Opinión

Mujeres timando a mujeres

El trabajo es un castigo divino y, sin embargo, nos lo venden como realización, especialmente a las mujeres: ¡jugada maestra!

Yolanda Díaz e Irene Montero
Yolanda Díaz e Irene Montero EUROPA PRESS

Ayer, 8 de marzo, tuvimos aquelarre feminista. Vuelve el 8-M, vuelve la ilusión. Luchas internas entre PSOE y Podemos, entre feminismo queer y feministas “tránsfobas” (que Dios las bendiga, dicho esto sin ápice de ironía). Imagino a muchos deseando que la pelea fuera más allá de lo verbal, que consistiera en un frente a frente sobre el barro, por lo visto es algo que excita mucho a los hombres. Yo también prefiero resolver ciertas cosas con las manos como hacen los varones: a cara descubierta, un par de puñetazos y después tan amigos. Me resulta más complicada la violencia psicológica y viperina que tanto dominan los políticos y algunas -por supuesto no todas- de mi sexo.

El caso es que en realidad lo que celebramos es el día de la mujer trabajadora. No brindamos por el derecho a ser mujer, aunque tengas badajo en la entrepierna, ni nos manifestamos en contra de la violencia machista, pues esto último podría -y debería- hacerse una y otra vez hasta que a muchos les quedara claro que a las mujeres no se nos puede poner una mano encima jamás. Necesitan ser conscientes de esto especialmente algunos señores que importamos de sitios donde la violencia doméstica no solo no está mal vista, sino que se considera justa y necesaria, su deber y salvación. “Cuando llegues a tu hogar, pega a tu mujer. Tú no sabrás por qué, pero ella sí”, reza un famoso proverbio de una cultura que no mencionaré, no vaya a ser que me acusen de delito de odio y xenofobia. Busquen en internet si les pica la curiosidad.

El problema era que algunas se aburrían y querían hacer cosas divertidas, como ir a la guerra, gobernar, escribir, pintar, estudiar, organizar revoluciones, ser parlamentarias o filósofas

Día de la mujer trabajadora. El horror. Dios nos condenó a las mujeres a parir con dolor y a los hombres a ganarse el pan con el sudor de su frente. Sin embargo nosotras, además del dolor, hemos tenido también que sudar para poder comer. ¿Pero qué clase de timo es éste? Hubo un tiempo feliz en el que podías casarte con un señor rico, o un noble, y dedicarte a tus labores. Ya no había que sudar. El problema era que algunas se aburrían y querían hacer cosas divertidas, como ir a la guerra, gobernar, escribir, pintar, estudiar, organizar revoluciones, ser parlamentarias o filósofas. Muy pocas pudieron hacerlo, pero gracias a las primeras olas feministas las mujeres de segunda mitad del pasado siglo pudieron escoger qué hacer: si quedarse en casa y pasarlo de lo lindo haciendo de su capa un sayo (sus maridos ricos les proporcionaban personal de servicio) o estudiar y trabajar en lo que les apeteciera. ¡Algunas, de hecho, combinaban las dos cosas! Lo hicieron mi bisabuela, mi abuela y mi madre: fueron universitarias, trabajaron un tiempo y luego dijeron “¿qué cojones? ¡Esto de trabajar es un coñazo!”. Mandaron sus empleos a tomar viento y se fueron por donde habían venido, cosa que sus maridos no podían (y no por falta de ganas, me consta). Por fin solo tenían que parir con dolor y, gracias a Dios, pronto se descubrió la epidural.

A pesar de que está de moda hablar de realizarse a través del trabajo, ¿quién siente verdadera devoción por el suyo? Pocos. Al menos cuando se trata de dedicarle entre ocho y catorce horas diarias. No hay mejor manera de arruinar un hobby que convertirlo en tu forma de ganar dinero. Ya lo decía Fernando Fernán Gómez: “Yo soy una persona completamente capacitada para no hacer nada. No soy una de esas personas de las que dicen que necesitan trabajar para sentirse realizados. Si yo hubiera sido heredero habría estado perfectamente sin hacer nada.” Cuando alguien me pregunta cuál es el trabajo de mis sueños respondo que ninguno, pero que si quiere puedo contarle las vacaciones con las que fantaseo, o que daría mi brazo izquierdo por tener un asistente doméstico ocho horas diarias.

Lo más irónico es que algunas feministas siguen reivindicando su papel como trabajadoras, ¡les seduce trabajar! Es muy divertido ver cómo hablan de su derecho al trabajo

Los grandes pensadores, artistas e investigadores lo han sido porque eran ricos o tenían un mecenas. Eso sí que merece la pena. Pero eso no es trabajo. Trabajar es hacer algo a cambio de dinero, lo explica Hannah Arendt en La condición humana, donde distingue entre labor, trabajo y acción, algo que no explicaré aquí porque no quiero aburrirles. Solo recurro al argumento de autoridad para parecer más convincente, pero si googlean de nuevo sobre el asunto verán que tanto Arendt como yo tenemos razón. El trabajo es un castigo divino y, sin embargo, nos lo venden como realización, especialmente a las mujeres: ¡jugada maestra! Lo más irónico es que algunas feministas siguen reivindicando su papel como trabajadoras, ¡les seduce trabajar! Es muy divertido ver cómo hablan de su derecho al trabajo, cuando hoy día las parejas no pueden sobrevivir con un único sueldo (sea el de ella o el de él). Exigen un supuesto privilegio reservado al varón, cuando en realidad es una esclavitud que nos ha caído a todos encima desde el inicio de los tiempos. ¿Ustedes entienden algo? Yo tampoco.