Opinión

Contra la apología del sanchismo

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz firman el acuerdo de gobierno.
Yolanda Díaz y Pedro Sánchez en una imagen de archivo. EFE / EMILIO NARANJO

Pedro Sánchez es seis años menor que yo, que tenía 11 años en las primeras elecciones generales. Él no recordará la ilusión —e incluso el miedo— con la que los españoles acudieron a votar en masa tras cuatro décadas de franquismo. Yo, sin embargo, conservo vívido el recuerdo de mi padre intentando—medio en broma, medio en serio— convencer a mi madre para que votara a UCD. Hijo de un albañil anarquista, era un niño cuando empezó la guerra civil, y nunca olvidó cómo cantaban los milicianos cuando pasaban por delante de su casa de Vallecas camino del frente… ni cómo volvían de él llorando. Aquello le marcó para siempre; quizá fue entonces cuando los rojos —como su propio padre, indultado in extremis por un conocido que estaba al mando del pelotón de fusilamiento— se convirtieron en sinónimo de caos y fracaso  para él, que siempre resumió la  posguerra en una sola palabra: “hambre”. Y como niño que se hizo hombre subido a un andamio desde el que fundaría su propia empresa, temía que la democracia volviera a llevarnos al lugar del que a  España y a él tanto les había costado salir.

Entonces sus batallitas sobre la guerra nos hacían resoplar de aburrimiento, ni siquiera mi madre —bastante más joven— le prestaba mucha atención. Y en aquellos primeros comicios se lo quitó de encima como a una mosca cojonera cuando él, con mucha guasa,  le tendía el sobre con la papeleta de Adolfo Suárez. Pero ella no se dejó convencer e,  influenciada por la modernidad que prometía el PSOE  y por sus hermanos pequeños —esos socialistas buenos a los que apelaba Feijóo—, votó a Felipe. A medida que fue madurando, especialmente a raíz de que empezara a trabajar en la empresa familiar, se volvió más conservadora. ¡Cómo se estremeció cuando Alfonso Guerra llamó a Adolfo Suárez  “tahúr del Misisipi, con su chaleco y su reloj"!

Sí, el mismo Alfonso Guerra que ahora se chotea de la insustancia de Yolanda Díaz, vicepresidenta de las gentes,  y que se junta con Felipe González para despotricar contra Pedro Sánchez y advertirnos de los peligros de  la amnistía. Sin embargo, estos padres de la patria que ya sabían de que pie cojeaba el galán, han vuelto a votarle incluso cuando el cuerpo les pedía votar a Feijóo (en el vídeo al que he enlazado, Felipe se burla de que Yoyolanda pretenda dar lecciones políticas al gallego). Salvo honrosas excepciones, como Joaquín Leguina y los pocos socialistas valientes que publican en las redes su voto negativo en la consulta a la militancia,  se diría que los zurdos sienten que cuando no votan a los suyos están traicionando a su Dios. Aunque no todo se explica por la fe.

El artisteo patrio está tan acostumbrado al calorcito de nuestros impuestos que llaman “censura” al hecho de que aquellos a quienes insultan a diario hayan dejado de subvencionarles

Días atrás vi un vídeo en el que el actor Miguel Rellán se queja de las carencias del sistema educativo —implementado por el PSOE, que promociona la burricie frente a la excelenciay de que el PP y Vox le hayan “censurado” obras de teatro allá donde gobiernan. Y, claro, entre censura y libertad, Rellán elige la amnistía.  El artisteo patrio está tan acostumbrado al calorcito de nuestros impuestos que llaman “censura” al hecho de que aquellos a quienes insultan a diario hayan dejado de subvencionarles. Pero lo cierto es que, a pesar del  rasgamiento de vestiduras, nadie ha censurado a Rellán: nadie le ha prohibido estrenar en teatros privados obras montadas con su propio dinero. Pero al español medio no le llegan estas disquisiciones semánticas, sino sólo el mensaje de que Vox y PP censuran a los pobrecitos actores.

Y puedo entender que la farándula defienda rabiosamente cada “cambio de opinión” de Sánchez, pues su lujoso tren de vida le va en ello. Lo preocupante es que muchos socialistas cultos y competentes, admitan —incluso antes de que Sánchez lo ratificara— que se aprobará la amnistía para que él siga en el poder. Que no les importe que unos españoles tengan patente de corso para saltarse la ley y, encima, quizá hasta acabemos indemnizándoles por haber intentado impedírselo. Que sepan que perdonar todos los pecados a Puigdemont y los suyos no va a traer ninguna concordia a Cataluña ni va a ser bueno para España y, aun así, prefieran dispararse en el pie: cualquier cosa para impedir que gobierne la derecha. Y te lo dicen así, tan tranquilos, mientras se toman una caña contigo, justo antes de preguntarte por la familia. Ellos ya han interiorizado que una dictadura de izquierdas es preferible a la alternancia en el poder; ahora interiorízalo tú.

Sólo gobernará la izquierda

Pienso hoy en los temores de mi difunto padre y en las proféticas palabras de Albert Rivera, no por malogrado menos visionario. Está claro que si el sistema hubiera previsto mecanimos para controlar —y frenar— a quienes detentan el poder, no habríamos llegado hasta aquí. Y me pregunto, si la izquierda habla a calzón quitado de que sólo gobernarán ellos, ¿podemos quitarnos ya la careta quienes hemos dejado de creer en la democracia?

Franco, hijo de puta, vuelve.


(Sr. Juez: lo de Franco es una licencia poética, una pintada que vi hace años en un polígono industrial, no apología del franquismo).

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