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Opinión

El virus independentista

El independentismo siempre se ha basado en lo mal que lo hace Madrid y de ahí no salimos

Miles de manifestantes a favor de la independencia de Cataluña.

Sí, es lo fácil, tenemos la incertidumbre de cómo se contagia el coronavirus y de su propagación. La política del miedo está a la orden del día con Vox, pero no es de esperar que también lo esté constantemente con el PP, a quien bien le iría recuperar la centralidad perdida en el espacio político. Algo que no supo hacer Ciudadanos. Si la política de los populares para los próximos años va a ser la de intentar arrasar con todo, poco va a conseguir Pablo Casado, quien se ha referido en el Congreso al “virus independentista”.

Ir a la contra de todo, todo el tiempo, no es ni creíble ni eficaz, y si algo necesitamos en este país tras casi un año de gobierno en funciones, dos elecciones seguidas en medio año, y con unos cuantos problemas encima de la mesa, es resolver cómo vamos a seguir avanzando dentro de ese marco constitucional que todos defienden pero que al parecer tanto cuesta de aplicar. Pongamos el foco en lo importante, y lo importante es resolver situaciones enquistadas como el conflicto político en Cataluña.

Cataluña necesita entendimiento para encarar un futuro cercano con unas elecciones en las que los ciudadanos van a tener que decidir si quieren independencia o no"

Cataluña necesita entendimiento, dialogo, reconocimiento, necesita políticos y políticas con altura de miras, con capacidad negociadora, con vocación para ser flexibles y encontrar puntos de encuentro que nos ayuden a encarar el presente, en especial los asuntos cotidianos importantes y fundamentales como la salud y la educación, y un futuro cercano con unas posibles elecciones en las que los ciudadanos vamos a tener que decidir si queremos independencia o no.

No, el independentismo no es un virus, ni una enfermedad. Es un objetivo, un fin por parte de algunas formaciones políticas catalanas a las que la situación del país también ha colaborado a alimentar. La enfermedad de un país democrático es tener políticos que están presos. La enfermedad en cualquier democracia es saltarse las leyes, la enfermedad es tener instituciones que no representan a todos los ciudadanos y tener representantes públicos que gobiernan para alimentar su ego y su ideología sin tener ni idea de lo que supone el servicio público.

Falsas esperanzas

Tenemos una democracia débil, en la que no hay lealtad con el Gobierno elegido en las urnas. Seguimos con las dos o tres Españas, la roja, la azul y la independentista, porque no neguemos que la independencia se quiere conseguir en aras de una vida mejor que nadie te explica cómo va a ser pero que, en general, cuando uno se quiere independizar es porque cree que las cosas le van a ir mejor. Lo suyo sería que los independentistas explicaran cómo lo harían mejor estando separados de Europa y de España, algo que a día de hoy jamás han sido capaces de clarificar. En lo único en lo que se han basado siempre es en lo mal que Madrid trata a Cataluña, y así estamos año tras año. Un no parar desde hace años, diez según Sánchez, pero no mucho más.

Por fin se ha constituido la tan ansiada mesa del diálogo, que esperemos que sea eso, de diálogo, y de buscar puntos de encuentro para que en los próximos meses, si no años, quede claro cómo vamos a seguir creciendo y cómo se van a relacionar Gobierno-Generalitat. Bien harían en tener siempre un orden del día para no salirse de guión, un portavoz único que explicara lo justo de cómo ha ido la reunión una vez finalizada, y unas negociaciones en silencio, sin ruido y a puerta cerrada. No generemos falsas expectativas, que es lo peor; el esperar que algo va a suceder y que no suceda, como la prometida independencia que anunció Carles Puigdemont.

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