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Por qué en Moncloa son adictos al 'prime time' pero huyen de las preguntas

Comparecencia de Pedro Sánchez

En estos tiempos confusos y frenéticos casi todas las preguntas tienen respuestas. Incluso las ya legendarias incoherencias de Pedro Sánchez deben tener su explicación, aunque parezcan indescifrables. Al igual que su antecesor en el cargo, el presidente del Gobierno en funciones es adicto a las comparecencias en prime time pero huye de las preguntas de los periodistas en dichas apariciones públicas. ¿Por qué los inquilinos de la Moncloa se comportan así? 

Este miércoles, en la penúltima de esas ruedas de prensa anunciadas con tanto bombo como se anunciarían las medidas frente a un apocalipsis zombi, Sánchez apareció con su cuajo habitual para explicar al mundo que acepta el encargo del Rey de ser candidato a la presidencia del Gobierno. Pronunció su discurso y permitió sólo dos preguntas de los informadores allí congregados para dar cuenta de tan trascendente momento.

Sólo dos preguntas

Ufano tras esparcir su monserga, no esperaba la reprimenda que uno de los periodistas, como portavoz del resto, soltó allí mismo: "Si solo va a haber dos turnos de preguntas en esta comparecencia no es porque los periodistas no queramos preguntar más, sino porque, a diferencia de los demás líderes políticos que han comparecido en el Congreso, se ha puesto este límite, algo por lo que mis compañeros y yo expresamos nuestra profunda disconformidad"

Disconformidad que chocaba con lo que había dicho el propio Sánchez solo tres minutos antes: "Voy a leer un breve comunicado y luego me someteré a las preguntas que consideren oportunas". El jefe del Ejecutivo consideró oportuno que solo dos informadores pudieran plantear sus cuestiones. En honor a la verdad, aguantó bien el ataque del periodista, porque, siguiendo el manual del político profesional, hizo como si no lo hubiera escuchado.  

Un servidor, como imagino que cualquier otro espectador, no sabía si reír o llorar al ver la actitud de Sánchez. Resulta, además, que esta práctica de limitar las preguntas se está convirtiendo en costumbre en Moncloa cuando comparece el excelentísimo presidente del Gobierno, sea del PSOE o de PP. Huelga decir que decidir cuántas preguntas se van a responder es una falta de respeto a los informadores y, por ende, a los propios ciudadanos, que en este caso estarían deseosos de conocer por boca de Sánchez cómo van las negociaciones con ERC.

Horrendos, pero únicos intermediarios

Amén de lucir características como el cinismo, la hipocresía o el partidismo, casi intrínsecas al modo de hacer periodismo en este trozo de planeta que recorre la sombra de Caín, los periodistas son los intermediarios entre los políticos y los ciudadanos. Y sus preguntas, peor o mejor formuladas, son la única forma de control a un Gobierno en funciones -tan de moda desde 2015- que apenas pasa por el Parlamento. Por ello, el político de turno se siente incómodo al tener que contestar. 

Hay que ser justos. Porque en esto de huir de las preguntas Sánchez no es genuino. Bastante peor era lo que hacía su antecesor, Mariano Rajoy. "Salga del plasma, señor Rajoy" repetía el hoy presidente a principios de 2015, solo hace cuatro años y medio aunque parezca que fue hace milenios. Las comparecencias en plasma, sin preguntas o con preguntas limitadas son, al cabo, síntomas de una misma enfermedad. 

Cuando los políticos de turno están en la oposición, comparecen las veces que haga falta. Tienen que colocar sus mensajes como sea. Pero cuando están en el Gobierno, los periodistas ya no son necesarios. "Que salga la portavoz, que yo no estoy para esas cosas". Eso sí, si hay que marcar la agenda con algún mensaje potente, rápidamente montan una entrevista en prime time. "Iván, llama a los de La Sexta, que le voy a decir a Ferreras que no puedo dormir con Pablo de vicepresidente"

Los presidentes, con el síndrome de La Moncloa embrujando sus mentes, no se toman las ruedas de prensa o las entrevistas como una forma de rendición de cuentas ante los ciudadanos, sino que las encaran como un engorroso trámite que hay que soslayar cuanto antes o, como mucho, ven una oportunidad propicia para colocar algo de su propaganda. Y tanto esa actitud como la imposibilidad de combatirla evidencian, una vez más, la escasa calidad del sistema democrático en España.