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Opinión

Don Juan Carlos, la ‘agostidad’ y el deshonor

El rey emérito pidiendo perdón tras irse de caza a Botsuana.

Se dirá en los libros de Historia de España que Juan Carlos I fue el gran preboste de la Transición y quien capitaneó uno de los momentos de mayor prosperidad de este país. Ocurrirá, porque siempre ocurre, que los episodios más decisivos sepultarán algunas otras verdades que también ayudan a definir al personaje, en particular, y a la monarquía, en general, como son los que han ocurrido a lo largo de 2020, con los que la Institución ha demostrado que entre la protección de sus intereses y los de los ciudadanos, ha optado claramente por lo primero.

Basta echar la vista atrás y situarse en el pasado marzo para cerciorarse de esta lamentable actitud. La covid-19 arreciaba con fuerza, el Gobierno acababa de declarar el estado de alarma y los españoles trataban de deglutir la noticia sobre el confinamiento cuando la Casa Real decidió desactivar la bomba relacionada con la herencia del emérito. Lo hizo con un comunicado que sonó a broma pesada, pues parece que alguien tenía un torpedo en la lanzadera y el pulgar sobre el botón rojo; y sólo lo pulsó cuando se cercioró de que los españoles tenían el alma puesta en otro lado.

Lo que ha ocurrido este lunes quizá no esté tan exento de escrúpulos como lo que sucedió hace cinco meses, pero tampoco se puede considerar como un acto inocente, pues Juan Carlos I ha aprovechado la llegada de agosto para difundir otro asunto incómodo para la institución monárquica.

Las serpientes suelen pasar más desapercibidas en verano, pues los destellos del Astro Rey deslumbran al personal y calientan el terreno, lo que predispone a la modorra. Juan Carlos I dijo en su día: “Lo siento mucho, no volverá a pasar”. Mintió. Sus faltas de respeto a los españoles han continuado. La última se ha producido en la primera jornada laborable de agosto de 2020. Sobra decir que cualquier reacción titubeante de Felipe VI a este respecto será igualmente indigna.

Ni privado ni pasado

Lo peor es que no sólo es importante el momento, sino también la forma, dado que el propio comunicado que se ha difundido este lunes incluye algunas frases que suenan a tomadura de pelo. Como, por ejemplo, la que afirma que los hechos que se le atribuyen en los periódicos son “pasados” y pertenecen a “su vida privada”. Se refiere, entre otros, al presunto cobro de dinero en paraísos fiscales, cosa que es evidente que sólo ha sido posible por la posición de privilegio que durante las últimas décadas –y hasta hoy- ha ostentado. Por tanto, parece osado encuadrar estos hechos dentro de su esfera privada.

Quizá en mitad de esta insoportable y constante batalla partidista se haya perdido de vista que hay conceptos que, por su rotundidad, no deberían cuestionarse. Desconozco si detrás del desgaste a la figura de Juan Carlos I se encuentra el deseo de algún poder por utilizar la monarquía de parapeto para salvar el pellejo en un momento de extrema dificultad. Ahora bien, lo cierto es que el estatus de inviolable debería ir siempre acompañado de un comportamiento honorable, pues, de lo contrario, la inmunidad deriva en impunidad. Y cada vez hay menos dudas –si las hubiera- de que el emérito olvidó su deber de comportarse como el más ejemplar de los ciudadanos en unos cuantos momentos de su reinado.

El estatus de inviolable debería ir siempre acompañado de un comportamiento honorable, pues, de lo contrario, la inmunidad deriva en impunidad

Del comunicado de hoy también chirría el párrafo en el que el emérito incide en que ha adoptado la decisión de irse de España “con profundo sentimiento, pero con gran serenidad”. O el que define este paso como un “servicio” al país, cuando es evidente que el torrente de hechos que se le atribuyen –que no hunden sus raíces en un pasado tan lejano, por cierto- hicieron su situación insostenible.

Capitalismo de amiguetes

La marcha de Juan Carlos I puede ser considerada como el fin de una época en la que es evidente que España se transformó, pero en la que sobrevivieron algunos de los males que han ennegrecido este país a lo largo de su Historia, entre ellos, la existencia de figuras intocables que han abusado de su posición, además de haber erosionado las instituciones y restado legitimidad al sistema.

Escribió Ortega y Gasset en 1914 sobre este lugar del mundo: “Nosotros no podemos mirar a los últimos sesenta años de nuestra vida sin sonrojo y sin ira. Los directores de nuestra patria han hecho de ella lo contrario de lo que hicieron con la suya los directores de la raza italiana: estos han hecho a Italia, los nuestros han deshecho a España”.

Se han empeñado los defensores de la monarquía durante estos tiempos complejos en situar a esta institución como la clave de bóveda del sistema, puesto que, según ellos, todo se derrumbaría sin esta figura. Sobra decir que lo que verdaderamente desgasta al proyecto común es asentarse sobre pilares que flotan sobre arenas movedizas. Resulta difícil convencer a un pueblo de que reme en la misma dirección si quien se encuentra en su cúspide actúa como lo hizo Juan Carlos I. Como siempre, los medios palmeros loarán estos días su decisión de marcharse del país, cuando en realidad, la gran pregunta es: ¿podría ser juzgado por algunos de los hechos que se le atribuyen? 

Son momentos muy inquietantes los actuales, en los que el futuro del país se ha visto hipotecado por la enfermedad, la ruina y la sospecha de que el Ejecutivo dirige el Titanic hacia el gigante de hielo, entre nepotismo y arrogancia. Desde luego, no ayudan a capear el temporal actitudes como la de intentar camuflar un hecho histórico bajo la solana ‘agostina’. La paciencia de un pueblo siempre tiene un límite y ya lo escribía el otro día: los españoles llevan mucho tiempo en parada de burro manchego. Veremos a ver cuándo llega la arrancada de caballo andaluz.

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