Opinión

La ineficacia del 'laissez faire' bancario

El gobierno debe jugar un papel fundamental en una nueva regulación y supervisión de las instituciones financieras

Cartel de Silicon Valley Bank

Los problemas de distintos bancos a ambos lados del Atlántico –Silicon Valley Bank, Signature Bank, Credit Suisse, Deutsche Bank…- han puesto de manifiesto la salida en falso de la Gran Recesión en lo que respecta a la implementación de aquellas medidas destinadas a garantizar la salud del sistema bancario occidental. Al final, las puertas giratorias y las presiones del mayor lobby de nuestras frágiles democracias, el que engloba a los sectores financiero, asegurador e inmobiliario, recogidos en el acrónimo en inglés FIRE, consiguieron suavizar y debilitar una más que necesaria reforma integral del mismo. Por mucho que las autoridades económicas y los reguladores intenten tranquilizarnos, estamos empezando a otear los primeros indicios de lo que será la segunda sacudida, desde la Gran Recesión, del sector bancario. La razón última, autoridades económicas y reguladores no hicieron bien su trabajo.

El objetivo último es conseguir un sistema bancario saludable, y no bancos rentables. Aunque la ortodoxia económica aún no lo haya interiorizado, los bancos no son meros intermediarios. Tienen la capacidad de crear dinero. El problema es que el negocio de la creación de liquidez es altamente procíclico: se expande durante el auge económico y se evapora a lo largo de una fase de contracción, sometiendo a la economía a una inestabilidad financiera permanente. De ahí la necesidad de una reforma encaminada a garantizar su salud intrínseca. La reducción de la concentración bancaria -exactamente lo contrario a lo que se está haciendo-, junto a la necesidad de mayores exigencias de capital, así como obligar a los bancos a retener el riesgo, reorientaría a que éstos vuelvan de nuevo a la actividad bancaria tradicional. El gobierno debe jugar un papel fundamental en una nueva regulación y supervisión de las instituciones financieras. Más allá del uso de modelos matemáticos de control de riesgo, se debe, ante todo, reactivar una supervisión “in situ”, donde los bancos deben ser supervisados de manera permanente por profesionales capacitados y comprometidos de las agencias reguladoras.

Los bancos tienden a depender mucho más de la deuda para su financiación, es decir, a tener un apalancamiento financiero significativamente mayor que otras empresas

La enorme acumulación de riesgos en todo el sistema financiero, ignorada por reguladores e inversores, salvo que emerja de repente, es preocupante. Tal como señala la profesora de la Universidad de Standford, Anat Admati, una de las figuras clave para entender el sistema bancario occidental, “muchos bancos estadounidenses y europeos ya parecen bastante frágiles. Los bancos centrales intervienen habitualmente para calmar las turbulencias en los mercados, pero una crisis que implique a múltiples jurisdicciones e instituciones clave con compromisos insostenibles puede no ser fácil de contener.”

Profundicemos sobre la naturaleza de los bancos y sus rasgos actuales. Los bancos tienden a depender mucho más de la deuda para su financiación, es decir, a tener un apalancamiento financiero significativamente mayor que otras empresas. Además, gran parte de su deuda consiste en préstamos a corto plazo o depósitos que deben pagarse a la vista. Esta combinación de financiación hace que los bancos sean frágiles. Si hay mucha deuda, incluso pequeñas pérdidas pueden provocar la insolvencia. Además, si gran parte de la deuda es a corto plazo, existe un riesgo significativo de que los acreedores se preocupen por un posible impago y el banco pierda financiación. Estos dos problemas están relacionados, porque la preocupación por la insolvencia es una de las principales razones por las que los acreedores podrían perder la confianza y retirar sus fondos. Último ejemplo, Silicon Valley Bank

El sistema financiero también se ha vuelto cada vez más complejo con la llegada de los derivados, la titulización y la globalización. Las instituciones financieras están mucho más interconectadas y los riesgos sistémicos han aumentado. A través de diversos mecanismos de contagio, es probable que las dificultades o la insolvencia afecten a muchas instituciones al mismo tiempo, e incluso un único impago puede crear una cascada de dificultades y afectar a toda la economía.

Los mantras utilizados a menudo son "los fondos propios son caros" y "el crédito y el crecimiento se resentirán", sugiriendo que la seguridad en la banca tiene un coste

Tras la crisis financiera de 2007-2009, los reguladores bancarios reformaron las normas destinadas a limitar el apalancamiento de los bancos y el desajuste entre los vencimientos de sus activos y sus pasivos. Basilea III, el acuerdo internacional sobre regulación bancaria firmado en 2010, impuso nuevas normas sobre la estructura de vencimientos de los pasivos de los bancos en relación con sus activos. Pero, Basilea III, al final, sigue permitiendo a los bancos financiar el 97% de sus activos con deuda. El sector bancario ejerce una fuerte presión para reducir los requisitos de fondos propios, incluso hoy en día. Los mantras utilizados a menudo son "los fondos propios son caros" y "el crédito y el crecimiento se resentirán", sugiriendo que la seguridad en la banca tiene un coste y que la sociedad tendría que sacrificar algunos de los beneficios del sistema bancario si la normativa exige más fondos propios en la combinación de financiación. Muchos de los argumentos y advertencias de los grupos de presión del sector y otros en este debate son erróneos. En particular, los que se oponen a la regulación y exigencias de capital, a menudo se refieren a los costes privados de la regulación para los bancos y sus clientes de préstamos sin tener en cuenta los beneficios de la regulación para los acreedores de los bancos, los contribuyentes y el resto de la economía.

La idea, esparcida por banqueros, y apoyada en algunos estudios académicos, de que un elevado apalancamiento de los bancos es deseable depende críticamente de supuestos muy especiales y poco realistas en los modelos que se utilizan para sustentar el argumento. Si se modifican éstos, para hacerlos más realistas, las conclusiones quedan anuladas. Cuando los directivos toman medidas que les benefician, los costes y los riesgos suelen recaer en los acreedores o los contribuyentes. Los directivos pueden verse motivados a recurrir a la deuda y evitar acciones porque las estructuras de remuneración recompensan el riesgo y el apalancamiento o porque las subvenciones fiscales y las garantías gubernamentales explícitas o implícitas hacen que la deuda sea más atractiva que la financiación mediante acciones. Si no se puede evitar el endeudamiento excesivo mediante compromisos con los prestamistas existentes o mediante la regulación, el resultado puede ser muy ineficiente, muy lejos de la opinión estándar de que el laissez-faire produce resultados eficientes.

Una regulación eficaz que limite el apalancamiento bancario es beneficiosa porque contrarresta las distorsiones de incentivos y compromete efectivamente a los bancos a evitar el endeudamiento excesivo

La conclusión de que la combinación de financiación bajo el laissez-faire en la banca implica un endeudamiento excesivo se mantiene incluso si consideramos sólo los intereses de los inversores de los bancos (accionistas y acreedores) y si ignoramos los riesgos y el daño potencial para el resto del sistema financiero y la economía en general. Una regulación eficaz que limite el apalancamiento bancario es beneficiosa porque contrarresta las distorsiones de incentivos y compromete efectivamente a los bancos a evitar el endeudamiento excesivo. Si además la regulación reduce el riesgo sistémico, los beneficios son aún mayores. La necesidad de la regulación como dispositivo de compromiso sustitutivo es aún mayor si los incentivos de los acreedores para supervisar se ven debilitados por una perspectiva de apoyo gubernamental o del banco central.

Fijar unos requisitos mínimos de capital sobre activos totales, del 20%-30%; y limitar los pagos (dividendos) a accionistas, especialmente los bancos sistémicos, eliminándolos en crisis sistémica, es hoy más que nunca una necesidad imperiosa de cualquier regulación que pretenda garantizar la estabilidad del sistema bancario. Tal como nos recuerda Admati, “en última instancia, cualquier nueva crisis financiera tendrá sus raíces en las crisis actuales y entrelazadas del capitalismo y la democracia. Nuestro sistema económico parece amañado e injusto, y el "capitalismo financiarizado" ha socavado, abrumado y corrompido a los gobiernos democráticos, de manera que las narrativas erróneas han creado confusión y bloqueado las reformas... Al menos que diagnostiquemos correctamente los problemas y cambiemos las reglas del juego, el peligro seguirá.”