya conocían a Zelenski por haber interpretado varios papeles en algunas comedias románticas rusas de gran éxito en la taquilla.

La agencia Tass facilita también fotografías del presidente reunido con sus generales en mesas ridículamente largas. No encaja muy bien esto con la imagen que el régimen suele transmitir de gran líder, un indestructible hombre de acción

Mientras Zelenski se adueña de los móviles de toda Ucrania, buena parte del mundo y media Rusia, Putin permanece alejado de los focos. La televisión sólo ofrece discursos enlatados en los que apela al patriotismo de los espectadores. La agencia Tass facilita también fotografías del presidente reunido con sus generales en mesas ridículamente largas. No encaja muy bien esto con la imagen que el régimen suele transmitir de gran líder, un indestructible hombre de acción que lo mismo se sumerge en las aguas heladas de un río siberiano que cabalga a pecho descubierto por la taiga. Zelenski está aprovechando al máximo esa ruptura en el eje del relato. En una rueda de prensa hace una semana se dirigió a él pidiéndole que se siente con en la mesa de negociaciones. “No estoy ocupado”, le dijo y añadió con sorna “ven a sentarte conmigo, pero no a treinta metros de distancia como con Macron. Soy tu vecino, no muerdo, soy un tipo normal, ¿de qué estás asustado?”. Semejante irreverencia Putin no la había previsto. Pretende meter el miedo en el cuerpo de sus rivales, no provocarles la risa.

Junto al papel estelar de Zelenski, por toda Ucrania están creándose mitos de guerra que refuerzan la moral de los que resisten. Historias apócrifas como la del fantasma de Kiev, un presunto piloto ucraniano que ha derribado a seis cazas rusos, o los mártires de la isla de las Serpientes que se mantuvieron en su puesto frente a la artillería naval rusa. No hay constancia de la existencia del fantasma de Kiev y los mártires de la isla de las Serpientes no son tales, ahí estaban sí, pero se entregaron al enemigo. Estas historias de heroísmo viajan a la velocidad de la luz por las redes sociales, unen a los ucranianos que se inspiran en ellos y alimentan la incertidumbre entre los rusos.

Hace veinte o treinta años estas historias nunca hubiesen llegado a Rusia, pero hoy si. Los videos de Zelenski, de los campesinos llevándose con sus tractores tanques rusos abandonados, o los relatos heroicos se extienden como un reguero de pólvora entre los rusos a través de aplicaciones como Telegram, que cuenta con unos 40 millones de usuarios en el país.  A diferencia de las televisiones y las emisoras de radio, el Gobierno ruso no tiene control directo sobre estos canales. El resultado es que la información a favor de Ucrania se difunde sin obstáculos.

En un lado libran una guerra de liberación, en el otro una operación especial de corta duración, incruenta y llevada a cabo por unidades del ejército que saben hacer estas cosas

De eso son plenamente conscientes en el Kremlin. Como sucede en todo el mundo, la gente mayor se informa a través de medios tradicionales como la prensa y la televisión. El Gobierno ruso no debería preocuparse por ellos, pero lo están haciendo. Llevan días desacreditando en horario de máxima audiencia historias como la del fantasma de Kiev. Pravda informó a sus lectores de que se trataba de burda propaganda, otros medios fueron más lejos dando incluso un nombre, un tal Aleksandr Oksanchenko, al que acusan de bombardear a la población civil en el Donbás en 2014. Si han tenido que recurrir a eso es que el aparato de propaganda ruso asume que la historia ha alcanzado ya a los que todavía se informan por los periódicos y la televisión.

Si los rusos ven y comparten la propaganda de guerra ucraniana es que la propaganda rusa está fracasando. Parte del problema radica en que el Gobierno se niega a llamar a guerra a la guerra. Oficialmente se denomina “operación militar especial”. En un lado libran una guerra de liberación, en el otro una operación especial de corta duración, incruenta y llevada a cabo por unidades del ejército que saben hacer estas cosas. Una vulgar operación especial, algo asimilable a un ejercicio para el grueso de la audiencia, no despierta entre la población los mismos sentimientos que una guerra. No pueden pedir apoyo a las tropas que combaten en una guerra que oficialmente no existe.

Esta contradicción, la necesidad de apoyar al ejército frente la necesidad de fingir que la guerra no es tal, ha puesto contra las cuerdas a los terminales mediáticos del Kremlin. Tienen, por un lado, que simular normalidad y, por otro, explicar que las cosas no van bien, aunque sólo sea en el ámbito económico, donde ya se están dejando sentir las sanciones occidentales. Para los medios oficiales rusos responsabilizar a Occidente de todos sus males es un día más en la oficina, pero a Ucrania no se la pueden tomar en serio porque, según ellos, son simples marionetas de la OTAN sin dignidad ni voluntad propia.

La semana pasada anunció que se cortaría el acceso a Twitter y Facebook, pronto les podría seguir YouTube, un servicio muy popular en Rusia que opositores como Aleksei Navalni utiliza mucho

Los medios rusos no alineados con el Kremlin que, aunque pocos, si que los había no constituyen un gran inconveniente. Ese agujero es que el que acaban de cerrar revocando las licencias de la cadena de televisión Dojd y de la emisora de radio Eco de Moscú que no seguían al pie de la letra la información oficial. Antes de dejar de emitir, Dojd retransmitió El Lago de los Cisnes de Chaikovski, un ballet que en tiempos de la URSS se reservaba para momentos críticos como cuando los secretarios generales del partido morían. Todos los rusos de cierta edad entendieron el mensaje a la primera.

Pero ni la televisión ni la radio convencionales son el problema. Las emisiones de Dojd o Eco de Moscú las seguían los opositores, gente refractaria a comprar la información oficial. El problema es internet. Ahí es donde se está centrando ahora el Servicio Federal de Telecomunicaciones, más conocido como Roskomnadzor. La semana pasada anunció que se cortaría el acceso a Twitter y Facebook, pronto les podría seguir YouTube, un servicio muy popular en Rusia que opositores como Aleksei Navalni utiliza mucho para difundir sus pesquisas sobre la corrupción del régimen.

Eliminar a las grandes plataformas es relativamente sencillo y siempre pueden argüir que, como son de origen estadounidense, trabajan para el enemigo occidental. Con aplicaciones como Telegram la cosa se complica. Este servicio de mensajería fue creado por dos rusos y su sede se encuentra en Dubái. Podrían impedir el acceso a Telegram, pero no es fácil desde el punto de vista técnico. Rusia no es China. No existe nada parecido a un cortafuegos digital con el resto del mundo y tampoco hay aplicaciones y servicios alternativos. Podrían construir algo así, pero para eso necesitan tiempo y recursos, ahora mismo no disponen de ninguna de las dos cosas.

La invasión debió ser algo rápido y sin necesidad de disparar un solo tiro. Ucrania se entregaría sin oponer resistencia y se transformaría en Bielorrusia en cuestión de semanas

Ahí quien muestra el camino a Putin es su mayoral bielorruso, Aleksandr Lukashenko, que, consciente de que no puede cerrar Telegram, se decidió por vigilar de cerca a los grupos de oposición para identificar a los activistas más significados y proceder a su arresto y encarcelamiento. Uno de ellos era Roman Protasevich, el opositor bielorruso que fue detenido en mayo del año pasado en el aeropuerto de Minsk después de que el avión de Ryanair en el que viajaba fuese obligado a aterrizar. Probablemente vaya por ahí, pero eso no será bien recibido en Rusia donde muchos creen ingenuamente que, a pesar de sus defectos, viven en una democracia que respeta la libertad de expresión y admite una moderada crítica al poder.

No era eso lo que pretendía Putin con la invasión de Ucrania. No quería tensionar su propio régimen hasta ese extremo. La invasión debió ser algo rápido y sin necesidad de disparar un solo tiro. Ucrania se entregaría sin oponer resistencia y se transformaría en Bielorrusia en cuestión de semanas. Los rusos se asombrarían ante la clarividencia de su líder y se pondrían tras él enarbolando las banderas de la patria. Nada de eso ha sucedido. Ahora sólo le quedan los tanques y la propaganda. Los primeros se han encontrado con muchas complicaciones, la segunda tendrá que pasarla en Rusia como un rodillo.

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