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Opinión

La derrota de 'La Vanguardia'

Rotativa

Tengo entendido que “La Vanguardia”, en su secular trayectoria de oportunismo político, no perdió nunca en los Tribunales. Siempre consiguió comprar a alguien cuando temía una derrota o cuando el adversario se lo ponía muy fácil para que el costo de la transacción fuera mínimo. En esta ocasión he tenido la suerte y el privilegio de que después de tres años de recursos judiciales hayan perdido su apuesta. Intentaron, como siempre, una salida; en este caso pagar la minuta de mi abogado si se avenía a dejarme; él podía poner el precio. La dignidad profesional de José Manuel Morante llevó el caso hasta el final y el Tribunal Supremo ha confirmado la resolución del Superior de Cataluña. Mi despido fue ilegal. 

La sequedad de las sentencias no puede abarcar lo que hay detrás de las palabras. En el verano de 2017 un burofax confirmaba las amenazas de un despido sin más motivos que los políticos. Unos días antes la Dirección del periódico prohibía la publicación de un artículo titulado “Los medios del Movimiento Nacional” -nunca se deben olvidar esas mayúsculas, tan presentes en los que conocimos el viejo Régimen-. Ya habían hecho otro tanto con un artículo sobre el President Pujol, pero esta vez el ambiente estaba ansioso por ir más lejos. Con el despido por burofax se cerraban 30 años de colaboración sabatina, como si alguien hubiera decidido gritar ¡basta! y allanar el camino en el que ya estaba metida “La Vanguardia”. 

Se había introducido la edición en catalán, que tan suculentas subvenciones recibiría de la Generalitat; ya se había publicado y promocionado por toda la prensa de Barcelona el editorial “La dignidad de los catalanes” en el que había más que atisbos de lo que vendría después. Un editorial supuestamente colectivo de la prensa catalana adicta, es decir toda, porque prácticamente toda recibía la soldada de la Plaza de San Jaime, pero que había sido pergeñado por dos plumas de curioso pasado y sorprendente futuro: Enric Juliana y el notario López Burniol, dos adquisiciones del cinismo político de última hora. Uno se arrepentiría porque quizá afectaba a su fortuna como notario emblemático de la ciudad desde el porciolismo y sin un achaque, pasando por todo, incluso por columnista del diario, él, que a duras penas alcanzaba a hacer legibles los pliegos de su surtidísima notaría. Enric Juliana, muy otro espécimen por cuna y fortuna, se avendría en apenas los tres años de la quiebra del proyecto de Artur Mas, virrey de Ítaca, a islas menos montaraces, incluso a la asesoría de  Podemos, donde Pablo Iglesias le consideraba un gran fichaje para la causa. Sancta Simplicitas.

Lo que me afectó como un disparo por la espalda fue que los representantes de la redacción, el Consejo de Redactores elegido por sus compañeros, enviara cartas al director pidiéndole que mis artículos fueran censurados

Pero sí hay algo que me conmovió en el proceso que llevó a mi despido: no fueron mis denuncias verbales a la colusión de intereses entre el director Marius Carol, un trepador que aspiraba a mayordomo, y su esposa Teresa Lloret - “Lloret Asociados”- en el mercado de las relaciones públicas, que llevaba al diario a escenarios cómicos, pero beneficiosos, supongo, para el patrimonio de estos dos perillanes ávidos de un destino. Lo que me afectó como un disparo por la espalda fue que los representantes de la redacción, el Consejo de Redactores elegido por sus compañeros, enviara cartas al director pidiéndole que mis artículos fueran censurados. No una sino dos cartas y dos Consejos de Redactores distintos. Cartas no públicas, como las denuncias de los sicarios, pero que una mano amiga me hizo llegar. La respuesta del director era comprensiva: se tomarían medidas. Y vaya si las tomaron.

Detengámonos en ese gesto. Ni siquiera durante el franquismo tengo noticia de que unos representantes de los periodistas denunciaran ante el director a un colega y plantearan censurar sus artículos. Estábamos ya metidos en el mundo del odio al adversario y eso no hizo más que crecer. Pero al tiempo presenciábamos el estallido de un volcán racista y xenófobo que se nos venía encima y que jaleaban a su manera, impidiendo que nadie contraviniera el discurso único y corrupto heredado del pujolismo. Cuando los propios colegas te niegan el saludo y conspiran contra tus libertades, prepárate, porque el Poder sabe que tienes los días contados. Conservo las dos cartas firmadas por esos miserables de la pluma, y las respuestas del director. Las publicaría para escarnio si alguien, además de sus familiares a la hora de comer, los conociera por algo que no fuera su anónima inanidad.

El silencio ante mi despido fue estruendoso, valga el oxímoron. La Asociación de la Prensa, aquí llamada fatuamente Colegio de Periodistas, me advirtió que ellos no podían criticar a “La Vanguardia” porque era su principal espónsor. Como si los líderes sindicales de los talleres llevaran grabados en la frente el nombre de sus patronos. Salvo tres excepciones, tres, nadie dijo ni escribió nada. En Cataluña, como demuestra el caso Palau, la familia Pujol de la omertá y el día a día del pandillero de las dos acepciones -Rufián de apellido y de oficio-, no es posible encontrar competidores sino socios y compadres. Está escrito hace  años: esto es un oasis con demasiados camellos y poca agua.

No es banal que Enric Hernández pasara de dirigir “El Periódico de Cataluña” a Televisión Española; todos son actos de servicio. Quizá el secreto estaría en saber cuándo se rompió aquella prensa temeraria anterior al franquismo para luego seguir los avatares de un gremio aún más abducido que la prensa de provincias. Están felices de leerse, de enterarse por las esquelas de los socios que van cayendo y de que alguien les mantenga el narcisismo intacto, aunque tengan el cuerpo entero hecho una roncha.

Cuando me echaron del diario emblemático de Cataluña me ofrecieron escribir en el digital catalán “Crónica Global”. “Las primeras semanas no escribas sobre La Vanguardia”, me sugirió el director. Tenía su lógica tratándose de un medio discreto con algunos compromisos, pero cuando pasado casi un año me propuse referirme al Conde de Godó y a la Vanguardia me di cuenta de que no había entendido bien el lenguaje. Si se dice “de momento” significa “siempre”. Me levantaron el artículo con disculpas hasta que me explicaron el motivo real. Lo mío lo interpretaban como venganza. O sea, que te echan a los perros y cuando te sublevas te califican de vengativo porque les comprometes. El artículo de marras figura en el libro “Crónica personal de Cataluña”, basta con mirarlo. Ahora estoy aquí con ustedes y a fe que tengo la confianza de que podemos llegar a ser viejos amigos, sin complicidades, como gente libre. 

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