Opinión

Marisa Paredes y el crepúsculo de los dioses

Marisa Paredes ante los medios en la capilla ardiente de Concha Velasco
Marisa Paredes ante los medios en la capilla ardiente de Concha Velasco

"¿Isabel Díaz Ayuso aquí? ¡Por Dios! ¡Pero qué hace aquí! ¡Fuera!”. La cara que puso Marisa Paredes al escuchar el nombre de la Presidenta de la Comunidad de Madrid mientras estaba dando una entrevista en el funeral de Concha Velasco fue la perfecta representación de la superioridad moral de la izquierda. Un gesto de asco y de frustración merecedor de una nominación al Goya en la categoría de mejor actriz secundaria a su pesar.
El hecho de que Ayuso fuera amiga personal de la fallecida y la visitara en la residencia en la que pasó la última etapa de su vida carecía de importancia para la diva, como tampoco la tenía que hubiera constancia gráfica de esos encuentros cogidas de la mano con una familiaridad que denotaba un cariño preexistente. Paredes decidió, con una absoluta falta de respeto a la familia y a la solemnidad del funeral, que Ayuso no podía estar allí para despedirse de Concha, y escenificó su desprecio con un gesto digno de Norma Desmond en honor a las cámaras que la estaban grabando. A Marisa, en el funeral de Concha, le pudo más el propio lucimiento que el dolor por la ausencia de la amiga. Prefirió el teatrerismo al recogimiento, y como consecuencia de ello su salida  de tono eclipsó la totalidad del acto. No sabremos nunca lo que habrán pensado Paco y Manuel, los hijos de Concha Velasco, del numerito. Pero no importa, podemos imaginarlo con bastante precisión. Vaya desde aquí en cualquier caso nuestro sentido homenaje a su madre, magnífica actriz y gran estrella, parte fundamental de nuestra memoria sentimental y cultural.
Es Marisa Paredes una pobre víctima involuntaria de su magnífica suerte. Le hubiera encantado ser una represaliada del franquismo y poder exhibir ahora ante las masas enfervorecidas las medallas de una resistencia a la dictadura prueba de su sufrimiento y  su coherencia en la lucha por la democracia, pero le resultó imposible luchar contra el éxito arrollador con el que el perverso franquismo decidió castigarla.

Niña mimada del franquismo, no dudo que a su pesar, se convirtió en la intérprete de las comedias de Edgar Neville, sin que la reconocida ideología del autor la llevara a negarse a interpretarlas

A su belleza y una distinción natural de aire muy internacional que la hermanaba con otras estrellas de su generación como Charlotte Rampling, unía un gran talento interpretativo que se le reconoció enseguida. Habitual de los Estudios Uno de la primera cadena de TVE, pronto le llegó la merecida fama y el reconocimiento popular. Estoy segura de que sufrió mucho, pero lo disimuló bien. Niña mimada del franquismo, no dudo que a su pesar, se convirtió en la intérprete ideal de las sofisticadas y deliciosas comedias de Edgar Neville, sin que la reconocida ideología del autor la llevara a negarse a interpretarlas. Y es que cuando una dictadura se decide a favorecerte no hay forma de evitarlo, por mucho que te resistas internamente a ella.
Como muchos de sus compañeros también mimados por el régimen, la resistencia al franquismo le vino después, cuando ya había muerto Franco y la oposición le salía gratis. Y hoy, pasados casi cincuenta años de su muerte, casi se cree ella misma que vivió en el duro exilio durante toda su juventud y que aquellos triunfos que tantos espectadores recuerdan no son más que fantasías de fascistas dispuestos a cualquier cosa con tal de no reconocerle sus heroicos sufrimientos.

Las élites progresistas que no pueden entender que el pueblo llano no se pliegue a sus deseos y se empecine en decidir por sí mismo


Y es subida a ese falso pedestal desde el que negó a Isabel Díaz Ayuso, nacida años después de la muerte de Franco, su derecho a estar presente en el funeral de Concha Velasco.  Con un rictus de asco e impotencia, porque Ayuso no se deja cancelar y no le reconoce a las grandes divas de la izquierda caviar el derecho a decidir a dónde puede y a dónde no puede ir. Les gustaría que se autocensurara, que les tuviera miedo, que se cortara. Pero la Presidenta de Madrid no les reconoce ese poder y sigue haciendo, inexplicablemente, lo que le parece oportuno a cada momento. También los votantes de Madrid parecen refrendar la libertad de juicio de su Presidenta renovando su mandato en las sucesivas elecciones a las que se va presentando, y eso también resulta inexplicable a las élites progresistas que no pueden entender que el pueblo llano no se pliegue a sus deseos y se empecine en decidir por sí mismo.
Todo eso quedó plasmado de forma muy precisa en el gesto altanero de Marisa Paredes en el funeral de Concha Velasco y en ese “¡por Dios!” algo sobreactuado con el que manifestó su contrariedad por la presencia de Ayuso. Pareció una caricatura de la gran actriz que fue y puede que siga siendo, y se echó de menos la presencia de un Billy Wilder que cortara la escena para bajarle el tono y dirigirla bien, aunque se cayera después, por torpe e innecesaria, en el montaje final de la película.

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