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Opinión

A Cataluña la están crucificando

Cruces amarillas en una playa de Girona que también han provocado enfrentamientos verbales.

Los los que defienden la constitución son neofalangistas

Lo ha dicho Carod Rovira, en el programa El Suplement, de Catalunya Ràdio, equiparando a Ciudadanos con la Falange de los años treinta tal cual. Eso no es mentir, eso es ser un perfecto ignorante acerca de nuestra historia, de aquella trágica época en la que entre los unos y los otros se cargaron la convivencia. Los líderes políticos del separatismo y sus medios de comunicación no dejan de repetir la misma consigna: los que están en contra de la independencia, de la ruptura, de saltarse las leyes, son – somos – neofalangistas. Como no tienen ni puta idea de lo que pensaba José Antonio, deduzco que es el peor insulto que se les pasa por sus cabezas ayunas de conocimiento. Utilizan esa palabra como un conjuro con el que amedrentar a su secta. Hay que estar contra el falangismo, contra el fascismo, contra la dictadura, aúllan día y noche. No les dicen que Francesc Cambó, sí, el de la Lliga, subvencionó generosamente a Franco o que el dictador colocó como alcaldes recién acabada la contienda civil a no pocos ex miembros de la Lliga. Tampoco les cuentan que los primeros en perder la guerra, a pesar de haberla ganado teóricamente, fueron falangistas como Hedilla, Ridruejo y tantos y tantos otros que vieron cómo aquella hecatombe entre hermanos solamente sirvió para que ganasen los de siempre, los ricos, los poderosos, los aduladores. José Antonio, fusilado, se ahorró ver aquella inmensa traición, lo mismo que el líder del anarcosindicalismo Buenaventura Durruti, muerto en más que extrañas circunstancias.

Y los separatistas de sofá, camiseta amarilla y carné de alguna asociación subvencionada, los que ya están dispuestos a creerse incluso que Pujol es un filántropo, tragan. No hay nada peor que un demagogo que lance proclamas a un colectivo inculto. De ahí surge siempre la debacle social. Son uns fatxes, dicen, como si de una letanía religiosa se tratase, y ya no hay nada más que decir, ni que pensar. ¿Para qué?

En Cataluña, esta tierra que vive crucificada entre la mentira tenaz de los separatistas y la cobardía de los políticos que deberían defenderla, el mundo se ha vuelto del revés. En la playa de Mataró la policía local y los Mossos no detuvieron a aquellos que, burlándose de la ley y de lo que habían dicho tanto la propia Generalitat como el ayuntamiento, sembraban de toallas amarillas una playa que debería de todos. ¿A quien se detuvo? A la persona que intentaba retirarlas. Todo eso pasa bajo la supuesta autoridad del Estado, del 155, de Soraya Sáez de Santamaría, de Enric Millo. Nunca se sintió la buena gente tan sola, desprotegida, temerosa. Cuando los violentos, porque lo son, se ven tan crecidos como para asaltar a pedrada limpia la casa de un concejal de ciudadanos en Sitges y no se producen detenciones es que el orden público ha desaparecido por completo. Lo mismo podríamos decir de Mataró, o de las continuas agresiones a sedes de partidos no separatistas, con quema de fotografías incluida.

Dicen los CDR que las calles serán siempre suyas, y van a acabar teniendo razón. Las calles, las playas, los espacios públicos e incluso la policía. Me refiero a ese cuerpo de catorce mil agentes que dependen por ahora del gobierno central, pero que sigue actuando en no pocas ocasiones como si el mayor Trapero continuase siendo su jefe. Todo confluye en la misma dirección: ganar tiempo, ganar espacios para ocuparlos, ganar la lenta pero inexorable batalla que mantienen los golpistas del 1-O contra sus paisanos.

Insensatos

Todo esto está sucediendo ante la deserción del Estado, de los partidos nacionales e incluso de la misma gente de la calle, harta de tanta confrontación estéril y que lo único que desea es seguir viviendo en paz, aunque esta sea, ¡ay!, la pace dei sepolcri que decía el Marqués de Posa en el Don Carlo de Verdi. Comprenderán que este abandono es muy normal, atendiendo a que los políticos están ahora muy ocupados, unos en evitar que los echen y otros en ver si consiguen hacerlo. El PP, ahogado en su propia corrupción, por un lado, y los rojos pálidos del PSOE por el otro juegan al Monopoly con España ante las sonrisas feroces de podemitas y separatistas, atentos a encontrar el menor resquicio para llevar a cabo sus propósitos.

Jamás se ha visto en los últimos cuarenta años tamaña demostración de egoísmo, de incapacidad, de elitismo que la que vemos a diario por parte de todos los implicados en la cosa pública. No hay ni uno que no quiera arrimar el ascua a su sardina, dejando a un lado los problemas reales de la gente. A río revuelto, ganancia de pescadores: Torra ya ha salido diciendo que su apoyo a la moción de censura no saldría gratis - ¡como si alguien lo hubiera dudado! -, los del PNV se sitúan en la misma tesitura, con ese tacticismo repulsivo que caracteriza a los nacionalistas y los primeros espadas, tampoco tienen nada que envidiarles.

Pero mientras esos estrategas del tres al cuarto se empeñan en jugar en los lujosos salones de la política, en la calle están pasando cosas muy graves. Detener a quien solo pretende que se cumpla la ley es gravísimo y solo es comparable con lo que pasa en una dictadura; que apedreen la casa de un cargo electo por discrepar del poder es igualmente terrible. Solo les falta una Kristallnacht, un pogromo organizado a gran escala y ya tendrán cumplido su objetivo, que no es otro que silenciar a través del miedo y la intimidación a todos los disidentes. Saben que, si logran eso, pactar con el gobierno de Madrid, sea el que sea, será mucho más fácil, porque en Madrid esto de mi tierra cae lejos, lejísimos.

Mal momento para mociones de censura, señores, porque el problema de España no es solamente la corrupción y, aunque lo fuera ¿ahora se dan cuenta? Es oportunismo cínico solamente, es jugar a las sillas y todo eso resulta impresentable existiendo un problema del tamaño del separatismo cada vez más agresivo, visto que nadie está realmente dispuesto a pararle los pies.

Es tanta la vesania de los políticos como su miedo, y ambas pesan muchísimo la hora de acometer con valentía el reto presente. Son capaces de montar un órdago para ver si unos consiguen mandar y los otros dejan de hacerlo y no lo son para acordar la ilegalización de las formaciones que pretenden romper la convivencia. Ni siquiera se atreven a intervenir TV3, ni los Mossos, ni poner orden en la escuela catalana. ¿Saben que en Barcelona los autobuses llevan publicidad de Ómnium acerca de los profesores supuestamente perseguidos por acosar a ojos de guardias civiles? ¿Saben que no hay departamento de la Generalitat que no luzca ostensiblemente lazos amarillos y consignas acerca de los encarcelados? ¿Saben que si el lazo amarillo que luce en el balcón del ayuntamiento de Barcelona se ha retirado momentáneamente ha sido gracias a la protesta de un ciudadano? Ni lo saben ni les importa, porque ellos están solo pendientes de conseguir más poder, más sillas, más cargos.

Urge replantear el modelo en su globalidad. Las autonomías solo han servido para multiplicar por mil las competencias, los cargos y la burocracia. Además, han sido un nido de corrupción: Cataluña, Madrid, Valencia o Andalucía son simplemente unos ejemplos. ¿Son los señores políticos incapaces de sentarse y discutir eso?

Lo son. De ahí que Cataluña esté siendo crucificada por un Poncio Pilatos monclovita que se lava las manos. Como no hay que pedirle a los humanos poseer la caridad de Jesús, me niego a decir que Dios los perdone, porque no saben lo que se hacen. Además, sí que lo saben, y ese es el problema real.

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