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Opinión

Las lenguas de la guerra

Bielorrusos y rusos son íntimos amigos. Y muchos ucranianos también, pero la mayoría siente un profundo rechazo a los devastadores procesos comunistas

Ejército ucraniano

Tres se dice en ruso tri, en bielorruso try y en ucraniano try (три, тры, три). Abuela se dice en las mismas lenguas babushka, babulia y babusya (Бабушка, Бабуля y бабуся) y hermano es brat, brat, brat (брат, брат, брат). Son tres lenguas hermanas de la familia eslava del este. Algo así como el español, el gallego y el catalán, idiomas de la familia latina ibérica. El ucraniano es como el catalán, unos se acercan a la tradición rusa, otros la detestan.

A esto se añade que los rusos casi nunca dicen brat a secas, sino rodnoy brat (родной брат) querido hermano, porque ellos estiman y miman a los suyos como apreciado tesoro. Si un ruso no te conoce, será una estatua toda la vida. Si te conoce cuenta con él como amigo fiel para siempre. El sentido ruso de la amistad es fuerte como el acero (stalin en ruso), y también duro si consideramos el grado de crueldad que mostró el sanguinario dirigente comunista Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como José Stalin.

Rusos, bielorrusos y ucranianos son de la misma etnia, profesan la misma religión, la ortodoxa, escriben con el mismo alfabeto, el cirílico, y hablan la misma lengua, el ruso

Bielorrusos y rusos son íntimos amigos. Y muchos ucranianos también, pero otros sienten un profundo rechazo a los devastadores procesos comunistas (Stalin los dejó morir de hambre) los incita a distanciarse de aquel horror como han hecho los polacos y los húngaros, que votan a la derecha para que no aparezca ni una brizna roja en sus parlamentos. Los queridos hermanos bielorrusos mantienen el comunismo en estado puro gracias al represor Alexander Lukashenko, que domina con voz, hoz y martillo a su pueblo, un pueblo imposibilitado para toda iniciativa y atado a las cadenas rojas. Lukashenko y nuestra vicepresidenta Yolanda Díaz y su séquito son restos extemporáneos del comunismo europeo.

Cuesta entender desde occidente a los rusos porque Rusia no puede ser comprendida con la razón y mucho menos con la intuición. Lo que está más claro es que rusos, bielorrusos y ucranianos son de la misma etnia, profesan la misma religión, la ortodoxa, escriben con el mismo alfabeto, el cirílico, y hablan la misma lengua, el ruso, lengua de ampliación cultural que nació en Kiev al igual que la nación rusa, que allí tuvo su primera capital. Unos son monolingües y otros, los bielorrusos y los ucranianos, utilizan la lengua local y también el ruso. La misma o muy parecida situación comparten gallegos y catalanes respecto al castellano.

No es fácil entender desde occidente el sentimiento de hermandad de los tres queridos amigos. Y al igual que uno odia al amigo que lo defrauda, los rusos rechazan a los ucranianos occidentalizados. Recientemente recuperaron a sus rodnoy brat de Crimea y ahora quieren rescatar a los hermanos del este del río Dniéper, y si puede ser a toda Ucrania, salvarla del mal de occidente.

El ruso era lengua habitual en la administración ucraniana en vísperas de la independencia. En la capital, Kiev, tres cuartas partes de la enseñanza se impartía en ruso, lengua también dominante en la prensa y en las relaciones comerciales. El ruso sigue presente en los medios impresos, la radio y la televisión, sobre todo en el este del país. La población habla ruso. La amputación de Ucrania o parte de la misma sería para ellos tan dolorosa como perder una porción de su cuerpo. Poco importa que en Rusia un capitalismo galopante distancie cada vez más a las clases acomodadas de las bajas (pues las medias no se prodigan), mientras en Bielorrusia, como en Venezuela o Cuba, toda clase social es necesariamente baja.

En Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia triunfó pronto la aceptación de la lengua inglesa para sustituir al ruso. Los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) han hecho grandes esfuerzos y avances para desplazarlo

Ucrania ha vivido en los últimos años el proceso de europeización que habían seguido con éxito Polonia y Hungría, países gobernados hoy por la derecha porque odian el comunismo que tanto los humilló. Esa occidentalización enfadó al Kremlin, celoso de ver reducidos sus dominios naturales y heridos por la afrenta de sus queridos hermanos. En Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia triunfó pronto la aceptación de la lengua inglesa para sustituir al ruso. Los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) han hecho grandes esfuerzos y avances para desplazarlo, pero en Ucrania, sin embargo, el sector pro-ruso considera una deshonra rectificar su trayectoria.

Las familias bielorrusas, y las ucranianas del este, tienen la posibilidad de elegir la formación de sus hijos en colegios donde el ruso es la lengua principal para todas las asignaturas, o bien donde predomina el bielorruso o el ucraniano. La primera opción se impone porque facilita el ascenso social y el acceso a la cultura. El presidente del país, Alexander Lukashenko, utiliza el ruso en sus discursos a la nación consciente de su prestigio frente al bielorruso.

¿Imagina alguien que Napoleón hubiera triunfado en su campaña militar? ¿Imagina alguien que hubiera tenido éxito y continuidad como la tuvo Alejandro Magno? El francés podría haberse convertido en la lengua de Europa como el griego fue la del Mediterráneo, y todas las demás quedarían condicionadas por la necesidad de conocer la lengua de un Imperio con capital en París. Todavía más difícil es imaginar que si americanos y rusos no hubieran frenado la apisonadora de Hitler, hoy podríamos vivir en una Europa germanófila y germanófona con capital en Berlín. Pues eso fue lo que ocurrió con el caudillaje soviético con capital en Moscú y la extensión del ruso. Vladimir Putin representa hoy la rama anacrónica de aquella pesadilla.

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