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Pierre Lematrie, el escritor que todo lo puede

Cumplidos ya los 50, el autor francés se entregó a una producción literaria que le llevó de la novela policiaca a un magno proyecto con el que traza un fresco del siglo XX a base de tramas que atrapan; con inteligencia y humor.

El escritor Pierre Lemaitre.

Pierre Lemaitre (París, Francia, 1951) es lo que se denomina un escritor tardío: publicó su primera novela ya bien entrado en los 50 años. Pero en poco tiempo construyó un sólido cuerpo literario de esos que conjugan popularidad y genialidad, conquista lectores mientras asombra a la crítica, traspasa fronteras y consigue, por fin, el reconocimiento unánime. En los últimos años, su figura se agiganta, sumido en un ambicioso proyecto con el que, a través de una decena de novelas, pretende sobrevolar la historia del siglo XX: historias de picaresca, a modo de un renovado Lazarillo de Tormes, protagonizadas por personajes golpeados por la guerra; sagas familiares en las que el emprendimiento se trufa con la corrupción, o venganzas fraguadas a fuego lento sobre las cenizas de la crisis económica que sacude el continente.

Aquella primera novela –volvemos a los inicios del Lemaitre escritor– llegó en 2006 y se llamó (en su título en español) Irène. Con ella consiguió un premio en el festival de Cognac e inauguró una serie policiaca con un atípico comandante de la brigada criminal como protagonista, Camille Verhoeven –hipotrófico, 1,45 de estatura, inteligente y metódico–, que completó con Alex (2011); Rosy & John (2011) y Camille (2012). Con un lenguaje tan sencillo como preciso y una trama despiadada y sin contemplaciones de la que al lector le resulta imposible desengancharse, Lemaitre consiguió una numerosa legión de seguidores en todo el mundo, dispuestos a aclamarle como uno de los grandes del género negro actual. Pero fue con su siguiente novela cuando su carrera literaria dio un vuelco asombroso y vertiginoso. Nos vemos allá arriba (2013), una historia sobre las peripecias de dos antiguos compañeros de trincheras en la I Guerra Mundial –uno de ellos con el rostro completamente desfigurado por una herida en combate–, se convirtió pronto en una fenómeno literario que, entre una retahíla de reconocimientos, consiguió el Premio Goncourt, inspiró una versión cinematográfica –estrenada en 2017 con el mismo nombre y dirigida por Albert Dupontel– y situó definitivamente a Lemaitre en un escalón superior.

Aquella obra supuso el primer paso en ese fresco del siglo XX que ahora le ocupa: fue el primer volumen de su trilogía sobre el periodo de entreguerras titulada Los hijos del desastre, y que se completó luego con Los colores del incendio (2018) y El espejo de nuestras penas (2020). Este año 2023 llegó su última novela hasta el momento, El ancho mundo, una historia familiar que transcurre entre París, Beirut e Indochina, y que inaugura la segunda parte de ese magno proyecto, una tetralogía que, bajo el nombre genérico de Los años gloriosos, abarcará el periodo transcurrido desde la Segunda Guerra Mundial hasta los años 70.

No se asuste el lector ante las dimensiones de la obra de Lemaitre: cada una de sus novelas –también las que no forman parte de su etapa negra ni de su fresco del siglo XX, las ‘independientes’, como Vestido de novia (2014), Tres días y una vida (2016) y Recursos inhumanos (2017)– es un ejercicio de dominio del ritmo y los tiempos que atrapa desde el primer momento y en el que, y esto es fundamental en la obra del escritor francés, no falta un agudo e inteligente componente de fino humor.

Al parecer, tiene usted una disciplinada rutina de trabajo que desanimaría a esos aspirantes a novelistas que se imaginan dando paseos por el bosque o sentados en la casa del lago esperando la inspiración.

Sí, eso es lo que me salva: no creo en la inspiración, solo creo en la transpiración. A trabajar. Así que trabajo, y como no soy un escritor muy rápido, tengo que trabajar mucho. Es un método bastante bueno, creo, confiar más en tu trabajo que en tu (posible) talento.

Disculpe la referencia personal. He leído muchos de sus libros, desde la saga del inspector Camille Verhoeven hasta Vestido de novia, Recurso inhumanos, Nos vemos allá arriba, Tres días y una noche y, ahora, El ancho mundo. Suelo decir que tiene usted una forma de escribir fácil y precisa y que, además, engancha. Pero son de temáticas tan diferentes que no sabría decir si tienen algo más en común. ¿Lo sabe usted?

A riesgo de parecer pretencioso, diría que todos transmiten un ‘placer’ de escribir, e incluso un júbilo al contar la historia, que creo que se nota en todas partes, incluso en mis novelas más oscuras. También podríamos hablar del esfuerzo realizado al principio de la novela para implicar emocionalmente al lector. También hay temas recurrentes, como para todos los novelistas. “Un escritor –solía decir F. Scott Fitzgerald– es un tipo que tiene tres o cuatro cosas que decir y que intenta, libro tras libro, decirlas más o menos correctamente”. En cuanto a esa noción de “escritura fácil” que usted describe, es muy embarazosa, porque ni siquiera los críticos más entendidos son siempre capaces de distinguir la cantidad de trabajo o incluso la proeza técnica que representa una novela fácil de leer.

Otra referencia personal: alguien me vio El ancho mundo en la mano y me preguntó de qué iba. Tenía 15, 20 segundos para responder. ¿Qué podía haber dicho?

Podría haber contestado: “Es el autor más brillante que he leído en mi vida”. No sé por qué dudó…

Se presenta este libro como la primera entrega de una tetralogía. ¿Cuánto sabe de lo que va a ocurrir en las posteriores? ¿Va construyendo la trama sobre una idea inicial?

Yo hago las dos cosas. No empiezo sin saber adónde voy; tengo que conocer el tema de la novela, las tramas principales, los acontecimientos destacados de cada una de ellas, los personajes esenciales, el final de la novela. En otras palabras, tengo que tener la estructura de la novela. Luego dejo que la escritura haga su trabajo creativo…

¿Cuánto tiempo le supone la escritura de un libro de esta magnitud?

En total, una novela me lleva unos 18 meses de trabajo, de los cuales seis meses son de investigación y preparación, y el año restante de escritura.

Públicamente, tiene un posicionamiento muy claro ante ciertos aspectos, digamos, políticos. Sus libros, sin embargo, no hablan de política, pero sí dejan translucir una forma de estar ante el mundo: honesta, solidaria, comprometida, crítica con la corrupción. ¿Comparte usted esta reflexión?

Absolutamente. Creo que cualquier lector, después de unas docenas de páginas, sabe con quién está tratando. Políticamente hablando, no voy por ahí enmascarado. Pero cuento historias, no le digo al lector lo que tiene que pensar, cada uno a lo suyo. No es raro que los lectores no estén de acuerdo con la opinión que tengo de mis personajes, aquí está el punto de la literatura…

Sabe que mucha gente no le perdonará su defensa de las clases más desfavorecidas desde una posición privilegiada como la suya…
Este es un pensamiento extraño… Uno puede ser socialmente privilegiado y estar políticamente indignado. Uno puede pertenecer a las clases privilegiadas y abogar por una sociedad en la que sus privilegios se repartan mejor. Yo vengo de las clases menos privilegiadas y, a diferencia de muchas personas que han ascendido en la escala de ingresos, no he perdido la memoria. Voto a personas que me quitarán la mayor parte de lo que tengo: ¿qué más quieren?

Tenía una vida relativamente cómoda cuando decidió dedicarse a escribir. ¿Cómo se plasmó esa decisión? ¿Lo dejó todo y se sentó a escribir? ¿Intentó compaginarlo durante un tiempo?

Hice lo que hacen todas las personas sin privilegios: seguí trabajando para ganarme la vida mientras escribía novelas.

¿Se puede ser un buen escritor sin ser un gran lector?

Sí, creo que sí. Hay escritores que son tan buenos que no necesitan aprender, lo saben. Es muy poco común. La verdad es que no los envidio: es una pena que se hayan visto privados de los placeres de la literatura, es decir, que se hayan conformado con la vida.

En ciertos círculos, los best-sellers están mal vistos; como si llegar a mucha gente fuera sinónimo de escasa calidad. Usted ha encontrado la fórmula para gustar tanto a la crítica como al público. ¿Cuál es la receta?

Si la supiera, no se la daría. Pero tiene razón, una novela de éxito es, en la mente de mucha gente, sospechosa de ser fácil. A la literatura le cuesta el concepto de ‘popular’. Como si un buen libro no pudiera, genéticamente, atraer al mayor número. Es, además, una concepción muy curiosa de lo que es la gente, imaginarla demasiado estúpida para que le guste un libro exigente. El éxito de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, o de El Amante, de Marguerite Duras, demuestran lo contrario.

¿Sabes usted si quienes le seguían en su etapa de novela negra empezaron a mirarle con recelo cuando el éxito les obligó a compartirle a usted con millones de personas?

No, no lo creo. De hecho, existe una gran porosidad entre ambos géneros. Muchos lectores de novela negra son capaces de cambiar de género cuando sienten afinidad con un novelista. Sería darme un crédito inmerecido pensar que los lectores hubieran disfrutado tanto con mi obra que hubieran sufrido al verme pasar a otra cosa.

Alguna vez ha dicho que el Premio Goncourt fue un regalo para usted. ¿Cómo le cambió la vida?

El Premio Goncourt no es solo un premio literario: es un emblema de la cultura francesa, un reconocimiento que rara vez se cuestiona. Este premio te abre todas las puertas, te hace ganar dinero, te da tiempo puesto que ya no estás obligado a publicar rápidamente para ganarte la vida, estás en el mismo palmarés que (Marcel) Proust y (Patrick) Modiano, tienes una base de lectores bastante importante y duradera… ¿Cómo puede esperar que eso no te cambie la vida?

¿A qué escritores españoles sigue usted, quiénes están entre sus preferidos?

Siento una inmensa admiración por (Benito) Pérez Galdós, lamento que sus novelas estén tan poco traducidas al francés. Entre los contemporáneos, estoy verdaderamente deslumbrado por el talento de (Arturo) Pérez-Reverte, así como de (Antonio) Muñoz Molina, Javier Marías y Almudena Grandes.

¿Qué es para usted el éxito?

He probado tanto el fracaso como el éxito y creo que puedo decir que el éxito es mejor. A los que dudan entre los dos, les aconsejo que prefieran el éxito a la derrota.

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