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Opinión

El peso de las palabras: dictadura, censura, cultura...

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Senado, en una imagen de archivo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Senado, en una imagen de archivo EUROPA PRESS / Fernando Sánchez.

I.

“Vivimos actualmente en una dictadura, y no hay que tener miedo a decirlo”. Quien hablaba así hace unos días no era una feminista furiosa, un abertzale audaz ni un comunista melancólico, sino una joven portavoz del Partido Popular. “Vivimos en una dictadura… woke”, matizaba. Cada corriente política es ya poco más que una neurosis de sustitución, con sus molinos y aspavientos empoderadores. La estructural dictadura machista, la esotérica dictadura globalista, la dictadura franquista de la que nunca salimos y a la que estamos volviendo, y ahora la importada dictadura woke a la que temen las Nuevas Generaciones de Madrid. Todos vivimos en una dictadura a medida, y por lo tanto todos somos héroes y vanguardia de la resistencia.

Todo son metáforas, claro. O no. Depende de la audiencia. ¿Qué significa hoy vivir en una dictadura? ¿Qué significa la palabra “censura”? Lo que queramos, lo que exija el momento, porque las palabras están al servicio de la política y la política tribal debe fomentar y canalizar las neurosis colectivas de cada grupo.

II.

Repetía el presidente estos días en su gira por los platós que no mintió con los indultos, sino que cambió de opinión. Es discutible, pero puede ser verdad. Mentir consiste en negar una realidad evidente. Decir, por ejemplo, que el fascismo está a las puertas. O que no se celebran homenajes a etarras en el País Vasco. O que ETA sigue activa. Sánchez prometió algo y después no la cumplió. Si sabía lo que iba a hacer, mintió; si no lo sabía, cambió de opinión. No podemos entrar en su mente, y no hace falta. Lo esencial no es saber por qué lo hizo, sino saber que lo hizo. Por la convivencia o por los presupuestos, el caso es que sacó arbitrariamente de la cárcel a los líderes que decidieron vulnerar los derechos políticos de los españoles para declarar la independencia. ¿Por qué añadir el pecado menor de una mentira aparente a una arbitrariedad flagrante?

III.

Lo mismo hacemos con Yolanda Díaz. Es cursi de palabra, claro, y esto siempre da para unas risas. Pero ante todo es comunista de formación. Por eso promete en su programa electoral que instaurará un código deontológico para eliminar las informaciones falsas y que expulsará de la “carrera periodística” a quien manipule y desinforme. ¿Qué sería, según un futuro gobierno progresista de Díaz y Sánchez, manipular y desinformar? Probablemente este párrafo, porque poco después ya decían que la inclusión de ese apartado en el programa electoral fue un “error”, y por tanto deberíamos tratarlo como a los presos políticos del comunismo: nunca existió. En la siguiente versión del programa las palabras incómodas ya habían sido convenientemente purgadas y sólo permanecía la referencia a un futuro Consejo Estatal de Medios Audiovisuales (CEMA) encargado de supervisar al sector. Parece poca cosa, la verdad. En la versión definitiva debería alcanzar el rango que merece: un Consejo Habilitante Estatal de Contenidos Audiovisuales que vigile, regule y juzgue los hechos; una auténtica fact-Checa. 

La cultura nos hace mejores, nos eleva, sin cultura somos salvajes, vivan los libros, el fascismo se cura viajando. ¡Oh, Zweig! ¡Oh, Woolf!

IV.

Volvemos a las neurosis políticas y las palabras pesadas. “Sin cultura no hay democracia”, leíamos hace unos días. ¿Qué significa ‘cultura’? ¿Y qué entienden por ‘democracia’ quienes afirman que sin lo primero no puede darse lo segundo? Da lo mismo. De lo que se trata es de decir muy fuerte no a la censura y sí a la cultura, sin desarrollar y cuando conviene. La cultura nos hace mejores, nos eleva, sin cultura somos salvajes, vivan los libros, el fascismo se cura viajando. ¡Oh, Zweig! ¡Oh, Woolf! La cultura es la biblia, la misa y el agua bendita de la sociedad postreligiosa. 

Sin ella no hay salvación, y según sus sacerdotes la censura ha vuelto. Contratadnos si queréis evitar la condenación. Porque de eso se trata cuando gritan “¡censura!”. De que no les sueltan la pasta. No denuncian coacciones, amenazas ni prohibiciones, sino políticas culturales concretas. Muchas veces justificadas por motivos ridículos o ideológicos, pero sin las antorchas y las piedras que anhelan los mártires del presupuesto. “Son los asesinos de Lorca y lo volverían a matar”, fingía la semana pasada el actor y escritor Carlos Bardem. La respuesta racional ante esto debería ser el desprecio explícito; o al menos implícito, si uno opta por la moderación. Pero los políticos saben que decir ‘cultura’ es mentar lo sagrado, y estamos en periodo electoral. Por eso el portavoz de campaña del Partido Popular escribía en Twitter “#StopCensura”, y cerraba el hilo con una afirmación extraña: “Reafirmamos nuestro compromiso con la libertad de creación, de expresión y la no injerencia de los políticos en la cultura ni el arte”.

Censura es tratar de impedir que un autor, un periodista o un conferenciante pueda materialmente llevar a cabo un acto público

La no injerencia de los políticos en la cultura ni en el arte es posible; pasa por eliminar las concejalías y los ministerios del ramo. Pero si existe un presupuesto dedicado a expresiones y actos culturales, entonces hay injerencia. Los políticos, desde el ministerio de Cultura y desde las concejalías, deciden qué manifestaciones culturales se van a apoyar y cuáles no. Esto no es censura. Censura es tratar de impedir que un autor, un periodista o un conferenciante pueda materialmente llevar a cabo un acto público. Presentarse en el acto con pancartas, megáfonos, gritos y una turba para ejercer violencia. O sea, lo habitual entre los antifascistas.

A pesar de los manifiestos y los aspavientos de estos días, la censura es otra cosa. Y la cultura son muchas cosas. Cultura es, por ejemplo, Samantha Hudson. Y Esty Quesada. Y Gen Playz. Y Fermín Muguruza. Y la obra artística de Jon Bienzobas. El Partido Popular pidió en su día con criterio que se suspendiera la exposición del artista terrorista, e imagino que no contrataría a Hudson, Muguruza o Quesada donde gobierna, pero cualquiera sabe. Porque la cultura nos salva, la cultura debe incomodarnos y quiénes somos nosotros para poner trabas a la creación artística.        

V.

Una pregunta me ronda desde hace unos días. ¿Y si el CIS es en realidad una expresión cultural? Existe arte romántico, realista, impresionista, surrealista. Tenemos cuadros y maestros representativos de cada una de esas corrientes. Pensábamos que José Féliz Tezanos era un científico social, pero deberíamos plantearnos si no será más bien un artista total. El PSOE le puso al presidente de la fundación del PSOE lienzos, pinturas y la mayor galería de España. “Píntame como a una de tus chicas francesas, José Félix”. Y José Félix se puso a dibujar. El CIS no es una prospección científica sobre el futuro posible, sino una manifestación artística sobre el futuro deseable. Denunciarlo como manipulación no es más que otra muestra de la ignorancia inherente a esta nueva ola reaccionaria. Debemos promover y defender a nuestros mejores artistas, no vilipendiarlos. Sin Tezanos no hay democracia.

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  • V
    vallecas

    No se si vivimos en una dictadura, pero de lo que no tengo duda es que no vivimos en una democracia.
    Nuestra democracia está tan deteriorada, tan gastada, sin capacidad de defenderse que ya no sirve. Piensa que su único enemigo son los uniformados con pistolas que cierran los parlamentos. Ahora es mucho peor, populismo sutil (woke) que destroza la convivencia como un virus que penetra en tus entrañas.