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Opinión

¿Y si Madina y Soraya fueran presidente del Gobierno y jefa de la oposición (o al revés)?

Con una y otro, ¿estaríamos como estamos o habrían abierto la puerta al acuerdo en los grandes asuntos de Estado? Tómenselo como un juego; o no

Soraya Sáenz de Santamaría en un congreso del PP (2018) / Victor Blanco/Gtres

De vez en cuando me sorprendo a mí mismo imaginando un país con otros dirigentes políticos. El lector dirá, y no le faltará un punto de razón, que se trata de un ejercicio estéril, de una inútil pérdida de tiempo que solo conduce a la melancolía. Yo, sin embargo, no estoy tan seguro. Entiendo que de los errores se aprende tanto o más que de los aciertos, y las decisiones individuales o colectivas que se han tomado en un pasado reciente, y las que se toman a diario en un tiempo más decisivo que otros, van a condicionar en grado máximo nuestro futuro. Así que, en mi opinión, ni es disparatado evaluar el presente desde la perspectiva teórica de lo que pudo ser y no fue, ni es ocioso juzgar a los actuales responsables políticos contrastando sus decisiones con eso que llamamos interés general.

Soraya y Eduardo pudieron ser y no son porque en esa ruleta imperfecta y fácilmente manipulable que llamamos primarias no siempre gana el mejor

Un ejemplo: ¿Cómo sería este país si las primarias de PSOE y PP las hubieran ganado Eduardo Madina y Soraya Sáenz de Santamaría? No faltará quien diga, también con fundamento, que podríamos jugar igualmente a las adivinanzas con solo plantear una de las dos hipótesis. Pero ya puestos, juguemos del todo. Uno y otra no son en política lo que podrían haber sido por muy poco. Un poco que incluye trampas, traiciones y exceso de confianza; odios africanos y candidatos de laboratorio diseñados para restar apoyos al adversario. Pudieron ser y no son porque en ese invento sobrevalorado, en esa ruleta imperfecta y fácilmente manipulable que llamamos primarias, muy pocas veces gana el mejor. En todo caso, no se trata aquí de hacer comparaciones que huelen, como diría el personaje de la comedia de Shakespeare (Much Ado About Nothing), y duelen, sino de analizar la realidad desde la legítima conjetura de otros actores, en su momento nada improbables, y otras políticas, en este caso muy improbables pero aún posibles. Veamos.

De ser hoy una y otro líderes del PP y PSOE, ¿estaríamos asistiendo a este sistemático descrédito de las instituciones y a la irresponsable erosión de la noble práctica del consenso?

¿Tendríamos hoy o no tendríamos un gobierno con un respaldo de 180 diputados, la suma de los logrados en abril de 2019 por PSOE y Ciudadanos (Rivera)? ¿Qué presupuestos se habrían aprobado en el Congreso, y con qué apoyos, de ser Soraya y Madina los líderes de los dos principales partidos del país (coloque cada cual a una y otro en el lugar que más le plazca: presidente/a del Gobierno-jefe/a de la Oposición). ¿Cuál sería el papel de Esquerra Republicana y Bildu en la (no) gobernación del Estado? Más preguntas: ¿Habrían sido capaces el vasco y la vallisoletana de construir un acuerdo siquiera de mínimos sobre la imprescindible reforma fiscal, o la aún más urgente de un sistema de pensiones que todos los expertos independientes consideran inviable?; ¿habrían llegado a acuerdos sobre el mercado de trabajo y el drama del empleo juvenil?; ¿y sobre la transición energética, la reforma de la Administración o la imperiosa necesidad de promover una ley de Educación sin excrecencias ideológicas que en lugar de alimentar el paro estructural lo reduzca? Sigamos.

¿Tendríamos hoy o no tendríamos un gobierno con un respaldo de 180 diputados, la suma de los logrados en abril de 2019 por PSOE y Ciudadanos?

Con la mano en el corazón: de ser hoy Soraya Sáenz de Santamaría y Eduardo Madina líderes del PP y PSOE, ¿estaríamos asistiendo al indecente espectáculo de un Poder Judicial con el mandato caducado hace dos años; peor aún, al falaz prorrateo de puestos e influencias con el consiguiente descrédito de las instituciones y la irresponsable erosión de la noble práctica del consenso? ¿Se habría permitido e indirectamente alentado desde el Gobierno la utilización sistemática de la violencia para defender las posiciones sindicales ante una negociación colectiva? ¿Habrían sido indultados a cambio de nada los responsables del procés? ¿Se habría podido afrontar con cierta serenidad una reforma sensata de la Constitución? En definitiva: con Soraya y Madina ¿estaríamos o no estaríamos hoy hablando de pactos entre los dos grandes partidos en algunos de los grandes asuntos de Estado, de una posición común para la mejor gestión de los fondos europeos (ver postdata) y de cómo aprovechar esta oportunidad para que España no se quede por mucho tiempo en el furgón de cola de los países desarrollados?

Que cada cual conteste como quiera a las preguntas formuladas. O ponga los nombres que mejor le parezcan en lugar de los elegidos por el que esto firma. Solo es un juego. Una frivolité que, efectivamente, muchos juzgarán inútil y molesta por cuanto la rectificación no es una práctica de uso ordinario en esta España institucionalmente herida, con la convivencia dañada y sin proyecto de recuperación que se conozca. Tómenselo si quieren como un resignado esparcimiento, pero recuerden aquello de Baltasar Gracián: “No hay monstruosidad sin padrinos”.

La postdata: ‘indigestión’ de fondos europeos

El término entrecomillado, y los perturbadores párrafos de más abajo son de Rafael Jiménez Asensio, uno de los especialistas en el sector público español que siguen clamando en el desierto y alertando sobre el riesgo de que, de seguir así, la gestión de los fondos europeos, el asunto más crucial que tiene entre manos nuestro país, acabe en el más estrepitoso de los fracasos. Sostiene el profesor que a España “se le atraganta la digestión de los fondos europeos. Y, de no remediarse, urgentemente, el paciente puede acabar en la UCI con una indigestión severa”. Como él, la mayoría de expertos y think tank independientes comparten la opinión de que “la arquitectura organizativa diseñada por el Real Decreto-ley 36/2020 que pretendía impulsar la recuperación, se ha mostrado retórica y poco efectiva. No basta con predicar la planificación -afirma Jiménez Asensio en su blog-, la captura del talento, la búsqueda de la innovación y la gestión por resultados. Al parecer, lo que era un catálogo de buenos propósitos, no está funcionando adecuadamente. La dirección política y ejecutiva del Plan o el propio diseño del modelo de Gobernanza tampoco funcionan. Además, no parece encontrarse el talento necesario y el músculo de gestión está dormido. Lo relevante en el ámbito de la gestión pública es hacer o aplicar los retos y las ansiadas reformas o transformaciones, no incorporarlos al BOE, que todo lo devora o absorbe, menos los fondos europeos, que al parecer están inmersos en un monumental atasco en su imprescindible ejecución. No están llegando al tejido económico y solo con cuentagotas a los niveles territoriales de gobierno”.

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