Opinión

La izquierda sigue triunfando

El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez (d), junto a su mujer, este domingo.
El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez, junto a su mujer, este domingo EFE / JJ. Guillén

Antes de que hubiera comenzado el escrutinio tenía escrita la primera línea del borrador. “A las 22:30 el PSOE había perdido X escaños respecto a las últimas elecciones”, señalaba. X podían ser cinco, seis, ocho escaños menos. Un resultado buenísimo para el PSOE, teniendo en cuenta la legislatura. Me equivoqué. A las 22:30 el PSOE había ganado tres diputados. Y Sánchez era el candidato más votado.

¿Qué podía haber ocurrido? Nada excepcional. Muchos analistas, después de todo lo que ha pasado en estos cinco años, aún se sorprenden de la fidelidad del votante socialista. También hubo sorpresa cuando Bildu obtuvo unos resultados buenísimos hace unos meses “a pesar de meter etarras en las listas”. Siguen pensando que la izquierda gana a pesar de lo que hace, y no precisamente por lo que hace. Siguen consolándose con la mentira mil veces repetida de que el votante de izquierdas es continua y sistemáticamente engañado por sus líderes, cuando tiene una certeza cartesiana respecto a qué se hará con su voto. 

A partir de hoy no sé cuál será el diagnóstico, pero seguro que por un tiempo siguen insistiendo en hipótesis tan ridículas como el pucherazo, el tongo o el engaño masivo

Este domingo, Bildu obtuvo de nuevo unos resultados muy buenos. Lo malo de observar la realidad con las gafas de lo que se desea es que la realidad siempre te va a sorprender, aunque la tengas delante de las narices. Y como siempre sorprende hay que fabricar análisis que excusen una sorpresa cada vez más injustificable. Los análisis previos han consistido en un enorme ejercicio de autoengaño. “La izquierda tiene que hacer autocrítica”. “Sánchez engañó a sus votantes”. “Se está reactivando el PSOE bueno”. “Los españoles están hartos del sanchismo”. A partir de hoy no sé cuál será el diagnóstico, pero seguro que por un tiempo siguen insistiendo en hipótesis tan ridículas como el pucherazo, el tongo o el engaño masivo. 

El análisis es más simple: la derecha ha sido incapaz de ofrecer una alternativa a algo que la mayoría de las veces no es capaz ni de nombrar, por ignorancia, por cálculo o por superstición. O, si lo nombran, sólo lo hacen mediante la hipérbole. Después de estos cinco años el presidente de quien se ha dicho que ha sido un tirano, un mentiroso compulsivo o un psicópata ha estado a punto de conseguir otra mayoría suficiente para gobernar. En las primeras elecciones tras la moción de censura de Sánchez, con la genérica acusación de la corrupción, el PP se quedó en 66 diputados. Sánchez no ha sido esencialmente un tirano, un mentiroso compulsivo ni un psicópata. Ha sido solamente lo que sus votantes y sus socios demandaban de él. Ha hecho política.

Al final, 122 diputados con más del 90% escrutado. Dos más que en las anteriores elecciones. ¿Sorprendente? No, hombre. Sólo puede sorprender a quien se hubiera convencido de que “el sanchismo” era una anomalía dentro del PSOE. Sólo puede sorprender a alguien que no recuerde cuántos españoles votaron al PSOE de González, de la corrupción, del paro y de los GAL.

El bloque de la izquierda ha llegado a estas elecciones unido y estable, y ha salido de las elecciones aún más reforzado. Tal vez no en votos, pero sí en relato

Sánchez ha acabado siendo un mero funcionario del partido. Dictador, autócrata, psicópata, narcisista… no, no, no. Sánchez no ha sido ninguna ruptura con todo lo que ha sido y es el PSOE. El PP seguía insistiendo en la anomalía sanchiana mientras Zapatero, el PSOE anterior, aparecía en todos los actos del partido. No había ninguna anomalía. Lo que hay es una anomia evidente al otro lado, y una persistente renuncia al análisis.

El bloque de la izquierda ha llegado a estas elecciones unido y estable, y ha salido de las elecciones aún más reforzado. Tal vez no en votos, pero sí en relato. La derecha ha llegado capitaneada por un partido, el PP, al que le gustaría estar en el otro bloque. Afirmó que el PSOE sería el primer partido al que llamaría después de ganar las elecciones. No hay duda de que será una llamada interesante.

Si en el PP no sabían salir del antisanchismo, en Vox no han querido desarrollar unas ideas que se han quedado en consigna tuitera

Lo más relevante de esta campaña ha sido comprobar que no había una alternativa real al bloque de izquierdas. Nunca la ha habido. El único objetivo de Feijóo era echar a Sánchez. Para muchos votantes era suficiente, convencidos de que Sánchez era lo único que había que cambiar en España. Nunca se hizo un esfuerzo por explicar qué era lo que había que cambiar, y por qué. Y sobre todo nunca se trabajó en pensar y explicar en qué consistiría una alternativa, más allá de no ser Pedro Sánchez. 

El otro partido del bloque, Vox, hizo algo parecido. Si el PP optaba por la hipérbole ‘Sánchez’, sinécdoque literal, Vox optaba por la hipérbole ‘globalismo’. Si en el PP no sabían salir del antisanchismo, en Vox no han querido desarrollar unas ideas que se han quedado en consigna tuitera, complementadas muchas veces con mensajes burdos inasumibles por un votante conservador.

Hubo una imagen crucial en la pasada campaña. Feijóo renunció a participar en el debate entre candidatos de la televisión pública española. La imagen crucial no fue ésa, sino la que se imprimió en muchas columnas políticas: la renuncia del candidato popular había sido “un acierto”, y un anticipo de una victoria holgada. Todo lo que hacía -y sobre todo lo que no hacía- Feijóo eran aciertos. Se le estaba poniendo cara de presidente, como a Casado.

El resultado de esa renuncia se puede comprobar hoy. La campaña del PSOE ha sido lamentable. La legislatura de Sánchez ha sido una continua degradación de las instituciones. Y aun así, la derecha ha sido incapaz de convencer a los españoles de que su alternativa era mejor. 

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