Opinión

Una manifestación agridulce

Miles de personas se manifiestan contra el Gobierno de Pedro Sánchez, en Cibeles, a 21 de enero de 2023, en Madrid. Europa Press

No hay otro objetivo. No puede haberlo. Lo primero y prioritario es desalojar a Pedro Sánchez de la presidencia del Gobierno. Por eso, Madrid se echó ayer a la calle en una luminosa mañana de enero y en multitudinaria demostración de apoyo a España, la Constitución y la Democracia, tríada de valores inserta en el corazón de la inmensa mayoría de españoles de bien y seriamente amenazada hoy por el mismísimo Gobierno de España y sus socios. Madrid se echó a la calle en uno de los momentos más dramáticos de la reciente historia de nuestro país, en un año con dos citas electorales de enorme importancia marcadas a fuego, mayo y presumiblemente noviembre, y con los dos grandes partidos de la derecha, llamados a hacer realidad esa aspiración colectiva de cambio, sorprendentemente a la greña tras el episodio chusco protagonizado por el Gobierno de Castilla y León con el protocolo de atención a la interrupción del embarazo en esa comunidad autónoma.

Será muy difícil calibrar si la escandalera montada esta semana a cuenta de este asunto por “la banda” de Sánchez y su armada mediática ha influido, y en qué medida, en la asistencia a la convocatoria de ayer. Para ser sinceros, porque ya no tenemos edad para templar gaitas y la situación del país tampoco lo permite, hay que decir enseguida que teniendo en cuenta que la de ayer fue una manifestación casi clandestina de la que se borró lastimosamente el PP, apenas apoyada desde unos pocos medios digitales, Vozpópuli entre ellos, lo de ayer en Cibeles fue un éxito incuestionable, porque no es fácil sacar a la calle a cerca de 100.000 personas sin más aparato que la decisión de hombres y mujeres libres de decir basta al sátrapa que nos gobierna y su banda. A sensu contrario, y valorando fríamente los destrozos causados en la arquitectura institucional por este amoral y su gente en los cuatro años y pico que lleva en el poder, lo de ayer fue un fracaso, porque sus obras completas no hubieran merecido menos de un millón de personas en la calle reclamando su salida del poder y la convocatoria inmediata de elecciones.

Por eso la de ayer fue una manifestación agridulce, que vino a poner de manifiesto, por un lado, la falta de tablas, la ingenuidad o, si se quiere, la asombrosa disposición de la derecha española y sus gentes, caso del presidente de la junta castellanoleonesa y su vicepresidente, para proporcionar carnaza propagandística a un Gobierno central contra las cuerdas, ansioso por morder pieza, distorsionar los hechos, mentir si es preciso y tomar resuello al menos por unos días, y, por otro, la difícil convivencia que se anuncia entre dos partidos obligados a entenderse si no quieren traicionar la aspiración más noble de sus respectivas bases electorales, compuestas por gentes que muy grosso modo comparten un mismo sistema de valores y que, al margen de cualquier otra consideración, aspiran a desalojar el poder al botarate como condición sine qua non para pensar después en un Gobierno de coalición capaz de enderezar el rumbo de derrota que ahora mismo lleva este país.  

Feijóo y Abascal están en sintonía. Se comprenden y se entienden. Ambos han vuelto a verse privadamente este pasado diciembre, ocasión en la que de nuevo se puso de manifiesto un alto grado de coincidencia a la hora de analizar los problemas del país y sus posibles soluciones. Pero de alguna manera ambos son rehenes de sus respectivos equipos, prisioneros de los intereses cruzados representados por los personajes que se mueven en sus respectivas cúpulas, menos evidentes en el caso del PP porque el gallego ha recompuesto casi en su totalidad su guardia de corps, y muy obvias en el caso de Vox donde se cobijan personalidades muy notorias, con perfiles ideológicos muy marcados, con filiaciones religiosas profundas que sus titulares se resisten a situar en la estricta esfera privada y con una imagen pública muy potente, a veces incluso tanta o más que la del propio Abascal. Ambos líderes, Feijóo y Abascal, Abascal y Feijóo, están por eso sometidos a un juego de equilibrios muy sutil en el seno de sus respectivas formaciones, condenados a manejar con habilidad una panoplia de intereses a menudo contradictorios.

Pero ni el uno ni el otro pueden olvidar que ahora mismo no hay, no puede haber, otro objetivo democrático que desalojar a Sánchez del Poder si queremos que el Artículo 1, punto 2, de la Carta Magna (“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”) siga teniendo vigencia, si queremos hacer valer su Artículo 2 (La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles), si queremos vivir en esa patria de ciudadanos “libres e iguales”. Y no hay más remedio que desalojarlo este mismo año, porque cuatro años más con este personaje sin ningún principio moral en Moncloa, este autócrata vocacional dispuesto a enfrentar a unos españoles contra otros para seguir en el poder, cuatro años con Sánchez como rehén de comunistas, separatistas y filoetarras, con todas las instituciones sometidas a su control, serían letales no ya para la prosperidad colectiva, sino sencillamente para la convivencia y la paz.

Por eso, señor Abascal, señor Feijóo, las cuitas internas de sus partidos, la soberbia de unos y la vanidad de otros, las anteojeras de unos y los complejos atávicos de otros, le importan un bledo a los españoles de bien, le importan un pimiento a la ciudadanía, nos importan un comino. Su obligación como presidentes de sus respectivas formaciones es contribuir decisivamente a echar a este gañán desvergonzado de Moncloa. Como aquí se dijo el domingo pasado, lo primero es ganar. Lo indispensable es ganar. Ya llegará luego la hora de los pactos para formar Gobierno. De modo que no arruinen ustedes las esperanzas de millones con sus ridículas peleas internas, no pretendan impresionarnos con quién la tiene más larga o mea más lejos. No es eso, no es eso, que lo que está en juego es mucho más importante: es la urgencia de preservar el estilo de vida de una nación que, desaprensivos y canallas al margen, hace tiempo creyó haber pasado página para siempre de las guerras fratricidas que con tanta frecuencia llenaron de luto la historia de España. 

Señor Feijóo, estoy seguro de que usted es consciente de que no le será posible formar Gobierno -un gobierno fuerte y con capacidad para tomar las decisiones que cualquier Ejecutivo responsable se vería obligado a adoptar tras el paso por España del ciclón Sánchez- sin el apoyo de Vox, como estoy seguro de que descarta de plano esa peregrina idea –que al parecer algunos le han susurrado al oído- de gobernar en minoría con el apoyo del PSOE, de este PSOE, porque eso solo se le puede ocurrir al que asó la manteca. Sea usted valiente, porque, como escribió el gran Shakespeare, “los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte”. Señor Abascal, estoy convencido de que usted no milita en las filas de quienes en Vox sueñan con un Gobierno Feijóo dispuesto a comportarse en “modo Rajoy” para, tras estrellase cual nuevo Rajoy, ocupar el espacio entero del centro derecha, porque eso ya lo intentó no hace mucho un tal Albert Rivera con los resultados que son conocidos. También espero que no crea que los 100.000 madrileños que ayer se dieron cita en Cibeles son votantes de Vox, porque cometería un grave error si llegara a pensarlo. De modo que piensen en España, olvídense de sus respectivos partidos y no frustren las esperanzas de cambio de la ciudadanía. Permitir que el autócrata que nos gobierna pueda seguir otra legislatura en Moncloa no podría ser considero más que como un crimen de lesa patria. Pónganse, pues, de acuerdo y no nos defrauden. No nos toquen los bemoles.