Opinión

¿Ha tocado techo Vox?

Han tocado techo los delirios de grandeza de Olona; lo cual no impide a los de Abascal ser decisivos en otros gobiernos del PP, incluido el que pueda formar en su día Núñez Feijóo con él de vicepresidente

Probablemente, la candidata de Vox a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Macarena Olona, había comenzado ya a desinflarse mucho antes del segundo debate electoral televisado, el lunes 13 de junio, pero en esa cita dijo algo que, creo, acabó por rematar sus desmedidas expectativas electorales, las que le habían generado los que se apuntan a caballo ganador y, por qué no decirlo, las de ese PSOE tan ansioso como estaba por vincular a Alberto Núñez Feijóo con una ultraderecha crecida vía Juan Manuel Moreno Bonilla.

Olona, muy ufana toda la campaña, mentón arriba y fijando su mirada retadora en quien ha acabado siendo el triunfador absoluto en las urnas el 19 de junio, Moreno Bonilla, le soltó a bocajarro si aceptaría ser vicepresidente suyo en el futuro gobierno andaluz. Tras unas décimas de segundo que a mí se me hicieron eternas, el hombre de la corbata verde replicó tajante: “eso es un delirio”.

Vaya que si lo era. Entonces y ahora, conocidos los resultados. Porque, partiendo de que ni una sola encuesta preelectoral había dado ganadora a Macarena Olona -GAD3 máximo 17 diputados-, lo suyo fue una temeridad impropia de una política con experiencia y bregada durante los últimos cuatro años en el Congreso; Un delirio que el hoy presidente de la Junta acertó de lleno a resaltar ante los ojos y oídos de sus votantes y, más aún, los de ella, verbalizando lo que una inmensa mayoría pensó para sus adentros en ese momento: que la emperatriz Macarena de Salobreña iba desnuda, como en el famoso cuento.

La virtud de Moreno en ese segundo debate fue dejar a Olona en evidencia para atraerse voto útil; más que para conjurar el miedo a Vox -que tan mal resultado le ha dado al PSOE-, para conjurar el miedo al lío, que con la gasolina a dos euros el litro los andaluces no están para espectáculos en otra cohabitación imposible

Justo ahí, con el plano de perfil de la candidata interpelándole mientras él, vista al frente, la ignora, mucho votante indeciso entre el PP y Vox cayó en la cuenta de que los famosos 25 escaños con los que había llegado a fantasear la formación verde eran solo humo. Y además, me temo, mucho votante percibió esa noche la imposibilidad de esa cohabitación política, despacho con despacho, y resolvió de un plumazo el dilema seis días más tarde en las urnas a favor del candidato popular.

Dicho de otra manera: además de que los andaluces no se creyeron lo de Olona presidenta, diríase que decidieron aliviarse por anticipado del problema que habría supuesto hoy su vicepresidencia… Llevó la candidata de Vox tan al extremo ese O me haces vicepresidenta o nos volvemos a ver en las urnas, que los electores de la derecha -y, en alguna medida, los de izquierda con su abstención- decidieron votar en masa a Moreno Bonilla; cada uno a su manera, todos con el muy lógico deseo de ahorrarse una indeseable segunda vuelta.

El gran acierto del ganadof en ese segundo debate fue aceptar entrar en el cuerpo a cuerpo con Olona, dejarla en evidencia para atraerse voto útil como no había hecho en el primero; más que para conjurar un supuesto miedo a Vox -¡qué mal resultado le ha dado al PSOE!-, para conjurar el miedo a otro lío político… que con la gasolina a más de dos euros el litro no están los andaluces para otro espectáculo en el sevillano Palacio de San Telmo, sede de la Junta de Andalucía; bastante tenemos con el gobierno de coalición de izquierda de Pedro Sánchez y Podemos.

Dicho lo cual, como la política y la opinión son tan dadas a la Ley del péndulo, ahora ronda el siguiente debate: ¿Ha tocado techo Vox? Pues yo diría que ha tocado techo son los delirios de grandeza de Olona… lo cual no significa, ojo, que no vaya a ser decisivo en la conformación de otros gobiernos del PP, incluido el que pueda formar en su día Núñez Feijóo con Santiago Abascal de vicepresidente para arrebatarle La Moncloa a Pedro Sánchez.

Vox ha crecido de 12 a 14 diputados en Andalucía. Lo que ha perdido es el juego de las expectativas, pero sigue siendo, tres días después del macarenazo, el tercer partido del país; conviene no olvidarlo porque probablemente tenga la llave de muchas alcaldías y gobiernos en las elecciones de 2023.

Porque, recordémoslo, Vox ha crecido de 12 a 14 diputados en el Parlamento Andaluz. En donde ha perdido es en ese traidor juego de las expectativas, que tan malas pasadas juega -valga la redundancia- a los candidatos más veces de las que están dispuestos a reconocer. Pero la política es carrera de fondo y los de Abascal siguen siendo hoy, tres días después del macarenazo -casi 40% menos de voto que en las generales de 2019-, el tercer partido de España; conviene no olvidarlo en análisis apresurados porque muy probablemente tengan la llave de bastantes alcaldías en las elecciones locales y autonómicas de marzo de 2023.

Y es que la historia se escribe con renglones torcidos. Que se lo digan a ese Pablo Iglesias que alcanzó la gloria de los 72 diputados para Podemos en 2015/2016, pero tuvo que esperar al ocaso de los actuales 35 escaños en la repetición de las elecciones generales de noviembre de 2019 para ser vicepresidente del Gobierno. Cosa que acabó ocurriendo solo porque, seis meses antes, Albert Rivera había dado calabazas inexplicablemente a Pedro Sánchez sumando como sumaban 180 diputados, mayoría absolutísima PSOE (123) y Ciudadanos (57), y al hoy presidente socialista del Gobierno no le salían las cuentas de su investidura.

Bien harán Abascal y el resto de los dirigentes de Vox en pararse a reflexionar por qué hoy son menos relevantes que hace tres días en la política andaluza; a reflexionar el por qué del éxito hace tan solo cuatro meses en Castilla y León de la mano de un desconocido Juan García Gallardo -vicepresidente de la Junta con Alfonso Fernández Mañueco- y, en definitiva, a reflexionar el por qué del fracaso este domingo de la mano de la archiconocida Macarena de Salobreña, convertida en un meme de sí misma. Quizá lleguen a la conclusión de que organizar una campaña básicamente folclórica y radicalmente en contra -o eso pareció por momentos- de quien va a ser luego tu socio quizá no es la mejor estrategia.