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Opinión

El fin de la nueva política

Albert Rivera y Pablo Iglesias

Desde el 20 de diciembre de 2015 no hay nada que hacer. Una buena tajada del PNV, como siempre, permitió la aprobación de los presupuestos que siguen en vigor por segundo año consecutivo. Una vez ingerida la pieza para regusto de la panza nacionalista, y con el mismo cuchillo de cortar la carne de las cuentas del Reino de España, el partido de Ortuzar y Urkullu le asestaba una puñalada al PP de Rajoy con varias trayectorias. El 1 de junio de 2018 se cerró la primera parte de este ciclo político de colapso y crisis. Con los 123 escaños de Rajoy solo se pudieron convocar elecciones para obtener 14 más y forzar al PSOE a echar a Sánchez por la ventana. Tal vez ahora estemos en la misma jugada, pero con distintos protagonistas.

El presidente en funciones baraja convocar elecciones y meter toda la presión a Ciudadanos para que fuerce un cambio en Rivera que le permita formar un Gobierno que sea bien visto en Europa. Mientras llega esa circunstancia, el PSOE de Sánchez ha tejido todo tipo de alianzas con independentistas, populistas y, por mediación del sucedáneo del PNV en Navarra, con los proetarras de Bildu, que siguen viviendo del legado de una banda a la que, lejos de repudiar, aplauden cada vez que un asesino en serie sale de la cárcel.

Desde que fue expulsado de la Secretaría General del PSOE la noche del 1 de octubre de 2016, Pedro Sánchez se empeñó en hacer todo aquello que no le permitieron sus mayores. El PSOE en la actualidad está remodelado a su imagen y semejanza. Nada se mueve sin su consentimiento. En el Gobierno ha trazado la alianza más compleja -y la que peor parada puede dejar a la Constitución-, para mantenerse en el poder. Pero a la vez ha creado el papel de víctima abandonada e incomprendida por los partidos constitucionalistas, especialmente Ciudadanos.

El partido de Rivera se ha hecho mayor de repente. En cuanto se ha enfrentado a la toma de decisiones, a rozarse con la pared, le han empezado a salir las canas y las arrugas

Hay un sector de este partido y de su electorado que antes votaban al PSOE. Sánchez se ha quedado con todas la bazas ganadoras. El PP, reducido a la menor de sus expresiones, se va a dedicar a cerrar filas en la reconstrucción que pretende hacer a partir de ahora Pablo Casado. Siempre y cuando no haya elecciones en otoño. En ese caso, el PP se limitará a taponar la vía de agua a su derecha recuperando el voto fugado a los exaltados de VOX. Tal vez, junto con el PSOE, sea al único partido que le vengan bien las elecciones en otoño. No es lo mismo tener 66 que entre 25 y 30 escaños más. Sea como fuere, Casado es el jefe de la Oposición mientras Ciudadanos empieza a sufrir el mal de altura.

El partido de Rivera se ha hecho mayor de repente. En cuanto se ha enfrentado a la toma de decisiones, le han empezado a salir las canas y las arrugas. Lo inevitable nunca tiene solución. Ya no se podía seguir caminando sin rozarse con la pared. Si creces, te haces más grande, y chocas porque te falta espacio. Los resultados de abril envalentonaron a Rivera al que, por cierto, le han sobrado las elecciones de mayo. Se le ha complicado el camino. Al declarar al PP socio prioritario, toma una decisión. Ya no es un partido nuevo ni tampoco una bisagra. Insiste Rivera en sustituir al PP cuando, el tiempo lo dirá, tendrá que conformarse, como mucho, con pactos como el de Navarra Suma.

Sánchez ha hecho viejo a Podemos y se ha puesto manos a la obra para desgastar a Ciudadanos. Tiene dos barajas y las usa a la vez porque el final va ser el mismo. Seguirá en la Moncloa por incomparecencia de los demás. Las elecciones del 28 de abril no han resuelto nada, salvo su propio liderazgo. Con 123 escaños tiene el mismo problema que su defenestrado predecesor en Moncloa. El presidente en funciones no quiere a Iglesias en la primera fila del Gobierno y tampoco en la segunda. Ciudadanos es el pretexto para volver a convocar las elecciones. Mientras tanto, todo sigue parado. El tiempo nos pasará la factura de este ciclo político que va para cuatro años. Cuando termine el verano nos enfrentaremos de nuevo al estallido en Cataluña, una vez que se conozca la sentencia. De nuevo se nos vendrán encima los problemas y los fantasmas, pero Sánchez seguirá en su sitio con los objetivos más que conseguidos. Mientras tanto, se acabó la nueva política.

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