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Opinión

Franco puede esperar

Lápida de Franco en el Valle de los Caídos.

Francisco Franco hace tiempo que debería ser exclusivo asunto de los historiadores, y no excusa para que ciertos políticos y sus plumillas de cabecera sigan sacando tajada. Hace una semana la Sala Tercera de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo paralizó la exhumación de los restos de Franco. Con esto arruinó la ceremonia que el Gobierno tenía previsto celebrar en Cuelgamuros este mismo lunes, con la ministra de Justicia dando fe en calidad de notaria mayor del Reino de que Francisco Franco Bahamonde era oficialmente exhumado. Conocemos la fecha y los planes porque, en plena campaña, el Gobierno se encargó de pregonarlo a los cuatro vientos con intención de arañar algún voto indeciso, especialmente esos que andaban entre Podemos y el PSOE sin saber muy bien dónde caer.

Pero en esas estaban cuando el Supremo lo echó todo por tierra, aunque no definitivamente. Por ahora se trata de una simple medida cautelar para evitar un daño mayor a la familia en el caso de que la exhumación se lleve a cabo y, tras una sentencia favorable, haya que volver a enterrar a su abuelo en el mismo sitio dentro de unos meses. Esto, aparte de un infame sainete, ocasionaría un perjuicio a los familiares y sería también motivo de ridículo para el propio Gobierno. De modo que la frialdad del Supremo ha ahorrado un disgusto para ambas partes.

Lo cierto es que en este tema, y más a la vista de cómo ha actuado, el Gobierno se merecería el ridículo. Desde que empezó todo esto hace un año Sánchez ha actuado de un modo panfletario y bananero con un asunto que se podría -y se debería- haber resuelto en privado y discretamente. Ha hecho todo lo contrario, arguyendo que esta del enterramiento de Franco es una cuestión de la máxima importancia que poco menos que tiene a la sociedad española en vilo.

En este asunto, el Gobierno se merecía el ridículo que está haciendo, porque desde que empezó todo esto hace un año Sánchez ha actuado de un modo panfletario y bananero

Pero no, no es así. Por más que se empeñe el Gobierno no es asunto de actualidad. Murió hace casi 44 años, es historia, su tiempo y su persona deberían ser campo de cultivo para los historiadores, no para que hurguen los políticos y sus plumillas a sueldo tratando de sacar tajada. De la misma manera que no tendría sentido alguno traer al presente a Largo Caballero o a La Pasionaria, no lo tiene hacer lo propio con Franco o con José Antonio Primo de Rivera. Son todos personajes históricos, y como tal han de ser tratados. No es necesario admirarlos ni aborrecerlos. Con estudiarlos lo más desapasionadamente posible basta y sobra.

Pero esto de leer el presente en clave de los años 30 o 40 es el último grito en España desde hace unos años. Se diría que no estamos contentos con estas cuatro décadas de concordia y tranquilidad en las que el país ha mejorado a ojos vista, y en las que los españoles hemos alcanzado las mayores cotas de libertad y prosperidad de toda nuestra historia, que no es precisamente corta.

La cuestión es que Sánchez está en esto como ya lo estuvo Zapatero hace diez años. Un observador externo pensaría que han confundido la justa memoria de los años aciagos de la guerra civil y la dictadura con una revancha a destiempo. Pero claro, no tienen con quien tomársela porque el régimen de Franco es una reliquia histórica y quienes lo hicieron posible crían malvas desde hace mucho tiempo. Tan sólo les quedan los muertos y, especialmente, el muerto.

Pero sacar a un muerto de su tumba no es fácil en España por muy Francisco Franco que se llame y muy buenas sean las razones que asisten a los exhumadores. Así que podríamos encontrarnos con que, después de tanta fanfarria, Franco continúe indefinidamente donde está, tras el altar mayor de la basílica del Valle de los Caídos justo debajo de la inmensa cúpula que la corona.

Tal sería el escenario si el Supremo estima íntegramente la demanda interpuesta por la familia, lo que supondría anular la decisión del Gobierno. El Supremo podría apoyarse en el hecho de que el prior de la abadía benedictina no ha otorgado la autorización eclesiástica para que el Gobierno acceda al templo, levante la losa y extraiga el cuerpo. Los lugares sagrados son inviolables en virtud de los acuerdos con la Santa Sede de 1979. Todo lo que quedaría por hacer es fijar el alcance de esa inviolabilidad. Eso es lo que está determinando el Supremo ahora.

Brillante operación la que puede acabar sacando los restos del dictador de un remoto rincón de la sierra de Guadarrama para colocarlos en el corazón de la capital

También podría desestimar todos los argumentos jurídicos esgrimidos por los nietos del dictador y dar vía libre a la exhumación. ¿Qué pasaría entonces con los restos? Nadie lo tiene del todo claro. La voluntad de la familia es llevárselos a la capilla que posee en la cripta de la catedral de la Almudena. Pero el Gobierno no quiere salir de la sartén para caer en el fuego. La Almudena se encuentra en el centro histórico de Madrid, frente al Palacio Real, a pocos metros del Consejo de Estado y no muy lejos del Senado. Es una zona muy concurrida que ganaría así una nueva “atracción turística”, y los nostálgicos del franquismo, no muchos pero sí muy ruidosos, lo tendrían bastante más fácil para concentrarse y sacar de paseo sus banderas. Sacarían la tumba de Franco de un remoto rincón de la sierra de Guadarrama para ponerla en el corazón de la capital.

El Gobierno lo sabe, por lo que quiere inhumar de nuevo a Franco en el cementerio de El Pardo, donde la familia tiene un panteón privado en el que está enterrada Carmen Polo. Esto hubiera sido lo lógico en 1975, porque ese panteón lo mandó construir el propio Franco para su uso. Pero entonces la política se cruzó y acabó en el Valle de los Caídos. También sería lo lógico enterrarle ahí ahora, pero la política se ha vuelto a entrometer.

En el 75 el Gobierno de Arias Navarro quería mostrar a todos que era más franquista que nadie. Hoy, el de Pedro Sánchez se ha empeñado en demostrar que es más antifranquista que nadie. Arias, en aquel entonces, era ya un personaje anacrónico que sólo unos meses más tarde salió de escena por la puerta de atrás. Sánchez porfía en serlo haciendo política con un cadáver de hace medio siglo y una época que la mayoría de españoles no recuerdan porque no la vivieron, empezando por él mismo.

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