Opinión

El Frankenstein de Sánchez se muere

El engendro político con el que Sánchez echó a andar en enero de 2020 agoniza entre espionajes, votaciones in extremis y enfrentamientos personales entre todas las almas del monstruo. Pero que nadie lo dude: intentará seguir viviendo con la única idea de llegar al día siguiente: romper ahora solo certificaría su muerte

Imagen del primer Gobierno de coalición de Sánchez con Unidas Podemos. Ep

El Gobierno Frankenstein de Pedro Sánchez agoniza. Las cicatrices se le descosen entre acusaciones de espionajes ilegales, ministros que se culpan sin rubor, anuncios sorprendentes de móviles hackeados que dejan con las vergüenzas al aire al CNI en vísperas de una cumbre de la OTAN que debía ser un hito para España y que ahora provoca la preocupación en las embajadas occidentales… Y el cerebro del monstruo, el presidente del Gobierno, solo parece empeñado en ver cómo pasar las siguientes 24 horas en La Moncloa.

El engendro que echó a andar en noviembre de 2019 –tras el pacto del abrazo con Pablo Iglesias, con quien no podría dormir una semanas antes- comienza a desangrarse por sus cicatrices. Cada votación de una norma trascendental para Sánchez se convierte en un parto que sale tras ceder a nuevos chantajes –la entrada de Bildu, la CUP o ERC en la Comisión de Secretos Oficiales- o por la incompetencia in extremis de un diputado del PP.

El ‘catalangate’ o la crisis de los espías ha llevado al límite las costuras de un monstruo que, en su irracional trayectoria amenaza con no dejar incólume ni una institución del Estado. ¿Cómo es posible que el cerebro de la criatura esté dispuesto a dejar al CNI a los pies de los caballos –en vísperas de la cumbre que debe fijar la estrategia de la OTAN para la próxima década- para intentar recuperar el apoyo de sus socios republicanos e independentistas catalanes?

El cerebro de Frankenstein

Sánchez ha puesto en la picota la cabeza de la directora del CNI, ha metido en la Comisión que dirime los secretos del Estado a quienes anuncian su intención abierta de destruir ese Estado que nació de la Constitución del 78 y ha dado orden de dejar en el aire la defensa de Paz Esteban, una funcionaria de ‘la Casa’ con 40 años de carrera y sin carné político.

Esteban, como no podía ser de otra manera, acudió a la Comisión con una carpeta con toda la documentación sobre los pinchazos a los líderes del próces: las órdenes judiciales que, legalmente, permitieron investigar a 18 políticos catalanes que ‘solo’ pretendían subvertir el orden constitucional con algaradas en las calles de Cataluña contra la sentencia del Supremo. Luego llegaron los indultos...

La directora de los espías justificó este jueves en el Congreso todas y cada una de las acciones, dejó “blancos a los indepes” –según fuentes presentes en la supuesta Comisión secreta- y, en definitiva, documentó que todos los pinchazos y las investigaciones no fueron espionaje sino, en definitiva, un acto de legítima defensa del Estado con aval judicial contra quienes querían acabar con él.

Sánchez, que ahora dice que “ni sabía ni debía saber” de ese espionaje, fue puntualmente informado por el CNI por escrito, como establece el artículo 1 de la Ley que regula el Centro Nacional de Inteligencia. Y el presidente del Ejecutivo español –y masa gris del Frankenstein- decidió pactar con los mismos a los que había espiado, indultar a los líderes y montar una mesa bilateral España-Cataluña con el presidente del Govern, de cuyas andanzas tenía todos los detalles encima de su mesa gracias a los espías que ahora deja en entredicho.

Pero al presidente del Gobierno y a sus ‘sabios’ de Moncloa les debió parecer poca cesión incluir a la CUP, ERC y Bildu en la Comisión de Secretos –a toda velocidad y con un cambio exprés del reglamento del Congreso por la siempre servicial Meritxel Batet-: así que decidieron airear que al presidente y a la ministra de Defensa les habían espiado también el móvil allá por mayo y junio de 2021, en plena tensión con Marruecos. A alguien en Moncloa le pareció buena idea victimizarse y aparecer también como espiado, algo que no ha reconocido -¿a quién le gusta aparecer como vulnerable y saber que han fallado todos los cortafuegos de la seguridad del Gobierno?- ningún otro Gobierno occidental.

Una de las almas del Frankenstein, la morada, vio la oportunidad tantas veces deseada de cobrarse viejas afrentas con la ministra de Defensa y responsable directa del CNI. Margarita Robles –junto a Luis Planas, posiblemente los dos mayores enemigos de UP dentro del cuerpo recosido de este Gabinete- se ha enfrentado a Yolanda Díaz, a Irene Montero y a Pablo Iglesias. Y exigieron una y otra vez su cabeza mientras compañeros de Gabinete y de partido, como el ‘todopoderoso’ Félix Bolaños, miraba para otro lado.

Y si en el caso del espionaje a Aragonés, el curioso resultado político fue que Sánchez decidió apoyarse en él para que su Frankenstein echara a andar, en el del espionaje a los móviles del presidente fue un sorprendente giro político con el Sáhara...

Y si en el caso del espionaje a Aragonés, el curioso resultado político fue que Sánchez decidió apoyarse en él para que su Frankenstein echara a andar, en el del espionaje a los móviles del presidente fue un sorprendente giro político con el Sáhara, poniendo fin a décadas de la firme postura española. El Gobierno calla y no desvela quién asaltó el móvil de Sánchez y Robles, pero el resultado es la victoria de la postura marroquí en la antigua colonia.

Sánchez y su Frankenstein se mueren. Entre espionajes, choques entre sus distintas almas, enfrentamientos personales –de Sánchez con Aragonés, de Robles con Bolaños, de Díaz con Robles, de Díaz con Montero…- y votaciones salvadas in extremis gracias a nuevas concesiones a los ERC, Bildu, Podemos o a todos a la vez.

Sánchez y su Frankenstein agonizan, pero ni el uno ni su criatura quieren darse definitivamente por muertos. Intentarán seguir respirando y alargando la agonía porque saben que unas elecciones ahora solo servirán para certificar su defunción. Ambos seguirán resistiendo con la intención de llegar al día siguiente. Aunque a su alrededor, en esta España de espías, crisis y pospandemia, no vuelva a crecer la hierba.

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