Opinión

¿Dónde lo echas?

Aunque esto os sorprenda a muchos: no tengo por qué ser amable con alguien desagradable, solo porque esté gordo

"¿Dónde lo echas'". Es lo que suelo escuchar cuando acudo a una comida o a una cena con gente que no me conoce.

Soy una mujer flaca. Siempre he sido delgada. Y, aunque está tan de moda eso de la gordofobia, “yo he venido a hablar de mi libro”.

Se han empeñado ahora en hacernos creer que solo las mujeres somos juzgadas por nuestro físico constantemente, que se nos ha educado para odiar nuestro cuerpo y que los culpables de este tipo de violencia son los hombres.

Sí, sí, violencia. Porque ya casi es delito decirle a alguien que está gordo. Cosas que pasan, lo que antes era solamente ser maleducado, ahora es ejercer violencia.

Y yo, por más vueltas que le doy, no he conocido jamás a un hombre capaz de hacerme odiar mi cuerpo. Leedme bien, no digo que a lo mejor ninguno lo haya intentado, aunque juraría que es así, pero si lo intentó, os aseguro que no lo consiguió.

Lo sé, sale más barato comprarme ropa que invitarme a cenar. Y ahí está ella: frente a mí, cenando, casi entre lágrimas, una triste ensalada que no lleva ni atún

Y os tengo que reconocer que los ratos más desagradables, todos esos “dónde lo echas”, siempre, sin excepción, vienen de mujeres que están gordas.

Ahí estoy yo: sin perdonar el postre, después de haberme zampado un chuletón de kilo y medio acompañado de patatas panadera y con media docena de croquetas de entrante. Lo sé, sale más barato comprarme ropa que invitarme a cenar. Y ahí está ella: frente a mí, cenando, casi entre lágrimas, una triste ensalada que no lleva ni atún.

Su mirada desde que pedí las croquetas me lo dice todo. Solo tengo una duda: ¿cuándo me va a soltar el comentario desagradable y cómo de desagradable va a ser?

Normalmente, esto sucede cuando me traen el postre

-¿Dónde lo echas? – Pregunta con ese retintín que suena casi a amargura.

-Pues es que a mí no se me va al culo, se me va todo al cerebro. – Respondo con una sonrisa de oreja a oreja.

Con mi respuesta, que me sale ya de manera casi automática, se les cambia la cara. Al mismo tiempo en mi cabeza aparece un cartel imaginario que reza: “FATAL ERROR. Proyecto de amistad FAIL”.

Pero la conversación puede ser mucho más tensa cuando me preguntan cosas como si después de tomar el postre, y con todo lo que he comido, voy a ir al baño a vomitar o me espero a llegar a casa.

Así que no es que pueda comer todo lo que quiero, es que tengo que comer mucho más de lo que quiero y a veces incluso más de lo que puedo, simplemente, para no adelgazar y caer enferma

Y oye, que no pasa nada, porque una persona gorda le puede soltar estas barbaridades y cualquier otra a una flaca, que hay que reírse, porque la víctima es ella y yo soy la persona delgada y represora de cuerpo normativo.

Esta represora de cuerpo normativo que os escribe, resulta que tiene un problema: mi metabolismo quema las calorías que consumo mucho más rápido de lo normal. Así que no es que pueda comer todo lo que quiero, es que tengo que comer mucho más de lo que quiero y a veces incluso más de lo que puedo, simplemente, para no adelgazar y caer enferma.

Esto es un problema. Y por mucho que logres encontrarle alguna ventaja a un problema, no deja de ser un problema. Ni mejor ni peor que el de la persona que tiene un metabolismo lento y, aunque se muera de hambre, engorda. Un problema, al fin y al cabo.

-“Pues qué suerte que puedes comer toda la pizza, hamburguesas, frituras y comida basura que quieras todos los días…”

Lo más sana que pueda

Claro que sí, si quisiera llenar mis arterias de grasa y obstruir mis coronarias para provocarme un infarto, sería una gran suerte. Pero es que me he empeñado en que quiero hacerme viejecita y, a ser posible, lo más sana que se pueda.

Sé lo que tengo que hacer para cuidarme y no perder peso, así que me esfuerzo por tratar de mantenerme en un peso correcto para mi constitución, para mi salud y con el que yo me gusto más. También sé que tengo contraindicado el ejercicio aeróbico, así que, si voy al gimnasio lo único que debería hacer es meterme en la sala de musculación, la sala de las pesas de toda la vida, para que nos entendamos, donde están todos los tíos proyecto de Schwarzenegger haciendo posturitas… y no es un plan que me resulte muy apetecible. Conclusión: no hago nada y se me está poniendo el culo-carpeta. Pero como una reina, me voy a seguir poniendo mi tanga brasileño en la playa y que me critiquen las gordas, mientras disfruto de la brisa marina y me meto en el cuerpo una bolsa de patatas fritas y una Coca-cola con todo su azúcar, aunque no tenga hambre ni sed.

Os han engañado con eso de “la gente me tiene que aceptar y querer tal y como soy”. Es mentira. No tengo por qué aceptarte ni quererte si me caes mal y no me gustas

Así que comprenderéis que no me den ninguna pena estas personas maleducadas que están llenas de complejos e inseguridades y se dedican a echar su rabia y su responsabilidad sobre los demás, en lugar de afrontar sus problemas y hacer lo correcto, como hago yo. Y aunque esto os sorprenda a muchos: no tengo por qué ser amable con alguien desagradable, solo porque esté gordo. Os han engañado con eso de “la gente me tiene que aceptar y querer tal y como soy”. Es mentira. No tengo por qué aceptarte ni quererte si me caes mal y no me gustas. Si te ilusiona que te quiera y que te acepte, gánatelo. Y si te da igual, pues todos contentos, pero sin exigencias entonces, por favor.

Yo asumo que no tengo que caerle bien ni gustarle a todo el mundo y no me genera ningún trauma.

Podría decir que esto es flacofobia, pero es que a mí mis padres me educaron de una forma y crecí en un entorno y una sociedad que no fomentaban el victimismo.

No consigo entender cómo se puede hablar tanto del empoderamiento de la mujer cuando, por otro lado, se lanza el mensaje de que si tienes inseguridades o complejos es normal y, además, es culpa de los demás.

No es que yo esté satisfecha al 100% con mi físico, pero soy feliz, me acepto, me gusto y me quiero. Y nada de lo que tú opines o me digas va a cambiar eso. Lo único para lo que va a servir es para demostrar el tipo de educación que tienes.

Seamos educados y dejémonos de pamplinas, que ser feliz no es tan complicado.