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Opinión

El 'pecado original' del 23-F

Dos polémicas cuestiones siguen coleando, cuarenta años después, en torno a la asonada de Tejero. Una, el papel del Rey; dos, el de los servicios secretos

El rey Juan Carlos I, durante su discurso a la nación ante el golpe de Estado del 23-F.
El rey Juan Carlos I, durante su discurso a la nación ante el golpe de Estado del 23-F.

El precio del petróleo ha vuelto a subir en 1979 y la economía pronto es azotada por un paro galopante y una inflación sin freno. Muchos ciudadanos están desencantados con un sistema político que les ha traído la libertad, pero no les asegura la prosperidad. ETA no deja de matar –16 asesinatos en 1975, 66 en 1978, 92 en 1980– y la mayoría de las víctimas pertenecen a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. El Ejército está inquieto, un “ruido de sables” recorre las salas de banderas. Así era el ambiente político y social de la España de la Transición hace 40 años. Así se produjo la asonada del 23-F.

A regañadientes, las Fuerzas Armadas han aceptado la Transición, pero la gestión de Suárez ha dejado abiertas heridas difíciles de suturar. Algunos ya han intentado rebelarse, como el teniente coronel Antonio Tejero y el capitán de infantería Ricardo Sáenz de Ynestrillas, en aquella “operación Galaxia” donde planearon asaltar la Moncloa en pleno consejo de ministros “para someter la nueva situación a Su Majestad el Rey”. Un chivatazo a los servicios de inteligencia desarticula la operación en noviembre de 1978 y los conspiradores son arrestados. Un año después estarán en la calle… y Tejero volverá a intentarlo.

Poner en riesgo la Corona

Hay temor de un golpe duro que puede, incluso, llevarse por delante la monarquía, por eso el prestigioso teniente general Jaime Milans del Bosch –capitán general de la III Región Militar, Valencia– toma la iniciativa para informarse sobre las operaciones “espontáneas” que, por querer “salvar a España”, pueden cargarse al Rey. A través del teniente coronel Pedro Mas Oliver, uno de sus ayudantes de campo, Milans viene contactando con Tejero desde el verano de 1980. Ahora, el teniente coronel de la Guardia Civil está planeando un asalto al Congreso de los Diputados. El teniente general Milans advierte: “me uniré a cualquier operación, siempre que no ponga en peligro la Corona”.

Mientras, Suárez se halla contra las cuerdas. La oposición lo ha vapuleado en una penosa moción de censura a finales de mayo de 1980, y los barones de su partido inician una “rebelión a bordo” en julio de ese mismo año. Aquél verano, en Manzanares del Real, se reúnen con el presidente y le lanzan un mensaje: “hay que tomar decisiones determinantes para superar la crisis –económica, terrorista, militar– o el vendaval nos arroyará”. Y si esas decisiones no se toman, le conminan, “tendrás que irte”.

Emergerá la figura del general Alfonso Armada, antiguo secretario de la Zarzuela, hombre de confianza del Rey durante y después de la Transición, figura prestigiosa en la clase política española y militar bien considerado –sirvió fielmente al “Caudillo”– entre sus compañeros

Para detener el golpe duro y encauzar la operación política de acoso y derribo a Suárez que está en curso, emergerá la figura del general Alfonso Armada, antiguo secretario de la Zarzuela, hombre de confianza del Rey durante y después de la Transición, figura prestigiosa en la clase política española y militar bien considerado –sirvió fielmente al “Caudillo”– entre sus compañeros. Armada envía a Zarzuela un informe en octubre de 1980, firmado por “un prestigioso constitucionalista”, donde se propone que la solución al marasmo en que se halla el país es un gobierno de concentración política, con todos los partidos del arco parlamentario repartiéndose las carteras, presidido por “una figura de prestigio y consenso: un historiador, un profesor o… un militar”. Ese gobierno sería plenamente constitucional, pues nacería tras una nueva moción de censura contra Suárez que, esta vez, sí triunfará, al contar con el apoyo de algunos diputados de su propio partido. Tanto el Rey como el presidente del Gobierno conocerán ese informe. La “solución Armada” parece haberse puesto en marcha.

“El Rey está harto de Suárez y quiere sustituirlo…pero teme una reacción violenta. Así que, en el caso de producirse, habría que reconducirla”. Era el 10 de enero de 1981, Valencia. Hasta allí se ha acercado Armada para transmitirle este mensaje a Milans, conocedor de los contactos que éste ha mantenido con quienes pueden desencadenar esa “reacción violenta”. He aquí el objetivo: congelar a los duros y “reconducirlos” a la “solución Armada” porque, según le ha dicho a Milans el antiguo jefe de la casa del Rey, así lo quiere don Juan Carlos. Movido por su inquebrantable monarquismo, el capitán general de Valencia convoca a Tejero y a otros “militares dispuestos a dar el golpe duro” a una reunión secreta en Madrid el 18 de enero de 1981, concretamente en un piso que su ayudante de campo, Mas Oliver, posee en la capital. La operación de Tejero queda congelada hasta ver cómo se desarrolla la solución política, capitaneada por Armada, que pasa por la moción de censura contra Suárez.

La confianza del Monarca

Cuando a finales de enero de 1981 el Rey comunica a Suárez que Armada se trasladará de Lérida –donde está destinado– a Madrid para convertirse en Segundo Jefe de Estado Mayor del Ejército, el presidente del Gobierno constata que la “solución Armada” se cierne sobre su cabeza, que la moción de censura se acerca y que, por supuesto, ha perdido la confianza del Monarca. Así que dimite, “para evitar la que democracia vuelva a ser un breve paréntesis en la Historia de España”, el 29 de enero de 1981.

Sin embargo, la solución Armada que con su dimisión quiso desactivar Suárez no se detendrá. Es más, se acelerará. Porque aquel gobierno de concentración parece esfumarse cuando Calvo Sotelo se confirma como candidato a la presidencia de un gobierno monocolor de UCD. Mientras la temperatura del país crece en medio de un preocupante vacío de poder –insultos al Rey en Guernica, asesinato del ingeniero Ryan, muerte por torturas policiales del etarra Arregui–, los principales partidos de la oposición anuncian que no apoyarán la investidura de Calvo Sotelo. “Hace falta un gobierno de todos”, “es necesario un ejecutivo de concentración”, “UCD no puede, sola, llevar la nave a buen puerto”… se oye desde filas socialistas, comunistas y “fraguistas” (la Coalición Democrática que, entonces, capitaneaba Fraga).

A esas alturas, Tejero está más dispuesto que nunca a asaltar el Congreso y Armada lo captará para escenificar un “Supuesto Anticonstitucional Máximo” que ponga al país contra las cuerdas, una situación gravísima donde el general Armada surgirá como “clavo ardiendo” al que aferrarse para capear el temporal, ofreciendo un gobierno de concentración.

Según el testimonio de Tejero durante el juicio, un hombre del CESID lo conduce el sábado 21 de febrero de 1981 al número 5 de la madrileña calle del Pintor Juan Gris. Allí, Armada le dice cómo ha de entrar el lunes en el Congreso: “En nombre del Rey, por la Corona y la democracia… porque si esto diese un cambio, entraría el marxismo”. Nada más terminar aquella reunión, Tejero comunica a Milans su conversación con Armada, y el capitán general de Valencia le da su visto bueno definitivo: “Suerte, vista y al toro”.

Tejero toma el Congreso, Milans despliega sus tanques por Valencia, lo propio hace la Brunete por Madrid y, escenificado el “Supuesto Anticonstitucional Máximo” sin derramamiento de sangre, Armada llega a Zarzuela

El plan de los golpistas aquel 23 de febrero constaba de cuatro puntos esenciales: Tejero toma el Congreso, Milans despliega sus tanques por Valencia, lo propio hace la Brunete por Madrid y, escenificado el “Supuesto Anticonstitucional Máximo” sin derramamiento de sangre, Armada llega a Zarzuela y propone al Rey un gobierno de todos con el general como presidente para salir de la difícil situación. Los dos primeros puntos del plan se cumplieron, pero no los dos segundos: ni la Brunete toma Madrid, ni Armada es recibido en la Zarzuela. Sin embargo, la tensión crece en el palacio de la Carrera de San Jerónimo. Aquello puede terminar en un baño de sangre, todos lo saben y, para evitarlo, La Zarzuela da el visto bueno a Armada para que vaya al Congreso a proponer su gobierno de concentración. Así se lo confirma Sabino Fernández Campo, secretario general de la Casa Real, al general Armada aquella noche: "Bueno, pues vete. Si tú crees que lo puedes solucionar, vete tú, pero no digas que vas en nombre del Rey. El Rey no te puede decir que vayas en nombre suyo porque no tiene facultades para eso. Ahora, si tú dentro de este barullo que hay, dentro de este golpe que se ha producido, tienes capacidad para llegar allí y obtener la libertad a los que están, ofreciéndote como presidente o lo que sea... Luego ya veremos lo que pasa. Pero que quede claro que todo esto lo haces por tu cuenta..."

Armada cruza la Carrera de San Jerónimo sobre las doce de la noche y, disculpándose ante Tejero –“ha habido contratiempos”– se dispone a acceder al Hemiciclo para hacer su propuesta a los diputados. “¿Qué propuesta?”, inquiere Tejero. “Una de orden político”, contesta vagamente Armada. Pero cuando el teniente coronel de la Guardia Civil pide los detalles y Armada se los da –una lista de gobierno con socialistas, comunistas, gente de UCD, de AP, empresarios, algún periodista…Tejero monta en cólera e, indignado, contesta: “Yo no he asaltado el Congreso para esto”. Y lo expulsa del edificio. El golpe ha terminado. Aún quedará negociar la rendición de los asaltantes y se producirán numerosos episodios tensos, pero el nudo gordiano ya se ha roto; y quien lo ha roto ha sido Tejero. El que inicia el golpe, ahora lo frustra.

¿Y si Tejero hubiera aceptado, dejando que Armada accediese a la Cámara para proponer su gobierno de concentración? Nadie puede aventurar la respuesta, pero es conveniente introducir la incertidumbre al analizar la Historia, pues así percibimos mejor su compleja y poliédrica naturaleza. “A toro pasado –escribió después de aquella tensa noche Miguel Ángel Aguilar– el 23-F pudo parecer una chapuza inviable, pero aquello, aseguro yo, podría haber terminado de muchas otras formas”.

Sentencia y hechos probados

Dos polémicas cuestiones siguen coleando. Una, el papel del Rey; dos, el de los servicios secretos. En cuanto a la primera, los hechos demuestran que el Monarca mantuvo abiertas, aquella noche, numerosas vías de solución a la crisis, incluida la propuesta por su antiguo secretario y hombre de confianza, conocida como la “solución Armada”. En cuanto a la segunda cuestión, una parte del CESID –la Agrupación Operativa de Misiones Especiales y, dentro de ella, la Sección Especial de Agentes– pudo tener un doble papel crucial en la preparación y puesta en práctica del golpe. Por un lado, habría de impedir que pudiera probarse la reunión de Armada con Tejero dos días antes del 23-F, donde aquél dio a este las órdenes para asaltar el Congreso.

Esa reunión habría de envolverse en una espesa bruma porque, en el caso de fracasar la operación, no podía aparecer el flamante “salvador de la democracia” –Armada– como cerebro de la trama que la puso en peligro. Y, por otro lado, este reducido grupo de hombres que formaba la élite de los servicios de inteligencia se habría encargado de coordinar el itinerario y llegada a la Carrera de San Jerónimo de los autobuses que, desde distintos puntos de Madrid, transportaban a los guardias civiles asaltantes. Estas hipótesis registran indicios de verosimilitud repasando el sumario de la causa, como han puesto de manifiesto los trabajos de Roberto Muñoz Bolaños, Jesús Palacios o Juan Alberto Perote. Sin embargo, las sentencias no consideraron hechos probados ninguna de estas hipótesis, por lo que habría que apelar a la prudencia para separar lo verosímil de lo veraz en este caso, al menos hasta que no haya pruebas más contundentes al respecto.

Habida cuenta de todo lo expuesto, es evidente la naturaleza poliédrica de un golpe que no fue estrictamente franquista ni exclusivamente militar. Su escenificación sí, pero no las “corrientes subterráneas” –militares y políticas– que lo alimentaron. Quede claro que esas corrientes políticas no abogaban por asaltar el Congreso ni por ninguna otra operación parecida. Es más, no hay pruebas de que los integrantes de aquel gobierno de concentración leído por Armada a Tejero supieran, con antelación, que aquella noche iba a producirse el asalto y que su nombre figuraría en la solución que intentaría desbloquearlo. Sin embargo, el coqueteo de muchos políticos con el antiguo secretario del Rey, eso que Javier Cercas llamó “la placenta del golpe”, demostraba que “el antisuarismo excesivo había hecho extraños compañeros de cama” (así lo expresó Diario 16 en un acertado comentario). Por todo ello estoy -de acuerdo con Jesús Cacho cuando escribió que “el 23-F es el pecado original de nuestra democracia”.

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Alfonso Pinilla García es autor del libro Golpe de Timón. España: desde la dimisión de Suárez al 23-F. (Comares, 2020)

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