Opinión

Mal comparado

Arnaldo Otegi, coordinador general de EH Bildu, durante su intervención en el acto político por el Aberri Eguna
Arnaldo Otegi, coordinador general de EH Bildu, durante su intervención en el acto político por el Aberri Eguna ep

Vale que las comparaciones suelen resultar incómodas pero hay algunas que te salen al paso pidiendo a gritos que las acuñes. La última, ésa que tras los comicios vascos, andan trajinando los críticos sobre la hipótesis de que el ascenso del soberanismo, un verdadero tifón, no se debe sino al debut de esas nuevas cohortes de la población vasca que, en plan “Séptimo de Caballería”, con el bozo apuntando, sobradas y amnésicas, se buscan la vida borrando el crimen de la Historia en busca de no sabe bien qué virtuosas novedades.

Se dice muy fácil eso de que los jóvenes olvidan el pasado aunque lo lógico sería decir que no lo conocen, pero el caso es que, a la vista del creciente apoyo a Bildu –la marca blanca de ETA aún con rastros de sangre---- a uno se le viene a la cabeza el caso alemán, aquellas multitudes fervorosas que vemos desgañitarse ante el Führer aunque ahora no lo recuerden. En Weimar, a un paseo del campo de Buchembald, a la sombra de los gingkos que plantó Goethe para embolismar a Carlota, cuentan que sus ciudadanos iban los domingos con sus hijos a ver el zoo de rapaces que las SS exhibían a la entrada de aquel infierno bajo el cartel famoso que aseguraba –“Arbeit macht frei”—que el trabajo hace libres a los hombres. Bueno, pues ahora no hay en Weimar un memorioso para un apuro: nadie en el pueblo recuerda aquellas soleadas mañanas dominicales en que el fanatismo no respetaba ni la inocencia de sus propios hijos.

¿Habrá ocurrido algo similar en el País Vasco cuando la gente nueva no recela ya de un partido blanqueado pero que, no conforme con andar dirigido por un ex-delincuente secuestrador por más señas, mantiene en sus listas electorales a terroristas con sangre en las manos?

¿Habrá ocurrido algo similar en el País Vasco cuando la gente nueva no recela ya de un partido blanqueado pero que, no conforme con andar dirigido por un ex-delincuente secuestrador por más señas, mantiene en sus listas electorales a terroristas con sangre en las manos? ¿Habrá que creer que, como los actuales alemanes, los vascos amnésicos ni siquiera recuerdan ya los años de plomo, los secuestros y tiros en la nuca, el terror callejero y la constante amenaza, como si un viento lustral les hubiera lavado el coco hasta la supina inopia que implica olvidar la tragedia? No lo sé, para qué decir otra cosa, pero lo parece en esta Alemania que ahora reclama cada tres días armarse frente a las amenazas actuales. La verdad es que los padres de mi generación también blanquearon, con su explicable cautela, una tragedia española de la que los párvulos y no tan párvulos apenas tuvimos una memoria sigilosa y ladeada. Y sin embargo, llegados a la “edad de hombre”, como decía Michel Leiris, resultó lo que resultó: ni más ni menos que una “peña” insolente aunque minoritaria que abriría los ojos y los oídos hasta poner de los nervios al Régimen.

No, no creo que el auge etarra deba imputarse en exclusiva a las jóvenes generaciones sino al conjunto de una sociedad que, en parte por miedo y en parte por afinidad, transigió, apoyó y hasta financió durante tantos años la farsa mítica de la nación eximia pero oprimida por un pueblo tan bárbaro como el español. Y claro está, también a la decisiva alianza con un PSOE degenerado y rehén de los mitómanos que no gobernaría sin su apoyo. Otegi, ese “hombre de paz” al que cristianó ZP en la pila más turbia, no sería lo que es sin un Sánchez al que sostiene en vilo y amenazante con la misma mano criminal que en su día, no tan lejano, empuñó la pistola u ordenó el secuestro. Dejen a los jóvenes en paz o, al menos, admitan que los padres y los abuelos comparten ciegamente con ellos su ceguera. Como en Alemania.