Opinión

LA CARTA DEL DIRECTOR

Cuando La Moncloa es la Casa Rosada de los Kirchner con el corrupsanchismo

Pedro Sánchez desvela cómo es su vida familiar con Begoña Gómez y sus hijas
Pedro Sánchez, junto a su esposa Begoña Gómez. Europa Press

Cuando un presidente subvenciona con 10,1 millones a una sociedad minera apoderada por su hija con sus respectivas firmas en el expediente, cuando ese jefe autonómico ratifica adjudicaciones que un hermano suyo -director general de Deportes- le hace a otro como si fuera el tres en raya, cuando un Ejecutivo monta un sistema clientelar con el “fondo de reptiles” de los ERE podridos, a la par que el otro vástago reparte tarjetas de visita como comisionista de la administración que comanda su progenitor…. Cuando acaece todo eso y alguien que principia su carrera política hace méritos, a modo de prueba de sangre de ingreso en una banda delictiva, defendiendo en platós televisivos el supuesto honor herido de quienes hoy están condenados tras su cruzada contra los periodistas que los plantaron ante el espejo, es factible que luego se guie por esa senda de abyección si se enseñorea de un partido incorregible como el peronismo que refluye en Argentina y se instala en España operando que La Moncloa sea la Casa Rosada con la diarquía del matrimonio Kirchner.

No es para menos cuando el escándalo por el enriquecimiento ilícito con el Covid pringa al núcleo originario del sanchismo y la explosión de esta bomba de racimo afecta a ministerios y autonomías socialistas, mientras que la mujer del presidente aparece como intermediaria de empresas y su marido le deriva encuentros con las mismas como si fuera su presidenta adjunta sin sentarse a su vera en el Consejo de Ministros. Todo con la misma avenencia del consejero de Chaves que amparaba su nepotismo en que “todo buen padre quiere lo mejor para su familia”. Así, la vicepresidenta Montero, consejera con los ERE y cuyo reintegro no demandó como titular de la Hacienda andaluza, da ese marchamo de normalidad a que la cónyuge del presidente despache con empresarios como una gobernanta más. Fue su contestación al trascender la reunión de 2020 de Begoña Gómez con el dueño y un comisionista de Globalia, cuya compañía aérea Air Europa ha rescatado el Gobierno y que patrocinó una cátedra en la Universidad Complutense de la no catedrática al arribar su consorte a La Moncloa. Con estos antecedentes, Sánchez presidió el Consejo de Ministros que, con la falsilla de su defendido Chaves, salvó de la quiebra a los amigos de la pareja sin abstenerse contraviniendo la Ley 3/2015 sobre conflictos de interés para altos cargos.

De ahí la facundia de quien fue su mano derecha en el PSOE y en el Gobierno, José Luis Ábalos, artífice de la reconquista de la secretaria general tras ser descabalgado por los barones y del asalto a la Moncloa en la moción de censura Frankenstein contra Rajoy, al emplazarle Sánchez a renunciar como diputado por su implicación en los enjuagues y mordidas del mal denominado “caso Koldo”, dado que, a medida que crece y se extiende, llamarlo así es como poner a nombre de un menor de edad bienes delictuosos. Si los romanos en la fase álgida de pudrición y depravación de sus Césares glosaban que el pescado comienza a pudrirse por la cabeza, el tal Koldo García, el aizcolari al que Sánchez fio la custodia de los avales de su vuelta a Ferraz, no deja de ser la cola del escualo que salpica a las Presidencias del Ejecutivo y del Legislativo. De ahí la urgencia sanchista por echar el anzuelo al Poder Judicial.

Cegado de la manera que los dioses confunden a los humanos, Sánchez no tuvo la clarividencia de González al sortear esa tentación en 1996 cuando, tras su “dulce derrota” ante Aznar, rehusó alargar su agonía con la respiración asistida de quienes operaran con él lo que no quería

En este brete, se entiende que, a diferencia del París que era una fiesta para Hemingway, según tituló su autobiografía sobre aquellos días de vino y rosas, La Moncloa no lo fuera este bisiesto 29 de febrero del cumpleaños cuatrienal de Sánchez. “La idea de que todos los días debían ser festivos me pareció un descubrimiento maravilloso”, anota el escritor y es dable que Sánchez haya compartido esa felicidad muchas jornadas. Ha debido pensarlo hasta que el voraz incendio desatado en la cocina de su Gobierno ronda su antedespacho y amenaza con su desalojo coincidiendo con los cien días de una flamígera legislatura. Como asevera el adagio latino, “Post festum, pestum”, si bien dispone del auxilio de quienes no pueden permitirse perderlo para exprimir aún más su debilidad. Socorrerán al doliente para que sobreviva a sus quemaduras.

Por aferrarse a La Moncloa tras su derrota del 23-J, su narcisismo psicópata le arrastró a prolongar su escapada festejándose a toque de fanfarrias como un espejo de virtudes. Empero, su juego de engaños se ha roto sacudido por la implosión purulenta del sanchismo tras su escarnio al Estado de Derecho y al erario. Cegado de la manera que los dioses confunden a los humanos, Sánchez no tuvo la clarividencia de González al sortear esa tentación en 1996 cuando, tras su “dulce derrota” ante Aznar, rehusó alargar su agonía con la respiración asistida de quienes operarían con él lo que no quería.

Aunque sepa que le aguarda el averno, Sánchez no es de los que se frena a mitad de camino cuando anda de por medio el poder. Aquella retirada de González le posibilitó haber presidido una Comisión Europea que declinó al percibirse como un “caballo cansado”; a Sánchez, por contra, le vetará cualquier opción de ese tenor al transmutar en un apestado. Su exvicepresidenta Calviño ha acreditado más astucia. De casta debe venirle al galgo siendo hija del Rasputín que Guerra situó al mando de la RTVE, luego de montarle un lío a la felipista Pilar Miró. Tras dos intentos baldíos por salir corriendo hacia un organismo internacional, preside el Banco Europeo de Inversiones al alto endoso de dejar a España sin la Agencia Europea Antiblanqueo en favor de Alemania y de asumir la política nuclear de Macron mientras avalaba su cierre en España. Amén de asegurarse un sueldo fantástico y muchas otras bicocas aprovechando la Presidencia española de la UE, se aleja de su herencia económica y del torrente de abusos tras su propio familismo amoral. No es nadie ni nada, doña Nadia.

Lo más letal es que los agios hayan sido a costa de una pandemia con una de las peores gestiones del mundo y con una de las mayores cifras de muertos. Lejos de salir más fuertes, como vaticinaba la propaganda gubernamental, unos logreros han salido más prósperos

Ningún otro como Sánchez sabía de tan primera mano la atiborrada mochila de impudicias que cargaba y que hoy se desparraman de lo abultada que iba. No obstante, engordó el morral comprándole su investidura al prófugo Puigdemont a cambio de autoamnistiar su golpe de Estado, así como los graves delitos que perpetró -incluido presunto terrorismo, según el Tribunal Supremo- para alzarse. De esa guisa, cuando la podredumbre alcanza al César y a su mujer como en la Argentina de los Kirchner; a una presidenta de las Cortes que nunca debió ser y enredada en la madeja de la adquisición de mascarillas fraudulentas mediante contratos falsos con fondos europeos, así como una pléyade de ministros y exministros, es que la corrupción se institucionaliza con quienes, agitando la bandera de la regeneración, pretendían apropiarse del negocio. Justo lo que originó el colapso del felipismo y del régimen socialista en Andalucía tras cuarenta años de hegemonía y se encaminaba hacia la “dictadura perfecta” del PRI en México.

Con todo, lo más letal es que los agios hayan sido a costa de una pandemia con una de las peores gestiones del mundo y con una de las mayores cifras de muertos. Lejos de salir más fuertes, como vaticinaba la propaganda gubernamental, unos logreros han salido más prósperos burlando la cartelería oficial. Como ayer con los “Cien años de honradez” de González en las vallas de los comicios de 1979 y que un perspicaz Ramón Tamames, dirigente del PCE, apostilló: “...y 40 de vacaciones”.

Sánchez se valió de la excepcionalidad del Covid para rendir a las instituciones como a su partido. Así, ocultó su negligencia criminal de mantener la convocatoria del 8-M en 2020, las mentiras contantes y sonantes de Fernando Simón sobre la inutilidad de mascarillas que no había, la comisión de expertos que nunca existió y las transacciones dolosas que hoy afloran. Ítem más. Saboteó la instrucción de una jueza, mientras el alto oficial de la Guardia Civil que realizó la investigación lo pagó bien caro, y buscó amordazar aparte de la prensa, mientras premiaba a sus voceros y ponía a la Guardia Civil a velar por el buen nombre de su mendaz Gabinete. Luego transfiguraría las Cortes en escribanía del Gobierno y de sus decretos-leyes con la Fiscalía del Estado como recadera gubernamental ante un Poder Judicial al que se procura menguar a mero apéndice.

Desarmando los órganos de fiscalización con este asalto forajido a las instituciones del Estado, se facilitaba que los cuatreros convirtieran en su botín los dineros destinados a la pandemia. La desgracia no iba a hacer mejores a quienes no se enmendarían ni volviéndolos a parir. Pero, como la avaricia rompe el saco y deja por el camino evidencias, esto permite agavillar pruebas incriminatorias de un saqueo que concierne al nudo gordiano del sanchismo con su artífice a la cabeza.

Entre la espada y la pared, Sánchez ha buscado endosar el muerto a quien se le ha plantado y recordado cruelmente que ambos están hechos de análoga materia. Cuña de la misma madera, Ábalos se ha negado a depositar su cabeza en una bandeja para que la alce como muestra de que nadie se le resiste en una organización que ya es sólo Sánchez. Se le encaró con la seguridad y firmeza que da conocerlo por haber sido su ayuda de Cámara y, por ende, no ser un héroe para él.

Con más conchas que un galápago, el hijo del torero “Carbonerito” no iba a dejarse hacer un tizón. Ni es tan estúpido como para tirar de la manta para, buscando desnudar a Sánchez, quedarse él en cueros. Pero sí suministrará cucharitas de veneno jugando a “los diez negritos”

Al comunicar su ida al grupo mixto en un alegato que tenía los caracteres de oración fúnebre del sanchismo, Ábalos interpeló a Sánchez advirtiéndole de no le permitiría blanquearse a su costa como ha hecho con otros a la espera de ser repuestos en los abrevaderos del Presupuesto. Ábalos no podía ni quería prescindir de su aforamiento ante su evidente inculpación ni tampoco de un voto que, con una mayoría tan frágil, puede ser el fiel de la balanza. Con más conchas que un galápago, el hijo del torero “Carbonerito” no iba a dejarse hacer un tizón. Ni es tan estúpido como para tirar de la manta para, buscando desnudar a Sánchez, quedarse él en cueros. Pero sí que suministrará cucharitas de veneno jugando a “los diez negritos” como en la novela de Agatha Christie. No quebrará la unidad de voto socialista, aunque ya sin su disciplina pondrá de los nervios a quien comienza a constatar cómo se agrieta su dictadura silenciosa en el PSOE asistiendo al milagro de mudos que arrancan a hablar y de ciegos que inician a ver.

En Tener y no tener, la película en la que Howard Hawks hizo debutar a Lauren Bacall junto a Humphrey Bogart y basada en otra novela de Hemingway, el borrachín que encarna Walter Brennan pregunta a su amigo: “¿Te ha picado alguna vez una abeja muerta?”. Perplejo, le responde: “¿Una abeja muerta? Es imposible”. “Claro que es posible -replica-. Hay que tener mucho cuidado con las abejas muertas cuando se las pisa descalzo. Pueden pinchar tan fuerte como estando vivas. Sobre todo si estaban enfadadas cuando las mataron”.

Sánchez debió comprender el martes lo que duele y escuece aplastar una abeja aparentemente muerta desde julio de 2021 en que condenó al ostracismo a quien fue su edecán. No se sabe si éste le espetó a Ábalos lo que a su ministro más breve, Máxim Huerta, cuando este acudió a presentarle su dimisión de la cartera de Cultura: “¿De mí qué dirá la Historia?”. Es verosímil que ya lo perciba, aunque se enajene de una realidad que lo retrata de cuerpo entero y que, airado, rasgue su personal retrato de Dorian Gray. Como colige Oscar Wilde en su popular obra, todo exceso conlleva su propio castigo.