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Cultura

Muere Concha Velasco, la eterna chica yeyé del cine español

Concha Velasco, que protagonizó las mejores comedias de los 60 y 70, se reconvirtió en actriz dramática y alcanzó la cima con 'Teresa de Jesús'

El cine español se despide, definitivamente, de Concha Velasco, la actriz más popular y querida de su historia. ¿La mejor también? En su trayectoria hay, desde luego, méritos para aspirar a ese simbólico galardón que, sin embargo, podrían legítimamente pretender otras intérpretes no menos notables. Pero donde nadie puede competir con la vallisoletana es en abundancia de recursos -además de intérprete, era bailarina de formación y cantante- y de registros, pues fue empresaria, protagonista de musicales, actriz de teatro, cine, y series, y presentadora de televisión. Fue una todoterreno que lo probó todo, y en casi todo le acompañaron el reconocimiento popular y el aprecio crítico.

Con Concha Velasco desaparece la última gran estrella de la comedia comercial española de los años 60 y 70 -donde reinó de forma indiscutible en compañía de figuras como Alfredo Landa, José Luis López Vázquez o su admirado Tony Leblanc- pero también una figura relevante del tardofranquismo y la transición, periodo en el que frecuentó el cine de inquietudes sociales.

La joven actriz chispeante, ingenuamente pícara, llena de un entusiasmo arrollador y moderadamente sexy -con esas piernas que sedujeron primero a la empresaria de revista Celia Gámez y luego a los espectadores de cines y teatros

La joven actriz chispeante, ingenuamente pícara, llena de un entusiasmo arrollador y moderadamente sexy -con esas piernas que sedujeron primero a la empresaria de revista Celia Gámez y luego a los espectadores de cines y teatros- se transformó en una intérprete madura con capacidad también para contener el gesto, expresar con mínimos elementos e imponerse con su presencia. Nunca perdió esa naturalidad que nace de la conexión con lo popular, pero también podía ser sofisticada y elegante. 

De igual modo que les ocurrió a sus compañeros varones de generación, tuvo que superar el injusto estigma despectivo que rodeó al cine realizado durante el antiguo régimen, un cine popular y vitalista, de enorme capacidad de conexión con la gente y éxito popular, que durante la Transición fue denostado con el despectivo término de “españoladas”. Y, sin embargo, entre aquellas ‘españoladas’ -realizadas por directores de verdadero talento como José Luis Sáenz de Heredia, Pedro Lazaga, José María Forqué, Fernando Merino y tantos otros- se encuentra lo mejor del cine cómico español, superior en términos generales a la nueva comedia que vendría después, aunque ésta jugaría con la ventaja cómplice de hablar ya el lenguaje de los nuevos tiempos y los nuevos usos sociales. 

Aquel cine estaba interpretado por actores de un enorme talento que acreditaron su calidad en cuanto se les dio la ocasión.  En el caso de Concha Velasco el descubrimiento se inicia con ‘Pim pam pum ¡fuego!’ (1975), de Pedro Olea, y alcanza su máxima expresión en la serie televisiva ‘Teresa de Jesús’ (1982), de Josefina Molina, que recrea la vida de la andariega santa abulense. “Siempre he dicho que, si tengo que dejar un testamento de que he sido una actriz, ese es ‘Teresa de Jesús”, declaró la actriz vallisoletana, que consideraba este papel el mejor y más importante trabajo de su carrera interpretativa.

“Siempre he dicho que, si tengo que dejar un testamento de que he sido una actriz, ese es ‘Teresa de Jesús”, declaró la actriz vallisoletana

La serie de Josefina Molina da la medida más precisa de su talento, al encarar un personaje que estaba lejos de todo lo que había hecho hasta entonces, y de todo lo que haría después, y lograr insuflarle vida del modo más convincente. Sin embargo, Concha Velasco no construyó su Santa Teresa desde cero, sino buceando en las cualidades que ya la habían distinguido como actriz -la naturalidad, la frescura, una pícara capacidad de seducción- para darles nueva forma y ampliarlas con nuevos registros expresivos, como la madurez o la contención gestual. El resultado es un retrato humano complejo y respetuoso con lo que sabemos de la santa, pero también emocionante y seductor, y que ha quedado como un hito muy difícil de superar.  

Si algo caracteriza la trayectoria de Concha Velasco es que le acompañó el éxito prácticamente desde el principio. Pero no por azar o fortuna, que también jugó su papel, sino más bien como resultado del mérito y el esfuerzo, porque todos los logros de la vallisoletana están ligados a la entrega y el tesón. Con sólo 13 años debió dejar sus estudios para trabajar como bailarina, con el fin de ayudar económicamente a su familia y, a partir de ese momento, para ella trabajo y placer fueron de la mano. “No existen los trabajos alimenticios”, aseguró en alguna ocasión. “Todo debes hacerlo con pasión; incluso un anuncio”. 

Somnolencia y neumonía

Esa pasión por el trabajo llegó a jugarla una mala pasada pues la acumulación de compromisos y desplazamientos la hacían vivir en una constante y peligrosa somnolencia. Una compañera de trabajo le recomendó que tomara ‘Preludine’ y así lo hizo durante una temporada sin saber que era una anfetamina. Lo descubrió al declarársele una neumonía que a punto estuvo de acabar con su vida en 1975 y que le obligó a pasar treinta días en el hospital. “Desde entonces no tomo casi ni una aspirina si no me lo recetan”, recordaba Velasco en ‘Diario de una actriz’, libro de memorias escrito con la colaboración de Andrés Arconada. 

Y, como motor impulsor, siempre un deseo profundo de gustar y de ser querida. Un deseo que no nacía de ninguna carencia infantil, pues fue una niña feliz, sino de la necesidad de ver confirmado en el aplauso el éxito del trabajo bien hecho. “A mí me gusta llenar siempre. Y, cuando me muera, quiero llenar el cementerio, como antes los teatros”, declaró en una de sus últimas entrevistas. Un deseo que podrá ver cumplido ahora. Quizás consciente del clima de polarización política que vivía el país, ella, que no ocultó sus simpatías socialistas -fue admiradora de Felipe González y llegó a ser una de las ‘artistas de la ceja’ que hizo campaña a favor de José Luis Rodríguez Zapatero- se autoimpuso contención en sus opiniones públicas en los últimos años. “Tengo derecho a tener mis ideas, pero creo que a veces las personas populares opinamos demasiado”, admitió. Aunque nunca renunció a su sinceridad, naturalidad y desparpajo. 

Primeros pasos en el cine

Hija de un militar y de una ex maestra republicana, Concha Velasco vivió sus primeros años en Valladolid en medio de una escasez económica que en aquel momento era común y, por tanto, generaba unos lazos de apoyo mutuo de los que nació, en su caso, una visión agradecida de la vida. La dificultad continuó tras mudarse a Madrid, pero allí se matriculó en una academia de baile, una Escuela de Formación Profesional de la Sección Femenina, que contaba con muy notables profesores y que le ayudaría a abrir las puertas del trabajo desde muy pronto. Tan pronto que incluso tuvo problemas por no tener la edad mínima. En aquellos primeros años el cine y el teatro van de la mano, sobre todo a través del género de la revista. La empresaria y cupletista Celia Gámez le ofrecerá su primera oportunidad profesional importante, pero antes trabajó en la compañía de Manolo Caracol, y, entre tanto, participaba en pequeños papeles de películas que hoy se han olvidado casi por completo.

Gracias a Pedro Masó logra su primer papel importante en ‘Las chicas de la Cruz Roja’, donde conoce a Tony Leblanc, que se convertirá en uno de sus “pigmaliones”, como la propia actriz define a los hombres que contribuyeron a darle forma como intérprete y a dar forma a su carrera. Leblanc, que era empresario de revista, además de actor, le ofrece su segunda gran oportunidad: sustituir a Nati Mistral en ‘Ven y ven al Eslava’, dirigida por Luis Escobar. Figura esencial del teatro de la época, Escobar será otro de los hombres decisivos en su aprendizaje y formación personal y profesional en esos primeros años.

Tras el gran éxito de ‘Las chicas de la Cruz Roja’ interpreta otros títulos célebres de la comedia del momento, como ‘Los tramposos’ o ‘El día de los enamorados’. Pero muy pronto se encontrará con otra figura esencial en su vida: el director de cine José Luis Sáenz de Heredia, que la dirige en ‘El indulto’ (1960). Pese a la diferencia de edad, y pese a que él está casado, ambos inician una relación clandestina, pero sobradamente conocida, que dura una década y en la que el cineasta se pondrá por completo al servicio del talento y la gracia de la intérprete.

Sáenz de Heredia, al que se reprocha haber firmado ‘Raza’, con guion de Francisco Franco, es, sin embargo, autor también de una de las obras maestras indiscutibles del cine español: ‘Historias de la radio’. Y cuando se planteó realizar una secuela, ‘Historias de la televisión’, incluyó en el reparto a Concha Velasco. No sólo eso, sino que la asignó la canción ‘Chica ye yé’, que inicialmente no era para ella, convirtiéndola en un auténtico fenómeno popular. La briosa y entusiasta interpretación de la actriz dejó huella y, a partir de ese momento, será habitual que Velasco cante en sus películas, a menudo con tono humorístico. 

El cineasta amante le pone en bandeja todo tipo de historias y argumentos para ampliar su rango interpretativo. Y así en ‘La decente’ (1970) la vemos en un papel de sofisticada, y paródica, viuda negra a partir de un texto de Miguel Mihura. En ‘El alma se serena’ la historia cabalga entre el mundo rural tradicional y el de los nuevos ‘hippies’ urbanos en una historia con retranca en la que la actriz interpreta a una mujer que quiere ser tan buena esposa que a punto está de matar a su marido de agotamiento. 

Colaboraciones con Manolo Escobar

Además, Velasco realizará cinco colaboraciones con Manolo Escobar, el cantante más cinematográfico de nuestra industria (más que Marisol o Raphael), que llegó a filmar una veintena de películas, muy comerciales y convencionales, puestas al servicio de sus canciones. La vallisoletana coprotagonizará cinco de ellas -es la única actriz que tiene esa distinción- siempre bajo la dirección de Sáenz de Heredia. “Los pocos ataques de soberbia que he tenido se me pasaron con Manolo Escobar”, recordaba la actriz. Y es que, por muy popular que fuera ella entonces, su fama palidecía frente a la de él. Era su voz la que llenaba los cines.

En estos años, la década de los sesenta, protagonizará otras películas muy populares, como ‘Casi un caballero’ (1964) y ‘Las que tienen que servir’ (1967), de José María Forqué, pero también ‘La verbena de la paloma’ (1963), y ‘El taxi de los conflictos’ (1969) de Sáenz de Heredia, o ‘Los que tocan el piano’ (1968) y ‘Una vez al año ser hippy no hace daño’ (1969), de Javier Aguirre. O ‘La paz empieza nunca’ (1960), de León Klimovsky.  La ruptura con Sáenz de Heredia, que será traumática, provoca un giro en la carrera de la actriz que, poco a poco comienza a relacionarse con un mundo cinematográfico muy diferente, vinculado con la izquierda y el antifranquismo. Y así, sin renunciar a sus viejas amistades, empezarán a frecuentar su casa figuras como José Luis Garci, Pilar Miró, José Luis García Sánchez, o Roberto Bodegas. Con estos dos últimos filmará ‘El love feroz’ (1973) y ‘Libertad provisional’ (1976) respectivamente. 

Pero será Pedro Olea el que cierre a la etapa inicial de la actriz y abra la puerta a nuevos caminos. Será con ‘Pim, pam, pum… ¡fuego!’ (1975). En esta película Velasco interpretará a una chica de revista, pero en el marco de una trama dramática, con una marcada dimensión política, muy alejada de la inocencia vitalista de sus trabajos anteriores. Podría decirse que Olea tomó lo que la actriz había sido hasta entonces, moldeó esa materia prima de otra manera e hizo posible la aparición de una nueva Concha Velasco, más adulta, realista, y despojada de ingenuidad.

En la segunda mitad de los setenta, rodará a las órdenes de Antonio Drove, Francisco Regueiro, Angelino Fons, Fernando Fernán Gómez, Jaime de Armiñan o Jaime Camino, además de Bodegas y García Sánchez. Y en 1982 cerrará esta etapa con ‘La colmena’, de Mario Camus y la serie ‘Teresa de Jesús’.  Las décadas siguientes serán parcas en películas, lo que compensará con el teatro y los programas de televisión. Aun así tejerá otro de sus papeles más difíciles, el de Palmira, en ‘Más allá del jardín’ (1996), de nuevo a las órdenes de Pedro Olea y con un texto de Antonio Gala como materia narrativa. Tres años después logrará rodar al fin con Luis García-Berlanga, en su última película, ‘París-Tombuctú’, que se hizo, sobre todo, por el empeño personal de la actriz que quería trabajar con el director a toda costa. De sus últimos rodajes destacan ‘El oro de Moscú’ (2002), de Jesús Bonilla, y ‘Enloquecidas’ (2008), de Juan Luis Iborra.

Promotora y empresaria teatral

Pero la semblanza de Concha Velasco estaría incompleta sin mencionar su faceta teatral, principalmente como empresaria y promotora de propuestas originales, inspiradas en el mundo de la revista, con libretos propios, que se vieron recompensados por un éxito espectacular de público, aunque sus elevados costes están en el origen de los problemas económicos que sufriría la actriz. Por difícil que sea de entender, ni siquiera llenando los teatros lograba ganar lo suficiente con espectáculos de esa gigantesca envergadura. Hablamos de obras como ‘Mamá, quiero ser artista’ o ‘Hello Dolly’ -la única adaptación de un musical foráneo que realizó- entre otras muchas. “Fue pionera en el montaje de grandes espectáculos a la española, con autores y técnicos de aquí”, recuerda el empresario teatral Enrique Cornejo, también vallisoletano como ella y promotor de grandes musicales. “Fue una empresaria muy valiente, y una figura artística indiscutible, que superó todos los retos que se marcó y de muy difícil sucesión”.

De su labor teatral cabe destacar también algunas obras que grabó para el mítico programa de TVE ‘Estudio 1’, como el ‘Don Juan Tenorio’ de Zorrilla, versión en la que Francisco Rabal ejercía de impetuoso seductor y ella daba vida a la inocente ‘Doña Inés’ y que se convirtió en modelo de referencia canónico a la hora de representar la obra. Antonio Gala escribirá hasta cinco obras expresamente para ella, convirtiéndose en otro de los hombres de su vida. Y también representaría la obra ‘Una muchachita de Valladolid’, de Joaquín Calvo Sotelo, que se convertirá en otro de los títulos informales que le acompañarían en su vida, junto a los de “chica de la Cruz Roja’ y ‘Chica ye-yé’.

Entre los galardones de Concha Velasco, cabe destacar el Goya de Honor; el Max de Honor de teatro; la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y la del Mérito al Trabajo; y el Premio Nacional de Teatro, entre otras muchas distinciones. 

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