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Opinión

El 4 de octubre y mi abuelo Juanmari

Juanmari Araluce y su mujer, Maite, en su casa de Estella
Juanmari Araluce y su mujer, Maite, en su casa de Estella

Los hechos –el asesinato de mi abuelo Juanmari, su chófer y los tres policías que ejercían de escolta– permanecen inmutables, anclados en 1976. No se esperan novedades policiales. Y, sobre el papel, el paso del tiempo debería ser una muleta para aligerar lo que aquello supuso para mi familia. Pero cada 4 de octubre, fecha en la que aquel comando de ETA descargó sus ametralladoras en el corazón de San Sebastián, es más complejo que el anterior.

No por un posible padecimiento o por los cada vez más numerosos mensajes de cariño, sino por el prisma desde el que se contempla el crimen y todo lo que vino después. Es una reflexión compartida por muchos nietos de asesinados por ETA. Algunos tuvieron la oportunidad de conocer a sus abuelos. Otros no.

A mi abuelo Juanmari lo mataron once años antes de que yo naciera, pero ocupa una parte fundamental en la vida de sus nietos. Lo conocemos a través de mi abuela Maite y de nuestros padres. Se marcharon de San Sebastián y crecimos lejos del odio. Siempre hemos sabido lo que ocurrió y sé que mi abuela rezó hasta su último día por su marido, por las otras víctimas del atentado y por los asesinos. Esto último es difícil de entender, pero en su profunda fe albergaba la convicción de que ellos eran los que más necesitaban sus oraciones. Por su conversión. Para que dejaran de matar.

Hace años escribí una columna en El Español en la que detallaba las migrañas que sufría mi abuela cuando aún vivía en San Sebastián, atenazada por el temor a un atentado. Mi abuelo Juanmari tiraba de humor para quitarle hierro al asunto. Una anécdota recurrente en nuestra familia cuenta cuando le obligaron a llevar una pistola, se la metió en el pantalón y, por la pernera, se le cayó hasta el suelo: "Yo no sé ni quiero usar esto", y la entregó de vuelta.

De poco le habría servido tener ninguna pistola el 4 de octubre de 1976 y dudo que hubiera querido usarla. El comando de ETA le esperaba a las puertas de casa a la hora de comer.

De poco le habría servido tener ninguna pistola el 4 de octubre de 1976 y dudo que hubiera querido usarla. El comando de ETA le esperaba a las puertas de casa a la hora de comer. Un centenar de disparos atravesó la donostiarra avenida de España, hoy 'de la Libertad'. Mi padre y mis tíos se asomaron a la terraza de casa cuando escucharon las ráfagas. Vieron a mi abuelo malherido en el suelo. También al chófer y los tres escoltas. Lo llevaron al hospital en el mismo coche agujereado por las balas, pero no se pudo salvar su vida.

¿Cómo lo encaja un niño de corta edad? Aquí, en Vozpópuli, conté cuando un grupo de radicales trató de amedrentarnos en las fiestas de Estella, enmascarados y tirando piedras desde la valla de la casa. Mi abuela permaneció impasible en su sillón del jardín. Mi hermano, que no levantaba un palmo del suelo, se hizo con un cuchillo de mantequilla. El episodio, conste, fue la excepción en una infancia feliz.

Lo cierto es que no hay una única respuesta a la pregunta. Es posible que las víctimas de ETA no siempre tengan razón –prueba de ella es la disparidad de opiniones ante cuestiones políticas fundamentales–, pero sí tienen sus razones.

Siempre crecí sabiendo lo que había pasado. Ni a mis hermanos ni a mí –me atrevería a decir que a ninguno de mis primos– nos ha desgarrado la existencia. Pero cada 4 de octubre es más complejo que el anterior. Recuerdo una ocasión en la que soñé con el abuelo: sentados en un sillón, hablábamos sobre un problema que entonces me preocupaba. Con natural claridad, me mostraba el camino que debía seguir.

Han pasado 47 años y, aunque los hechos son los mismos, el prisma es diferente al de cuando era un niño

"Papá, ¿el abuelo tenía un tono de voz parecido al del tío Juan?", le pregunté a mi padre al despertar. "Sí, ¿por qué lo preguntas?". "Nada, es que he soñado con él".

Han pasado 47 años y, aunque los hechos son los mismos, el prisma es diferente al de cuando era un niño. Quizá influyen la paternidad y las experiencias vitales. Con una familia a mi cargo, ¿yo también defendería mis convicciones de forma pública a sabiendas de que me podría costar la vida en un País Vasco sumido en la violencia de ETA y su entorno? Este 4 de octubre no he encontrado respuesta.

En la Cadena SER han emitido un especial sobre el asesinato de mi abuelo Juanmari. Entrevistan a mi tía Maite, que destaca su "rectitud", "generosidad" y "sentido del humor". También al historiador Juanjo Echevarría, autor de un libro a punto de ver la luz sobre mi abuelo y su figura política: presidente de la diputación de Guipúzcoa y procurador en las Cortes, proponía un sistema de descentralización para el País Vasco basado en los fueros. El tercer entrevistado es Eneko Goia, actual alcalde de San Sebastián (PNV), que colocó una placa en el lugar del crimen en memoria de mi abuelo, su chófer y los escoltas. Gracias.

Con ese programa de radio han vuelto las preguntas, revistiendo este 4 de octubre con nuevas interpretaciones sin respuesta. Todas conducen, no obstante, a una gratitud inabarcable hacia mis padres y abuela, que supieron estar a la altura de un imposible, y la predilección hacia un hombre, mi abuelo, al que no conocí en vida.

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  • J
    jopano

    Juanmari, un abrazo enorme.
    Yo he conocido a tu abuela y a algún tío tuyo. Una familia ejemplar en todos los sentidos y acepciones.