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Opinión

Alemanes, qué envidia

Si no fuese por el clima y por el idioma, que siempre se me ha resistido, a mí no me importaría ser alemán. En su conducta política, al menos

El nuevo canciller alemán Olaf Scholz

Flores. ¿Se dan ustedes cuenta? Al nuevo canciller de Alemania, Olaf Scholz, le regalaron flores en el Bundestag en el momento de su proclamación. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Es verdad que regalar un ramo de flores al nuevo primer ministro es una especie de tradición en Alemania, siempre se hace, pero es que a Scholz no le dieron un ramo: le entregaron tres, cuatro, cinco, no sé cuántos, aquello casi parecía el concierto de Año Nuevo en Viena.

Más o menos como aquí.

Toda la Cámara en pie para aplaudir, con carácter institucional, al nuevo canciller. ¿Toda? No, claro, no toda. Allá al fondo, los diputados de la extrema derecha (AfD, Alianza para Alemania) permanecieron sentados y enfurruñados. Pero no le importó a nadie porque, en ese país que regala flores a los nuevos primeros ministros, todos los políticos están de acuerdo en una cosa: a la ultraderecha, ni agua. Nadie pacta con ellos ni llega a acuerdos, ni en el gobierno federal ni en ningún otro. Es verdad que tienen 83 diputados en el Bundestag (han perdido 11), pero eso, entre 736, apenas molesta. También es verdad que ya no llevan camisas pardas ni correajes al Parlamento, como hacían sus abuelos hace casi cien años, pero todo el mundo sabe quiénes son y qué harían si pudiesen: lo mismo que hicieron en 1933, acabar con la democracia. Por eso todos los partidos, sin excepción, están de acuerdo en que, si hay que llegar a compromisos para gobernar, los conservadores pueden pactar con los socialdemócratas, o con los liberales, o con los verdes, o con el mismísimo demonio, pero jamás con la extrema derecha. Porque todos saben que eso es una indecencia política que pone en peligro la libertad de todos los ciudadanos. Dicho de otro modo: los políticos alemanes de todos los partidos anteponen siempre el bien de la nación a sus propias ambiciones de poder y a sus cálculos partidistas.

Es decir, más o menos como aquí, ¿verdad?

A Olaf Scholz, el señor de las flores, le ha llevado nueve complicadísimas semanas formar un gobierno de equilibristas, un gobierno extraño y difícil de comprender: compartirá el poder con los Verdes, que están claramente a su izquierda, y también con el FDP: los liberales, mucho más conservadores que los otros dos socios del gobierno. Pero eso, para los alemanes, es completamente normal. Tienen costumbre. Los socialdemócratas y los conservadores han gobernado juntos (sí, pásmense) durante los últimos siete años, bajo la dirección de Angela Merkel. Y es la cuarta vez que hacen eso desde 1949.El nuevo canciller, el izquierdista Scholz, ha sido ministro de Finanzas y vicepresidente del gobierno durante los últimos tres años, y ministro de Trabajo durante otros dos, entre 2007 y 2009, siempre con la conservadora Merkel como presidenta. Y, que se sepa, no ha habido aullidos, ni tragedias, ni insultos en la Cámara todos los días de Dios. Tampoco ha habido nada de eso ahora, cuando Scholz (ganador por muy poco de las últimas elecciones) ha formado ese gobierno raro y aparentemente funambulista con los Verdes y con Ciud… perdón, con los liberales. Nadie ha empezado a vociferar que se va a romper Alemania ni que el país está al borde del Apocalipsis.

Qué curioso. Lo mismo que aquí, ¿verdad?

En la memorable sesión parlamentaria del miércoles pasado estaba presente la ya excanciller, Angela Merkel. Pero en la tribuna de invitados: ya no es diputada. Y la mascarilla que llevaba no dejaba lugar a dudas. Se hinchaba y se deshinchaba muy deprisa, como si Merkel estuviera jadeando. Es lógico. Toda la Cámara, de nuevo en pie (toda menos los de Vo… perdón, los de la extrema derecha de allí), aplaudieron a Merkel durante casi minuto y medio, para agradecerle su enorme trabajo durante los últimos 16 años. Es normal que esta mujer se emocionase.

Aquí te aplauden (ya lo sabemos) los tuyos y nadie más. Allí, en Alemania, parece que hay un concepto algo diferente de lo que es la historia, de lo que son las formas

Es decir, casi casi igual que sucedió en nuestro Parlamento cuando dejaron el Gobierno Felipe, Aznar, Zapatero y Rajoy, y lo mismo que sin duda sucederá cuando, un día u otro, Ayuso logre reemplazar a Sánchez. Aquí te aplauden (ya lo sabemos) los tuyos y nadie más. Allí, en Alemania, parece que hay un concepto algo diferente de lo que es la historia, lo que son las formas, de la importancia de la buena educación y, esto sobre todo, de para qué sirve el poder. Y para qué no.

¿Es Alemania un país perfecto? No, en absoluto. Tiene problemas muy graves. Su digitalización, por ejemplo, está muy por debajo de lo que cabría esperar, aunque parezca mentira. Hay serias carencias en infraestructuras y en transportes públicos. Tienen una tasa de vacunación frente a la pandemia muchísimo más baja que la nuestra, y ahora lo están pagando. Tienen tensiones territoriales, aunque nunca irredentismos ni enajenaciones secesionistas. Pero, ¿saben?, allí ocurre algo que a mí me parece extraordinario, inaudito: ante las elecciones, cualesquiera que sean, allí es perfectamente posible ser un “indeciso”. El número de los indecisos es altísimo.

En Alemania, para las pasiones y los furores desatados, tienen el fútbol y la cerveza, no la política

¿Y por qué? Porque los ciudadanos, en su inmensa mayoría, saben que los problemas de todos son eso, de todos; que nadie tiene remedios mágicos, y por eso votan a unos partidos o a otros en función de lo que estos propongan, de las soluciones concretas que cada vez ofrezcan para problemas concretos. Allí, si alguien dice en público: “Yo jamás votaría a los socialdemócratas”, o a los conservadores, o a los liberales, lo más probable es que la gente te mire con extrañeza y con un poco de lástima; porque en Alemania, para las pasiones y los furores desatados, tienen el fútbol y la cerveza, no la política. Allí no se es del SPD o de la CDU como se es del Bayern de Munich o del Borussia, como si fuese una cuestión de fe religiosa, de sangre, de lealtades viscerales. ¿Saben ustedes cuál fue una de las respuestas más frecuentes a las preguntas de los encuestadores durante la última campaña electoral? Esta: “Merkel ha hecho un gran trabajo, pero esta vez voy a votar a Scholz”. Y Scholz ganó por los pelos. Pero se ha llevado las flores. Las institucionales y muchísimas más que le dieron, qué bonito fue ese momento. Y fue tan bonito porque todos sabían que, si en vez de Scholz hubiese ganado el otro candidato, el conservador Armin Laschet, las flores se las habría llevado él. Y todos tan tranquilos.

De verdad se lo digo: me muero de envidia con ese país. Si no fuese por el clima y por el idioma, que siempre se me ha resistido, a mí no me importaría ser alemán. En su conducta política, al menos. Ah, y en lo de las flores. Porque, para serles completamente sincero, pues lo de las flores me parece maravilloso, pero a mí lo del chucrut no termina de…

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