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Personajes

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Un recorrido por el dulce universo de Patrick Roger

La monumental y muy diversa obra del artista chocolatero y escultor francés desconoce cualquier límite. Conocemos de primera mano el taller donde gesta sus creaciones, que han llegado a ocupar espacios emblemáticos como la sede parisina de Christie’s.

Detalle de la monumental obra de Patrick Roger 'Milieu extérieur' (Ambiente externo), de aluminio y cacao (340 x 320 x 110 cm).

Cuando se pasa por delante de una de las tiendas parisinas de Patrick Roger, es difícil evitar detenerse ante sus escaparates. Si en las recientes Navidades reinaban en su interior gigantescos luchadores de sumo, en otros tiempos lo hacían monos de tamaño natural, con el chocolate, aunque no solo, como materia prima principal de sus creaciones. “La materia y la estética me llevaron a hacer esculturas”, ha confesado este autodidacta que realizaba hace tres décadas su primera obra figurativa, que obsequió a sus progenitores.

Mencionar el apellido Roger es hablar de cifras; multitud: nueve tiendas en Francia, siete de ellas en la capital; más de 400 esculturas realizadas; 16 millones de chocolates al año; 200.000 horas de trabajo y cientos y cientos de ideas que pasan prácticamente a diario por la cabeza de quien es desde el año 2000, MOF, que vendría a traducirse al español como mejor artesano galo en su especialidad.

Nuestro protagonista vino al mundo el año de las famosas revueltas, 1968. No en París, sino a 150 kilómetros de allí, en la región del Perche, conocida por una vigorosa raza de caballo. Fue en un pueblo alejado de la vorágine consumista, en la campiña más profunda, donde no hay lugar para el estrés ni para la contaminación. Sus padres eran artesanos de un oficio de lo más francés, el de la panadería. Su sino parecía, por tanto, estar predestinado. No fue así, porque, de signo del horóscopo Cáncer y de alma rebelde, pronto se encaminaría a la capital, a labrarse un futuro mejor. El destino le llevará a ocupar, a medios de los pasados años 80, el puesto de chocolatero en un conocido establecimiento de entonces, la Maison Mauduit. Muchos a su alrededor creyeron entonces que más pronto que tarde se iba a aburrir de su nuevo cometido, y que acabaría tirando la toalla.

El laboratorio, a las afueras de París, en el que se elaboran las propuestas en chocolate más exquisitas de Roger.

En absoluto. Es allí donde le llegó la revelación, sintiendo que se hallaba ante un terreno repleto de matices y abierto a ser explorado y atreviéndose a hacerlo desde su propio prisma, cual Picasso en el arte; sin límites. Pista libre en la que aterrizar y despegar quien años más tarde cuenta con licencia para manejar helicópteros, adora hacer kilómetros a lomos de su moto Ducati y no dudaría en ser fotografiado con su rostro embadurnado de cacao; una materia que forma parte de su día a día desde hace alrededor de 40 años, y que le ha llevado a recorrer mundo.

España figura en el corazón de Patrick Roger. No solo porque Gaudí es un artista cuya obra admira y Barcelona una ciudad que está entre sus favoritas, sino también porque en su juventud trabajó en Sant Celoni, a las órdenes del recordado chef Santi Santamaría. Eso sí, sus chocolates no se hallan en nuestro país, porque como él irónicamente ha dicho, “hace mucho calor”. No duda en encaminarse a donde haga falta con tal de lograr la mejor materia prima, el mejor cacao. El que utiliza, fruto de una concienzuda elección, llega, la mayoría, de Latinoamérica (Brasil, Colombia, Ecuador, Venezuela…), pero también de África. Roger tiene mérito al conseguirlo de gran calidad, a pesar de que su empresa es pequeña y, como se sabe, lo mejor suele ir a parar a los poderosos grupos internacionales.

Hablar de cacao y de los diferentes orígenes de esa materia que en otros tiempos, en la época del descubrimiento de América, estaría reservada a una elite, le gusta a este perfeccionista, pero hacerlo de esculturas, le pierde. Y más ahora, cuando ha visto la luz la segunda y voluminosa entrega –más de 300 páginas– recopilatoria de su obra, Sculptures II, publicada en la editorial gala Norma. Es el artista quien toma la palabra, sin censuras, quien se permite todo tipo de locuras, pero desde la reflexión, aunque parezca contradictorio. Recuerda en ocasiones a Paco Rabanne, el gran metalista de la moda, por su manera de pensar sobre el mundo. Amante como el guipuzcoano de la estética, le preocupa el devenir del planeta, su degradación y también la pérdida de valores del ser humano.

Patrick Roger, que acaba de publicar un segundo volumen recopilatorio de sus esculturas, posa en su atelier.

Entre sus esculturas más impresionantes, Hypocrisie (Hipocresía), de cinco metros de alto, que realizara como apoyo a la Naturaleza y los derechos humanos, así como otras que más de uno recuerda, como la que ideó cuando se reabrió el museo Rodin de París, inspirada en el célebre pensador. Hasta hace muy poco, sus monos en talla natural, que decoraban sus chocolaterías, se habían hecho de lo más virales, asociándolos de inmediato con Patrick Roger. “Aquella etapa fue importante para él, en la difusión de su trabajo, aunque ahora prefiere pasar página”, nos explican desde su equipo de comunicación. Y no porque sienta reparo o reniegue. Ni mucho menos. Sino porque como todo artista, su obra va evolucionando, con nuevos retos, y no le agrada que le encasillen.

¿Y dónde se halla el lugar en el que las hace realidad? A las afueras de la Ciudad de la Luz, en un enclave de lo más inspirador, su moderno y espectacular atelier, que ocupa más de 2.000 metros cuadrados, en la localidad de Sceaux, conocida por su parque de casi 200 hectáreas. Si los chocolates, así como las esculturas realizadas con este material, toman forma allí, con la ayuda de un equipo de 20 personas, estas últimas, y en concreto las de metal, se materializan en la fundición Coubertin, en el cercano departamento de las Yvelinas. Si el cacao permite realizar obras efímeras –tiene por costumbre reutilizar la pasta a la hora de desarrollar nuevas propuestas–, la solidez del metal las hace eternas –a no ser que se decida fundirlas, cosa que con las suyas, por fortuna, no ha ocurrido aún–.

Pomme de Pin, una de las obras del artista y escultor francés.

Atraído por los nuevos retos, se adentró también en el universo del vino, lanzando L’instant de Patrick Roger 2016, un poderoso tinto de la región del Rosillón, con marcada personalidad, como todo lo que lleva a cabo. Su lujo, el de Roger, es seguir desarrollando su obra, desde los chocolates más pequeños, en forma de bombones, a las creaciones de varios metros. Otro de ellos, continuar residiendo, en familia, cerca de su atelier, al que tiene por costumbre trasladarse en bicicleta cada mañana.

Y llegados hasta aquí, más de un lector se preguntará dónde ver sus esculturas, además de en su taller y en sus tiendas. Expuestas con éxito en 2017 en la sede parisina de Christie’s, así como en destacadas galerías, ahora y hasta principios de marzo, se muestra un conjunto de las metálicas en el prestigioso restaurante Flocons de Sel de Megève (Francia), tres estrellas Michelin. Son creaciones inspiradas en el universo del ballet, donde sobresale la que se halla en la terraza del establecimiento, compuesta de 39 piezas y que ocupa 200 metros cuadrados. Porque para Roger, que ha tenido como una de las inspiraciones la versión del Bolero de Ravel del coreógrafo Benjamin Millepied, el universo de la danza es un terreno de esfuerzo, destreza y movimiento. En suma, ingredientes que forman igualmente parte del recorrido profesional y vital de nuestro inquieto protagonista.

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