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Opinión

El feminismo de la estafa social

Es una burla dedicar 500 millones de euros al año para mantener a las amigas de Irene Montero, mientras solo se dedican 100 millones a la salud mental de menores y jóvenes

Manifestación del 8M en su paso por la Plaza de Cibeles, en Madrid a 8 de marzo de 2020

No me refiero al “volver a casa sola y borracha”, sino a lo que se ha convertido el feminismo ministerial en el último decenio. Ya sé que es un sustantivo con tantos adjetivos como militantes, pero hay uno que se aferra a las instituciones, al dinero público, al cargo, que es una auténtica estafa.

Sacar las contradicciones y miserias de ese feminismo pijo de ministerio chulísimo no es ser machista ni patriarcal, “machirulo” o “señoro”, sino exigir que no utilicen el dinero público para la ingeniería social. Tampoco es negar la violencia o la discriminación. Es que uno está harto de su supremacismo moral, de la soberbia de su mesianismo político, de que nos abronquen desde su púlpito, de su violencia gestual y verbal, y que encima hurten de mi bolsillo el dinero para insultarme.

El feminismo ha sido la lucha por la igualdad ante la ley en cualquier circunstancia y lugar. Lo que hace ahora este feminismo ministerial es otra cosa. No pueden escudarse en el ejemplo de la mujer discriminada por su maternidad o sexo. Hay muchas injusticias, pero para eso está el Código Penal y los tribunales. Mucho peor es el bullying en los colegios, y no hay un ministerio detrás. O el abuso laboral, y los sindicatos ni están ni se los espera.

El suicidio es la principal causa de muerte entre los 18 y los 24 años, mientras Belarra y sus empoderadas hablan del “feminicidio” de las brujas hace 400 años

Es una estafa social dedicar 500 millones de euros al año para mantener a las amigas de Irene Montero, mientras solo se dedican 100 millones a la salud mental de menores y jóvenes. El suicidio es la principal causa de muerte entre los 18 y los 24 años, mientras Belarra y sus empoderadas hablan del “feminicidio” de las brujas hace 400 años. Es más; se creen progres por poner nombres femeninos a estaciones de tren, mientras hay dos millones de mujeres en paro que también tienen nombre.

Lo suyo no es feminismo, es totalitarismo. Porque es totalitario tratar de imponer un estilo de vida, unas costumbres privadas, y entrometerse en la personalidad de la gente. Las mismas que defienden la diversidad sexual, aborrecen y castigan la libertad para comportarse o pensar de otra manera. Cuando este feminismo exige una “nueva masculinidad” está diciendo que los hombres son malos y hay que cambiarlos.

Están pidiendo la intromisión del Estado en la intimidad de la persona, la familia o la pareja aunque no se vulneren los derechos fundamentales. Eso es totalitarismo. Al igual que lo es mutilar la libertad a golpe de decreto para satisfacer el plan transformador de una minoría que tiene el poder de forma circunstancial. ¿Quiénes son Irene Montero y su grupo para corregir mis costumbres o mi pensamiento si no vulnero los derechos humanos? ¿O para decir que pertenezco a la maquinaria de opresión patriarcal y que por tanto debo ser excluido de la vida civil?

La directora del Instituto de las Mujeres es Antonia Morillas, del PCE. Es una comunista que usa lo que llama “feminismo” como un instrumento revolucionario. Su pretensión es que el “Estado asuma la necesidad de poner la sexualidad en el centro del debate político”. Quizá estamos tan metidos en este marasmo de idioteces que no nos damos cuenta de la patología mental. El deseo de convertir la sexualidad en el centro de la vida de una sociedad o de una persona tiene nombre clínico.

Este feminismo ministerial es una forma de hacer ingeniería social, y presentarlo como un arma preventiva es una demostración de su totalitarismo

No voy a entrar en la cuestión de la decadencia de las civilizaciones para no desviar ni complicar el tema. Basta con decir que es un mal síntoma que un país con el 30% de paro juvenil y esclavizado a las fuentes energéticas de dictaduras, tenga el sexo, algo íntimo, como lo más importante. Ya escribió Julen Freund que la diferencia entre una democracia y una dictadura es el tratamiento de lo privado. De hecho, fue el comunista Che Guevara el primero que hizo campos de concentración para homosexuales.

Este feminismo ministerial es una forma de hacer ingeniería social, y presentarlo como un arma preventiva es una demostración de su totalitarismo. Una democracia reprime el delito. Una dictadura lo previene, lo que es una excusa para el control y la eliminación de las libertades, además de crear ciudadanos de primera y de segunda.

Este feminismo lo hace: para supuestamente prevenir el abuso machista convierte a las mujeres en el primer sexo -que ha sido lo único acertado que ha escrito Zemmour-. Las mujeres, dicen, tienen los mejores valores e intenciones, mientras que los hombres atesoran los peores. De ahí que digan que la guerra es algo masculino, mientras que la paz es de mujeres, que son, siguen mintiendo, las primeras víctimas en los conflictos bélicos. Llegaron a decir que a Putin se le para con feminismo LGTBI.

No han encajado su pretendido feminismo “poscolonial y multicultural” con su postureo antirracial. Todo es una enorme estafa, pero como es con dinero público, parece que da igual

Este feminismo ministerial es de garrafón, sin precisión ni cultura, incapacidad para enfrentarse a la realidad. Luchan contra un mundo que ya no existe desde hace décadas porque los tipos de familias son muchos, y los roles que se juegan en casa y en lo público son múltiples, pero les interesa mantener el cuento para vivir de él.

Mientras, callan lo que es una obviedad: ese modelo de sumisión de las mujeres es más fuerte entre nuestros inmigrantes magrebíes e hispanoamericanos. Irene Montero y su clan del ministerio no dicen nada de esto. Es lógico porque no han encajado su pretendido feminismo “poscolonial y multicultural” con su postureo antirracial. Todo es una enorme estafa, pero como es con dinero público, parece que da igual.

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