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Opinión

Concordia

Adolfo Suárez recibe de manos de Don Felipe el premio Príncipe de Asturias de la Concordia

Un gran amigo me invita a releer (o a ver en YouTube) el discurso con el que Adolfo Suárez recibió el premio Príncipe de Asturias de la Concordia, el 13 de septiembre de 1996, en Oviedo. Es una de las piezas maestras de Fernando Ónega, que escribía todo lo importante que leía Suárez, y fue la letra de uno de los momentos más altos en la vida del presidente: allí, en el abarrotado teatro Campoamor de Oviedo, estaban numerosísimos amigos y casi todos los enemigos de Suárez, que aplaudieron de pie y largamente, sonrientes y mansos como procuradores en Cortes.

El texto, que el presidente leyó deprisa y mal porque estaba muy nervioso (no es fácil leer delante de Julián Marías, Helmut Kohl, Indro Montanelli, John H. Elliot o Joaquín Rodrigo), es magistral. Fíjense: "La lucha política, la controversia, el debate, el disentimiento, el conflicto, no constituyen una patología social. No son acontecimientos negativos. Al contrario, a mi juicio, reflejan la vitalidad de una sociedad (…)  Creo que nadie, en política democrática, posee la verdad absoluta. La verdad siempre implica una búsqueda esforzada que tenemos que llevar a cabo en común, desde el acuerdo de convivir y trabajar juntos. A esta convivencia libre y pacífica, a esa concordia, nos impulsa como necesidad no solamente el pasado histórico, sino el presente y el futuro. Esa concordia está fundada en realidades comunes económicas, sociales y políticas que, a mi juicio, son indiscutibles".

Y por último: "La transición fue sobre todo, a mi juicio, un proceso político y social de reconocimiento y compresión del 'distinto', del 'diferente', del 'otro español' que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me impulsan y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que completa mi propio 'yo' como ciudadano y como español, y con el que tengo necesariamente que convivir porque sólo en esa convivencia él y yo podemos defender nuestros ideales, practicar nuestras creencias y realizar nuestras propias ideas".

Quejas y aspavientos

Es imposible no traer la mente al ahora mismo cuando se lee eso. Continúa en estos días, larga, repetitiva y tediosa como una procesión de la Semana Santa de mi pueblo, la lenta danza en círculos de Sánchez e Iglesias, que bailan alrededor del fuego del poder, que se miran a los ojos pero no se ven, ni se tocan, ni tratan de comprenderse. Decía Suárez en aquel discurso que "los españoles conseguimos en doscientos días lo que no conseguimos en doscientos años", y se refería a la recuperación de la democracia. Pues a estos dos les pasa igual. Llevan cuatro meses dedicados al agotador ejercicio del mohín, del melindre, del dengue, del remilgo, a veces del aspaviento quejoso, declarando en público cada vez que pueden quién quiere menos a quién, cuál de los dos es más desconfiado, más rencoroso, más taimado, más zorro y más desleal. Son amores contrariados que, por lo interminables, parecen sacados del guion de una telenovela venezolana.

Yo creo que esto no es exceso de estrategia sino falta de práctica. Miren ustedes lo que ha pasado en Italia, por ejemplo. El socialdemócrata Matteo Renzi, del PD, y el populista inclasificable y clown Beppe Grillo, del "Movimiento Cinco Estrellas", llevan años, bastantes años, insultándose el uno al otro con verdadero ahínco. Se detestan con furia y se han dicho mutuamente cosas casi tan asquerosas como las que cada semana me dedica a mí el troll Julio Casanova, bajo diversos nicks, en el foro de comentarios a estos artículos, foro que él ha convertido en una sentina. Quiero decir que el desprecio y seguramente el odio personal entre Renzi y Grillo no puede ser mayor. No es fingimiento con objetivos propagandísticos, como pasa tantas veces. Es odio de verdad.

Pues se han puesto de acuerdo en menos de dos días. El neofascista Salvini se pasó de frenada en un juego de manos para derribar a su propio Gobierno y los otros dos vieron hueco para mandarlo al trastero y mantener al mismo primer ministro títere de Salvini, Giuseppe Conte, que ahora ya no se sabe si será títere o qué será, pero que ahí sigue. Es el más asombroso juego de prestidigitación política que yo conozco desde el de Talleyrand, que fue ministro, diputado, embajador o cosa semejante con Luis XVI de Francia, con la Revolución, con Napoleón y por último con la restauración monárquica de Luis XVIII. Como el español Rodolfo Martín Villa, no se bajó del "coche oficial" desde que cumplió los treinta años hasta que se murió con 84.

Todos los políticos, nuevos o viejos, comprendieron y asumieron que hay cosas que están por encima de los intereses de los partidos

La pregunta sale sola: si Renzi y Grillo, que desde hace años rezan cada uno por la noche para que el otro se muera, han conseguido ponerse de acuerdo para formar Gobierno en Italia en dos días, ¿qué rayos les pasa a Sánchez y a Iglesias? ¿Cómo puede ser que sigan enredados, desde hace más de cuatro meses, en el soporífero rigodón de los desconsuelos y las susceptibilidades y los reconcomios y los mosqueos? ¿Qué son? ¿Adolescentes inseguros? ¿Estrategas de salón? ¿O simplemente jugadores de ventaja?

Decía Suárez en aquel famoso discurso que la transición fue un éxito por la concordia; es decir, porque todos los políticos, nuevos o viejos, comprendieron y asumieron que hay cosas que están por encima de los intereses de los partidos y sobre todo de los intereses personales. En aquella inaudita partida de ajedrez todos renunciaron a una jugada: el enroque. Que es, precisamente, lo que están exhibiendo estos dos escamones desde las elecciones de abril. Uno y otro parecen apostar, más cada día que pasa, por la larga cambiada de las nuevas elecciones, lo cual les haría merecedores de un castigo electoral ejemplar: hace años que no se ve un Congreso con una mayoría más obvia, con una suma más evidente. Eso fue lo que decidimos todos al votar. El trabajo de los dos bailarines es ponerse de acuerdo, porque la posibilidad de que tengamos que volver a las urnas por culpa de las espinitas personales y las cuentas de la vieja de estos polluelos es, en sí misma, una vergüenza.

Decía Suárez en aquel discurso que, para superar las dificultades presentes y futuras, "los españoles puede que sólo tengamos que hacer una cosa: cultivar día a día, allí donde nos encontremos, la buena semilla de la concordia". El problema es que, para conseguir la concordia, solamente hace falta una cosa: voluntad.

Venga, chicos. Que hasta el cuerpo incorrupto de Jordi Pujol ha brindado hace tres días, en Barcelona, por el Rey y por la Constitución, en una comida elegante. Que llevamos cuatro meses esperando, nenes. Que ya está bien.

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