Opinión

Estos lodos

Alberto Núñez Feijóo y Alfonso Rueda
Alberto Núñez Feijóo y Alfonso Rueda EFE

Es una buena noticia, teniendo en cuenta la degeneración de la izquierda y la traición del PSOE a los españoles libres e iguales, que el PP ganara las elecciones en Galicia. Pero. No nos hagamos ilusiones los que aún aspiramos a vivir en una España de ciudadanos libres e iguales. La tribu ha crecido en Galicia, gracias al PSOE, en parte, y gracias al galleguismo del PP. Un PP que, no se dice lo suficiente, está dirigido por un nacionalista gallego. El proyecto medular de Gobierno y de vida del PP fue y es la galleguización de Galicia. El PP lleva décadas alimentando el caldo de cultivo, rico en dinero de los contribuyentes, en el que medran los nacionalistas del BNG, un partido antiespañol y filoetarra.

El galleguismo del PP ha dado sus frutos, que son constatables en el considerable crecimiento del BNG en las recientes elecciones. Esos frutos no pueden ser otra cosa que frutos envenenados para la España Libre e Igual. El PP en Galicia ha hecho lo mismo, cierto que de manera menos estridente, pero igualmente disgregadora e identitaria, que los partidos nacionalistas en Cataluña y el País Etarra; también conocido como País Vasco o Euskadi, en jerga local. Jerga que, última noticia, con el apoyo del PSOE, impondrán a 140.000 funcionarios españoles (todos los funcionarios en España son funcionarios españoles, da vergüenza tener que decirlo) y a las empresas con más de 50% de capital público. Relegando así el gran idioma español. Otro triunfo de la tribu, esta vez en el País Etarra.     

Quedan pocas dudas de que el nacionalismo gallego será pronto la tercera pata de la mesa desespañolizadora de la España de las autonomías

Algo es cierto e irrefutable tras las elecciones gallegas: la aldeiña gallega abarca hoy más territorio del que abarcaba ayer. Y tiene más poder y dinero de los contribuyentes españoles (todos los contribuyentes del único país que hay en España: España) para imponer su tribalismo. Ganó el PP, pero ¿hasta qué punto es la suya una victoria pírrica para el conjunto de los ciudadanos españoles libres e iguales? Quedan pocas dudas de que el nacionalismo gallego será pronto la tercera pata de la mesa desespañolizadora de la España de las autonomías. Autonomías que siempre han sido y son, el cáncer de la democracia española.

El principal problema español no es el nacionalismo de las provincias o regiones, sino el tribalismo, que se entroniza ya con toda su fetidez divisiva desde el preámbulo mismo de la Constitución de 1978. En él se reconoce y ampara, suicidamente, a mi modo de ver, el tribalismo regional: “Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones”. Se renuncia, como puede verse, a una nación de españoles iguales introduciendo “los pueblos” (nada más impreciso, literario y aldeano) y sus derechos. ¿Qué pueblos? ¿Qué derechos que no estuvieran amparados y comprendidos en ese “a todos los españoles”. A qué viene esa diferenciación sino a la condición de representantes tribales de algunos de los llamados “padres de la Constitución”, que, dicho en popular, arrimaron la brasa a “sus sardinas  tribales”, no a las sardinas españolas, como sería lógico e igualitario tratándose de la Constitución de España, es decir de la Constitución de la nación y el país de los ciudadanos españoles: los únicos ciudadanos que existen en España. Esta singularidad y esta categoría es la que debería haber dejado establecida de manera incuestionable la Constitución española. No lo hizo. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Europa se comportará como una damisela alarmada por la barbarie rusa. La violencia es el único idioma que entienden las autocracias de izquierdas. Pero. Occidente hace mucho que se rindió

Por otro lado, Putin ha matado a Navalni en Rusia y al piloto Maxim Kuzminov en España. En España. Putin no es un asesino cualquiera, es un asesino dueño de un país. Lo mismo, guardando todas las proporciones, es lo que ha sucedido y sucede en Cuba con los Castro. Tanto Putin como Castro, Ortega o Maduro, no son gobernantes en el sentido que se concibe dentro de un orden civilizado, son dueños de fincas. Rusia, Cuba, Nicaragua, Venezuela, no son países, son fincas cuyos propietarios pueden permitírselo todo. Por una razón muy sencilla, no tienen a nadie enfrente. Contra asesinos bien armados y probadamente despiadados, no se puede combatir con pancartas, sanciones y protestas.   

Europa se comportará como una damisela alarmada por la barbarie rusa. La violencia es el único idioma que entienden las autocracias de izquierdas. Pero. Occidente hace mucho que se rindió. Las ayudas a Zelensky, por ejemplo, alcanzan para resistir (¿por cuánto tiempo más?) a Putin, pero no para vencerle. Europa y USA se cuidan mucho de dar armas definitivas a Zelensky. Ucrania no tendrá posibilidades de vencer a Rusia hasta que no tenga la capacidad de bombardear o lanzar una lluvia de potentes misiles contra Moscú. Pero qué digo, ¡si ni siquiera tiene suficientes municiones para fusiles y tanques. Nadie quiere, en verdad, enfrentarse a Putin ni a Rusia, ese sempiterno campo de concentración.

Mientras Occidente es debilitado desde dentro (políticas woke, colonización islámica, multiculturalismo, inmigración descontrolada, ¡Agenda 2030!) por propios y extraños, Moscú, China, y sus aliados hacen exactamente lo que les da la gana sin apenas respuesta de USA, y de Inglaterra, el único país europeo con el que se puede contar a la hora de la necesaria violencia. Si la democracia y la libertad abandonan las armas para defenderse de sus enemigos, no es que vayan a perder: ya han perdido.

Es sólo cuestión de tiempo.