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Opinión

Por qué me alegro de la derrota de Nadia Calviño

Nadia Calviño: "Teníamos apalabrados diez votos, pero algún ministro no hizo lo que dijo que haría"

El jueves pasado, un día antes del óbito, Ernesto Ekaizer, un insigne periodista argentino que ha hecho  fortuna en España fabulando en pos del socialismo escribió el siguiente tuit: “Está hecho. Merkel y Macron necesitan que un país de Europa del Sur presida el Eurogrupo ante la crisis en curso, a diferencia de lo que ocurrió con Junker y Dijssolbloem entre 2005 y 2018. España presidirá el Eurogrupo, lo que quiso y no logró Rajoy”. No hay nada más que añadir sobre la estulticia humana pero sí sobre la soberbia, además de la ignorancia, que acompaña a estos personajes que engrosan la izquierda caviar y que no se enteran de nada, pero que siguen contaminando con sus excrecencias bien remuneradas.

Apoyo de Alemania

El domingo pasado estaba desayunando en el bar Jean, en la Ciudad de los Periodistas de Madrid, que regenta Clever, un gran amigo uruguayo votante de Podemos, y se arrimó una vecina de edad provecta, la señora Maria Teresa, que es partidaria de Vox. Solemos pegar la hebra con satisfacción mutua, y en un momento determinado me dijo: “Yo me alegro mucho de que Nadia Calviño haya fracasado, pero a veces siento cargo de conciencia. ¿Me debo sentir por eso antiespañola?”. 

Yo la tranquilicé al instante. Le dije: “No se preocupe señora. Yo me alegro igual que usted de que la señora Calviño haya fracasado en su apuesta por ser la presidenta del Eurogrupo y me siento tan perfectamente español como usted. Si cabe un apunte adicional, cabría decir que me siento más español que nunca. ¿Se imagina usted lo que habría ocurrido en este país si Calviño hubiera sido elegida? ¿Se imagina el circo que habría montado el petimetre que nos gobierna, aquel que en su momento se alegró públicamente de la derrota del ministro de Economía Luis de Guindos en el mismo trance porque, según declaró, “no estaba cualificado para el puesto y porque no bastaba con el apoyo de Alemania”?  “Ahora que van a dar las doce, y que las campanas de la iglesia tocan a misa, tómese un martini a mi cargo”.

El Gobierno de Rajoy, del que era ministro de Economía Luis de Guindos tuvo que hacer frente a una situación crítica, a una España quebrada por el presidente Zapatero

La diferencia entre el señor de Guindos y la señora Calviño es que el primero sí que estaba capacitado para el cargo y la segunda no. El Gobierno de Rajoy, del que era ministro de Economía Luis de Guindos tuvo que hacer frente a una situación crítica, a una España quebrada por el presidente Zapatero, que nos había legado un déficit público del 11 por ciento del PIB y una prima de riesgo que llegó a rondar ya con Rajoy en el poder los 600 puntos básicos. Es decir, estábamos a punto de no obtener financiación internacional, como les ocurrió a Grecia, a Portugal e Irlanda. Éramos carne de cañón.

En aquella tesitura tan desagradable, el señor de Guindos se presentó ante Bruselas y pidió un rescate limitado, de 100.000 millones, destinado exclusivamente a sanear las cajas de ahorros que estaban al borde de la liquidación por la impericia de Zapatero, de la ministra Elena Salgado y del gobernador del Banco de España de la época, Miguel Ángel Fernández Ordóñez. Ese dinero fue concedido. Ese dinero fue utilizado no como dice el iletrado vicepresidente Iglesias para salvar a la banca -la privada no necesitó ni un euro de ayuda- sino para rescatar a los depositantes, a los españoles de a pie, a los ciudadanos corrientes que habrían perdido todos sus ahorros en caso de que se hubiera producido una corrida bancaria y se hubiera desatado la desconfianza general en el sistema financiero hasta el punto de que las cajas no pudieran hacer frente a la devolución requerida de los depósitos.

Sistema bancario eficaz

Aquella resultó ser una obra maestra que nos permitió salir de la crisis y tener hoy uno de los sistemas bancarios más eficaces, sanos y competentes de Europa. ¡Aunque por el momento!, porque la mora que va a desatar la pandemia y el desempleo brutal en que vamos a incurrir obliga a la cautela absoluta.  Aquel rescate ‘light’ no fue gratuito. Se nos impuso una autoridad fiscal independiente para controlar desde dentro las cuentas públicas al milímetro, que por cierto presidió hasta hace poco el fatuo ministro actual Escrivá, que después de porfiar por la austeridad ha habilitado una subvención masiva ‘sine die’ que fomentará la dependencia y la molicie de por vida. Y además a cambio, el Gobierno tuvo que aprobar una reforma laboral, incluidos los ERTES -una figura legal que no existía hasta entonces, y que es la que está haciendo posible que podamos sortear la crisis solo en condiciones relativamente mejores que si no se hubiera ideado- y que el Sánchez irresponsable que nos gobierna junto al iletrado Iglesias amenazan con liquidar.

Todavía está Pablo Iglesias porfiando por que esos millones que fueron a proteger a los españoles en situación más precaria se devuelvan mientras alienta el movimiento okupa

Lo que quiero decir con esto es que, contra lo que en su momento sostuvo el señor Sánchez, el señor De Guindos estaba perfectamente preparado para ocupar el cargo de presidente del Eurogrupo. Había salido exitoso de una petición de rescate. Había cumplido escrupulosamente con las contrapartidas exigidas por la Unión Europea. Y finalmente, de los 100.000 millones sólo hubo que emplear la mitad. Todavía está el necio de Iglesias porfiando por que esos millones que fueron a proteger a los españoles en situación más precaria se devuelvan mientras alienta el movimiento okupa que ataca el bien más preciado de cualquier persona, que es la propiedad privada. El señor de Guindos en todo caso tenía un estigma indeleble. Era el ministro de un país rescatado. Y era el ministro de un país tradicionalmente sucio desde el punto de vista fiscal.

El caso de la señora Calviño es absolutamente diferente. En su momento, la señora Calviño fue una más entre los cuarenta directores generales que prestan sus servicios al aparato de Bruselas. Nada menos pero tampoco nada más. Y lo que es peor, la señora Calviño es la vicepresidenta tercera del gobierno más radical de todo el Continente. Es la ministra de Economía de un Ejecutivo montaraz que llegó a pactar con los etarras de Bildu la derogación de la reforma laboral bendecida en toda Europa. Es la ministra que se sienta en la mesa del Consejo con un comunista patológico que quiere romper con la Constitución, derribar la Monarquía y que es un machista consumado que desea un país gobernado por el socialismo que ha conducido a la pobreza allí donde se ha puesto en práctica.

Complicidad y coartada

A diferencia de lo que durante estos días han pensado algunos del Ibex 35, más la plutocracia española de toda la vida, la ingenua patronal CEOE y toda la recua de empresarios rentistas de este país -de los que viven de los precios públicos y de la concesión estatal-, la señora Calviño es una cómplice de este Gobierno. Sólo ha sido una coartada para jugar al despiste, pero una coartada que no habría impedido en ningún caso una política que nos conducirá a la ruina sin remisión.

Su eventual triunfo en la presidencia del Eurogrupo ni habría evitado la deriva leninista del Gobierno, ni habría debilitado la posición de Iglesias y de los incompetentes que le rodean -entre ellos la ministra comunista de Trabajo Yolanda Díaz, sólo apreciada porque viste tan bien como Tamara Falcó, y es resultona, pero que tiene minado de sicarios su Departamento para perseguir a los empresarios, trabajar en favor de los sindicatos y en contra del bien común-. La elección de Calviño jamás habría supuesto un cambio de envergadura en lo que siempre ha sido el propósito fundacional de este Gobierno: construir un país feminista, ecologista, igualitario, divisivo, enfrentado, guerra civilista y, desde el punto de vista económico, completamente ineficiente.

Irlanda ahora está de nuevo en forma. Tiene su sistema financiero arreglado, goza de superávit por cuenta corriente y conserva un sistema fiscal envidiable que atrae inversión exterior

Esto es justamente lo contrario de lo que nos propone el nuevo presidente del Eurogrupo, el ministro de Economía irlandés Paschal Donohoe. Irlanda es un país muy pequeño pero una gran nación habitada por gente recia. Allí todos son como esos boxeadores que a pesar de estar noqueados se levantan siempre de la lona. En los que el entrenador tiene prohibido explícitamente tirar la toalla pase lo que pase. Irlanda sufrió una embestida brutal con la crisis financiera de 2008. Su sistema bancario colapsó. Le era imposible obtener financiación exterior. Tuvo que pedir el rescate. Ahora, algunos años después, está de nuevo en forma. Tiene su sistema financiero arreglado, goza de superávit por cuenta corriente y conserva un sistema fiscal envidiable que atrae la inversión exterior. Los periodistas como Ekaizer siempre dirán que hace competencia desleal, y que es una suerte de paraíso fiscal, pero este sólo es el recurso de los incompetentes y de los ignorantes que no soportan el éxito ajeno.

En el fondo, es el reflejo de la envidia que corroe a España, incluso a algunos países de Europa que no toleran el rendimiento de los que lo hacen bien. Siempre le irá mejor a España con un presidente del Eurogrupo irlandés que, bragado en la derrota y el fracaso, sabe bien que nada es gratis en la vida, que cualquier esfuerzo tiene su precio. Donohoe será siempre mucho mejor que una ministra mona, guapa y presentable pero finalmente cómplice del peor presidente que ha gobernado la nación desde Fernando VII. O desde que Zapatero impulsó el cambio de régimen y desató la segunda guerra civil sorda, sin armas, que seguimos padeciendo.

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