Opinión

¡Alfonso, bréalos!

El exvicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra

El retorno al ruedo de esos dos diestros de la política, Felipe y Alfonso, no defraudó al respetable, porque ahí había más experiencia, más inteligencia, más sentido del estado y más mala leche que en todo el gobierno y aliades juntos. Lo de la presentación del libro de Guerra sería lo de menos, aunque habrá que leerlo.  El interés de la afición radicaba en ver como aquellos dos en un mano a mano no por esperado menos importante devolvían el sanchismo al corral por manso. Recordaba servidor aquel mitin en Andalucía cuando un espontáneo le gritó a Guerra, por entonces todopoderoso en el PSOE aunque menos en el gobierno, que para eso las élites habían impuesto a Narcís Serra y a Boyer en el ejecutivo, aquel sonoro “¡Alfonso, bréalos!” aplaudido hasta el delirio y recibido con sonrisa lobuna por parte del orador. Y los breó, vaya si los breó. Soltó algunas perlas como la clásica “¡Pero si a la derecha sólo le faltan los correajes!”.

La usé mucho en la imitación que hacíamos de él en el añorado “Jardín de los Bonsáis”. Y es que, seamos sinceros, Guerra ha sido el fabricante de frases malévolas más divertidas y felices de nuestra Transición. A Suárez lo llamó tahúr del Mississippi, a Aznar el tío del bigote, a los que exigían cambios en el partido los renovadores de la nada y así podríamos hacer un libro de lo larga que es la lista.

No podía, por tanto – Guerra tiene querencia – obviar la frase que da la puntilla. Y así se lo dijo a Yolanda Díaz, “¡Pero si esa va de peluquería en peluquería!”. Mortal y definitiva. Eso sí que es una estocada hasta la bola. A ese Guerra querían ver los socialistas que miran y no se creen lo que ven con este PSOE podemizado, puigdemontizado y, lo que es peor, batasunizado. Bien estuvo el reparto de bofetadas que hicieron Felipe y Guerra; el primero, lanzaba las cargas de profundidad empleando como hombre de estado, como persona con experiencia, como socialista histórico.

La verdad es que tamaño nerviosismo solo puede indicar una cosa: si Felipe y Guerra se lo proponen, esto del sanchismo se acabará más pronto que tarde

El segundo, ¿qué quieren qué les diga?, Alfonso es Alfonso y sabe muy bien que su papel es el de agitador, aunque tengo para mí que ha leído más libros Guerra que Felipe y que sabe más de teoría y análisis el primero que el segundo. Recuerdo que en una entrevista que me concedió – una hora de radio que se pasó volando – hablamos de Gramsci, de Berlinguer, de Krause, de Karl Popper e incluso de Anselmo de Lorenzo. Pues bien, este ilustrao, como le llamaba mi buen amigo Paco Parras, ha sido el encargado de abrir el melón para la sucesión del figura monclovita. Ahí estaban Page, Lambán y Nicolás Redondo. Y también estaban muchos socialistas cabreados con Sánchez. Los de la banda del Mirlitón de Ferraz han entendido la gravedad de lo que ayer empezaba a cocerse, pero ya de manera pública, y no han tardado a vomitar sus consignas. Que si son los socialistas del Antiguo Testamento – cuidadín con los símiles bíblicos, que en el Nuevo al protagonista lo acaba traicionando uno de los suyos y termina el pobre crucificado -, que si no representan a nadie, en fin, solo les ha faltado decir que van a expulsar del partido a Felipe y a Guerra.

La verdad es que tamaño nerviosismo solo puede indicar una cosa: si Felipe y Guerra se lo proponen, esto del sanchismo se acabará más pronto que tarde. Porque Alfonso – y Felipe – han decidido brearlos y, amigo, a estos dos toreros del arte no hay morlaco, por mucho que escarbe con las manos y los taurinos me entenderán, que los asuste.

Prepárense. Que suena el clarín y se abre la puerta de toriles.