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Opinión

Narrativas mamporro

Fotograma de 'Hasta que llegó su hora', de Sergio Leone
Fotograma de 'Hasta que llegó su hora', de Sergio Leone

Aristóteles diferenciaba “la tragedia y la comedia; ésta pinta a los hombres peores de lo que son, aquélla, mejores que los del presente.” El filósofo griego puede ser considerado también como un pionero de la semiótica narratológica a partir de su Poética. Perspicaz analista, se dio cuenta de cuáles eran las características comunes y las diferencias de dos de las formas narrativas de su época.

El fundador de la lógica lo dejó escrito en el siglo IV antes de Cristo; hoy comprobamos que en las narraciones hay elementos sustanciales que no cambian aunque evolucionen, revolucionen o desparezcan ciertos modos de representación, ciertos medios, ciertos géneros. Algo que determina qué se cuenta es lo que él llamó el “carácter” el cual, “en un drama es lo que revela el propósito moral de los protagonistas”. Se colige de su propio texto que el carácter son las intenciones y la condición moral. Tal condición afecta a personajes, a creadores y, por supuesto, a quienes reciben los relatos.

Una feliz casualidad. Mientras escribo, suena una versión con theremín de la composición de Ennio Morricone para la película de Sergio Leone Hasta que llegó su hora (1968). Desdicha, dignidad en la venganza y esperanza. Una cinta, hoy políticamente incorrecta, por su buen carácter.   

Hay uno ferozmente destructivo que no tiene ningún fundamento científico y que culpa a los hombres –incluso con perspectiva de género- del cambio climático

Desde Aristóteles, muchas historias han sido contadas y muchas tragedias ha conocido el devenir de Occidente. Sabemos que las historias mal contadas de tragedias verídicas son causa de nuevos desastres. Sabemos que narraciones que alientan o incluso inventan conflictos generan nuevos peligros o amplifican los ya existentes. La industria política necesita la publicidad constante de conflictos reales o inventados. Esa industria llama narrativa no a relatos completos sino a esbozos de conflictos –incluso desprovistos de las mínimas exigencias de la lógica- que buscan esencialmente el señalamiento de culpables. Hay uno ferozmente destructivo que no tiene ningún fundamento científico y que culpa a los hombres –incluso con perspectiva de género- del cambio climático. Son tiempos del mamporro narrativo generalizado. Las sinopsis que salen del zurderío, más ducho en estos menesteres siniestros desde Lenin, tienen el carácter de la mezquindad.

¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Son las cinco cuestiones cuyas respuestas debe ofrecer el periodista cuando trata sobre algún suceso convertido en noticia. Cumplir con ello es una obligación moral que imprime carácter. Eso distingue a periodistas de raza de anunciadores sin ética. Si se cumple con esas cinco condiciones, hay un relato de los hechos, si se eluden algunas de ellas -lo cual es bastante frecuente- podemos tener descripciones no narrativas o narrativas amputadas. Hay gente que se pregunta “quién” y “por qué”. Sin muchas esperanzas.

Para la ratonera digital que nos atrapa, lo importante es que la gente no tenga tiempo de analizar con calma y con todas las dudas posibles las noticias y las opiniones. Recuerdo que hubo un periodo aburrido que era excelente para pensar y crear. Ese civilizado aburrimiento se dinamitó literalmente el 11 de marzo de 2004. Desde entonces, la narrativa fraudulenta se ha apoderado de la vida y de la salud mental de los españoles. El proceso de manipulación de masas fue vertiginoso y eficiente: primero se inyectó miedo y, a las horas, ese miedo fue convertido en odio. El fraude narrativo consistió en señalar un falso culpable que fuera creíble para una población que no recibía información veraz, sólo propaganda. El juicio por los atentados y la sentencia judicial perpetuaron el fraude narrativo al no querer indagar sobre los autores intelectuales de un operativo tan sofisticado. No conocemos oficialmente ni el “quién” ni el “por qué”.

Ya no estamos en un mundo civilizado. En la desintegración civilizatoria actual prevalecen los deseos, y aun las pulsiones, sobre las tareas

Para que un discurso pueda ser considerado narrativo debe tener de forma ineludible un conflicto. Dos son los núcleos de la conflictividad humana: los obstáculos y los oponentes ya sea frente a los deseos ya sea frente a las tareas de alguien. Los deseos pertenecen a la esfera del ego y pueden generar o no perjuicios para uno mismo o para los demás. Los liberales creen que las drogas sólo perjudican a quien las consume olvidando que la primera tarea sagrada de cualquiera es cuidar su propia salud. Las tareas tienen consecuencias directas en el entorno, en los otros. En el fondo, la noción de carácter de Aristóteles se sustancia en cómo se afrontan las tensiones ante obstáculos y oponentes. El inconsciente de cada cual es el que siente los conflictos narrados pues actúa como almacén de la experiencia personal. Por eso las narraciones consiguen interesarnos sin que sepamos del todo por qué. Como ha demostrado la neurociencia, nuestra elaboración consciente nos permite autoengañarnos a posteriori y decirnos que una película nos interesa por la temática, por ejemplo.

En un universo civilizado, poner bombas en trenes es una tarea siniestra. Ayudar a las víctimas es una tarea positiva para todos. Pero ya no estamos en un mundo civilizado. En la desintegración civilizatoria actual prevalecen los deseos, y aun las pulsiones, sobre las tareas. El mecanismo a grandes rasgos es el siguiente: se lanzan cascotes narrativos, fragmentos inconexos, como pasados por una trituradora dadaísta, con ingredientes que generan miedo y a la vez se señalan culpables. Se construye un conflicto asignando papeles de víctima y agresor, cuanto más falsos sean esos papeles más eficaces. El filósofo italiano Daniele Giglioli, en su recomendable libro Crítica de la víctima, explica la perversa génesis de esta: “El mundo está para que goces de él; no te sometas a la ley del otro; cree en tu imaginario como en la cosa más verdadera y justa que pueda haber. Tienes derecho a ello, y, si se te niega, eres una víctima.”

Farmacéuticas y narcotraficantes se frotan las manos. Todas estas agresiones narrativas contra la población occidental amplían exponencialmente sus mercados. Resulta que vaciar de sentido los relatos es también negocio. Así hacen las plataformas audiovisuales esterilizantes; controlan la irrigación ideológica en mercados cautivos de cultura transmedia.  

Los ingenieros de la inteligencia artificial dedicados a la simulación de la comunicación humana estudian semiótica. En algunas carreras universitarias de Periodismo no hay semiótica ni lógica ni oratoria.

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  • K
    Karl

    Cualquier persona que se dedique a sembrar odio entre españoles es demasiado peligrosa para un cargo.
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    “Any politician who can be elected only by turning Americans against Americans is too dangerous to be elected.”
    ~Thomas Sowell