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Opinión

No es la lengua, son los derechos

En Cataluña, reivindicar lo normal, como exigir que tus hijos puedan estudiar en español, sigue siendo una tarea tan hercúlea como heroica

No es la lengua, son los derechos
Manifestación contra el 25% de castellano en las escuelas catalanas, en Canet de Mar, Barcelona. David Zorrakino / Europa Press

Si quieres ganar una batalla, escoge tú dónde librarla. Si quieres ganar un debate, impón tu propio lenguaje. Si quieres lograr otros resultados, cambia tus estrategias, ya saben, mismas estrategias, mismos resultados… Estamos en un momento crucial en la descomposición social y política de una Cataluña que ha sido arrastrada durante demasiado tiempo por las tinieblas de la desinformación y la división. El apoyo social al separatismo es cada vez más escaso, existe hastío, cansancio y falta de respuestas reales para problemas reales, la sociedad y la economía catalana están pagando un precio muy alto por aquello que se llamó el prusés.

Naturalmente, el poder de la Generalitat sigue en manos de aquellos que nos empujaron al precipicio, seguimos inmersos e inmersionados en la densa tela de araña de la maquinaria de ingeniería social separatista. El mainstream político-mediático sigue dependiendo de las generosas dádivas del Diari Oficial de la Generalitat y de sistemas paralelos de financiación. Hay muchos estómagos agradecidos que alimentar. Sin embargo, si observamos con detenimiento, el proyecto independentista activado en al año 2017 ha implosionado en una extraña mezcla de “realpolitik” y huida hacia una república imaginaria que es ejemplo y paradigma de la extrema bipolaridad que sufre la política catalana.

En Cataluña, reivindicar lo normal, como por ejemplo exigir a las instituciones públicas que tus hijos puedan estudiar en español, sigue siendo una tarea tan hercúlea como heroica. Pero no nos engañemos, que una familia se exponga a la presión social, política y mediática no responde a ninguna posición esencialista, dogmática o nacionalista. Los padres quieren que a sus hijos no se les escatime oportunidades en pos de una ideología tan trasnochada como la que encarna el separatismo catalán. Quieren que sus hijos puedan prosperar en Cataluña o en cualquier otro lugar de nuestro país (o del mundo), quieren que sus hijos tengan unas competencias lingüísticas suficientes para poder construir su vida con garantías, simplemente quieren que puedan prosperar sin estar atados y atrapados en unas fronteras lingüísticas (y culturales) tan artificiales como dañinas.

El nivel de adoración que sienten los nacionalistas por el catalán es directamente proporcional al odio y desprecio por el español

Cabría preguntarse el porqué de esa obsesión nacionalista por las lenguas, digo las lenguas porque el nivel de adoración por el catalán es directamente proporcional al odio y desprecio por el español. Hay varias respuestas que dibujan el escenario real en el que nos movemos. El primero es esencialista e identitario, bebe de las fuentes más excluyentes de principios del siglo XX: la lengua es una especie de marchamo de lo que es una nación y es la fuente de la cosmovisión y la ontología del individuo. El segundo es instrumental, es la herramienta con la que poder separar y dividir artificialmente a la sociedad catalana, hacer aceptable una situación de diglosia y hacer creer que solo hay una forma de entender la “catalanidad”. Y tercero, es el fundamento del relato épico nacionalista, el “catalán” es reificado como una figura de algo real, siempre en peligro de extinción por fuerzas externas que debe protegerse y, por tanto, cerrando el círculo, si el catalán es atacado, los “catalanes” también están en peligro.

De esta concepción nacen las respuestas hiperbólicas del separatismo ante sentencias como la del mínimo de un veinticinco por ciento de catalán en los colegios, de ahí la presión a la familia de Canet, de ahí la campaña de desprestigio del “bilingüismo” y a favor de la “inmersión”. Y es aquí donde está la clave de la debilidad a la que ha sido expuesta el relato nacionalista. Por eso, ellos tratan de arrinconarnos a un espacio en el que se debata un falso dilema “catalán o español” (“bilingüismo/monolingüismo”). Si caemos en esta trampa retórica, nos moveremos en un espacio en el que tienen todas las de ganar, porque parecerá que estamos ante un problema entre postulados esencialistas, cuando en verdad estamos ante un problema de derechos civiles, de conculcación del estado de Derecho, de derechos fundamentales.

Esa mentalidad de resistente perpetuo es el alter ego necesario, la pieza fundamental para seguir con el relato victimista del separatismo

Si nos dejamos arrastrar a otro debate que no sea al de defender los derechos de las personas frente a la imposición de la Generalitat, solo estaremos retroalimentando el debate en el que el nacionalismo se siente cómodo y tiene muchas más probabilidades de ganar. Mucho me temo que la respuesta de algunos constitucionalistas será volver a la lógica reactiva. Esa mentalidad de resistente perpetuo es el alter ego necesario, la pieza fundamental para seguir con el relato victimista del separatismo.

Sin embargo, tal y como ha pasado en Europa (cuando desde SCC nos reunimos con el Comisario de Justicia de la UE), solo si seguimos poniendo el foco en el verdadero problema, esto es la arbitrariedad, la conculcación de derechos y una visión excluyente de la realidad catalana, podremos romper el marco al que nos tienen atados y lograremos impactar en aquella parte media de la sociedad catalana que es dónde reside la llave para acabar con el separatismo.

Si queremos cambiar las cosas, hemos de buscar otras estrategias. De lo contrario, estaremos en ese bucle de resistencia sin fin que solo sirve para perpetuar el relato del contrario.

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