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Opinión

Cruces de hierro

La presidenta del Parlament, Núria de Gispert, impone la medalla de la presidencia de la Generalitat al líder de CiU, Artur Mas.

Torra ha concedido las Creus de Sant Jordi un año más. No creo que ningún santo quiera tener nada que ver con según que galardonado. Nuria de Gispert, verbigracia.

La degradación de lo relacionado con la Generalitat y, en especial, con el Govern, cotiza a la baja de manera tremenda. El separatismo ha reducido a broma privada lo que debiera ser de todos los catalanes, llevando su sectarismo hasta tales extremos que hace falta ser adepto a la secta lazi para sentir como propios TV3, los discursos de Torra o las Creus de Sant Jordi.

Pero lo de este año rebasa todos los límites. Los premiados son tan descaradamente de la cuerda que resulta ridículo imaginar que se les pueda conceder la Creu por nada que no sea su afección al régimen. Ahí tienen a Núria de Gispert, que se ha distinguido por exhortar a Inés Arrimadas a que se fuera a su pueblo. De Gispert, que antaño se hacía fotografiar como hada buena – busquen en internet, porque no tiene desperdicio – se ha mostrado supremacista en tantas ocasiones contra quienes califica como españoles que vomitan bilis, que no puede concebirse como una institución mínimamente decente pueda premiarla con nada que no sea el desprecio.

Los premiados son tan descaradamente de la cuerda que resulta ridículo imaginar que se les pueda conceder la Creu por nada que no sea su afección al régimen

De Gispert encarna la peor cara de la neoconvergencia, la que reflejase tan bien Marta Ferrusola cuando explicaba que había días en los que sus hijitos no podían jugar en el parque porque solo había niños castellanos. Es una mujer de poca o ninguna capacidad intelectual que nada dejará tras de sí salvo una presidencia sectaria y cerril – que se lo pregunten a Jodi Cañas -, unos exabruptos dignos del mismísimo Jean Marie Le Pen, una fidelidad perruna a Mas y esa cruz que ahora le dan como premio a los servicios prestados. ¿Y cuáles son? Sembrar odio, discordia, desprestigiar su rol institucional y ser apologista del peor de los pecados, el del supremacismo.

De Gispert no es la causa, sino la consecuencia. El sistema catalán es un vertedero en el que las leyes de la lógica se han invertido, y la basura es lo mejor mientras que las flores son material de incineradora. Que una buena burguesa como ella se encuentre cómoda alternando con etarras, terroristas catalanes, cupaires incendiarios de containers y CDR sobrepasa mi imaginación, pero así es. Los moderados demócrata cristianos devenidos en furibundos hooligans, los que, partiendo de familias acomodadas y de barrios altos, han terminado por aplaudir a rabiar a Otegui, a Sastre, a Boye, serán motivo de estudio para historiadores y no lo duden, para psiquiatras.

De Gispert hubiera sido en cualquier otro país una señora más preocupada por su imagen y por su tendencia a engordar que a la dialéctica incendiaria y filo fascista, pero en mi tierra las plantas que nacen torcidas no tienen nadie que las enderece. Así hemos acabado, con una parte de la sociedad que piensa de Puigdemont que es un noble proscrito, del 1-O que fue una fiesta pacífica y justa o de Arrimadas que no tiene más opción que marcharse, porque aquí sobra.

Ante tamaña amputación de todo lo que supuso para Europa el Renacimiento, la revolución francesa o los avances sociales, el vacío se abre monstruoso y fagocitador de toda lógica, de todo humanismo. De Gispert es como es porque quienes la condecoran son como son. No hay más. En su mundo no hay lugar para nada que no forme parte del ideario lazi consistente en buenos y malos catalanes.

Bien pudieran reconvertir una distinción que denigra a quien la posee y no la devuelve como hizo la gran Rosa María Sardá en algo más acorde con sus propósitos: dejar de llamarlas cruces de San Jordi para denominarlas Cruces de Hierro. Aunque ni eso, porque esa medalla se concedía en Alemania por méritos de guerra, por el valor, por la audacia, por el sacrificio. Y si era con hojas de roble, diamantes y espadas, constituía junto con el Max Azul, la famosa Pour le Merite, el más alto honor.

A esta gente le sería imposible lograrlas, porque no tienen ni un ápice de nada de lo anteriormente dicho.

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