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Personajes

Entrevista

Maribel Verdú, ese equilibrio perfecto

Hace muchos años que la actriz madrileña no acude a castings; los directores la quieren en sus películas. Y ella sigue actuando y disfrutando como si de un juego se tratara en un carrera cada vez más internacional. En esta sesión posa para GENTLEMAN con la nueva colección pre-fall 2023 de Dior.

Maribel posa para GENTLEMAN con chaqueta y pantalón de popelina de algodón y seda y pulsera Dior Code de metal acabado en oro y lacado rosa, todo de Dior.

De repente, durante unas semanas, las nuevas generaciones nos arrebataron a Maribel Verdú. Comenzó a finales de abril, cuando se publicó uno de los tráileres de la película The Flash, pero aún colea: la Maribel Verdú que hace ahora 30 años se paseaba por Los Ángeles con el equipo de Belle Époque para acompañar a Fernando Trueba en su carrera hasta el Oscar; la que desde entonces se ha fraguado una prolífica y sólida carrera con títulos imprescindibles hasta convertirse en uno de esos tesoros patrios unánimemente compartidos, pasó a ser, de la noche a la mañana, “la madre de Flash”. Lo escuchó de su hijo el operador de vídeo que acompañó esta sesión, cuando supo a quién iba a grabar y lo vivió en persona la propia actriz cuando, en el taxi de camino a la producción, el conductor le confesó cómo contaría al llegar a casa a quién acababa de llevar. Mejor no pelear: Maribel Verdú es un poco de todos, también de quienes se han sumado a su larga lista de admiradores tras descubrirla en The Flash –dirigida por Andrés Muschietti, se estrenó el pasado 16 de junio– como la madre del superhéroe.

No es fácil tratar de trazar en pocas líneas una semblanza de la actriz madrileña. Si acaso, recuperar, con criterio discutible por lo personal, algunas de entre el centenar de películas rodadas: sin duda Amantes (1991, Vicente Aranda), por ser la que lanzó definitivamente a la fama; La buena estrella (1997, Ricardo Franco), por la ejemplaridad de las interpretaciones del trío protagonista, además de Verdú, Antonio Resines y Jordi Mollá.; Y tu mamá también (2001, Alfonso Cuarón), por su acogida internacional; El labertinto del fauno (2006, Guillermo del Toro), el triunfal regreso de la actriz tras dos años de incertidumbre; Siete mesas de billar francés (2007, Gracia Querejeta), su primer Goya; Teatro (2009, Francis Ford Coppola), nada más y nada menos; Blancanieves (2012, Pablo Berger), su segundo Goya; Abracadabra (2017, de nuevo Berger); o su más reciente Raymond and Ray (2022, Rodrigo García), una de sus últimamente no tan esporádicas incursiones en el cine internacional, en esta ocasión compartiendo pantalla con Ethan Hawke y Ewan McGregor. Lo dicho: ejercicio imposible repasar tanto y tan excelente trabajo. Mejor, simplemente, hablar con Maribel Verdú.

A la izda., Maribel Verdú lleva blusa de sarga de seda; chaleco bordado de lana radzimir y seda; falda de shantung de seda; todo de Dior. Los pendientes son Dior Tribales y el anillo, Jardin Indien, en ambos casos de metal acabado en dorado con perlas de resina blanca, cristales plateados y laca multicolor. A su lado, chaqueta y vaqueros de algodón estampado Tie’n Dior; top de punto de algodón acanalado; collar 30 Montaigne de metal con acabado dorado y plateado; anillo Jardin Indien y pendientes CD Lock en metal acabado oro. Todo de Dior.

¿Cómo está? Porque desde fuera da la sensación de que atraviesa uno de esos momentos pletóricos.

Es así. Estoy en un momento en mi vida en el que he conseguido mantener la energía que yo tengo con la serenidad que me faltaba. No en plan tensión baja, no. Mezclar una cosa con otra es como el equilibrio perfecto, y es lo que he conseguido, la verdad.

¿Es verdad que su primer papel surgió porque alguien se lo propuso en una cafetería siendo aún una niña?

Sí, sí, es verdad. Jaime Fernández-Cid y Fernando Bauluz, el director de producción y el ayudante de dirección de La huella del crimen, que eran capítulos de crímenes famosos en la historia de nuestro país, que producía Pedro Costa, con el que luego hice Amantes o La buena estrella, me vieron en una cafetería a la vuelta del cole en la que me había parado con mi amiga para tomar una manzanilla y me dijeron que si quería ser actriz.

Y ahí empezó todo. ¿Cree que fue un momento decisivo o, de una forma u otra, hubiera cogido el mismo camino?

No. Lo de ser actriz no me lo había ni planteado. Eres pequeña, ves películas, pero casi no sabes que eso existe, ni te lo planteas. Yo me disfrazaba en el cole, montaba funciones de teatro en el fin de curso y hacía entremeses de Cervantes, Los habladores, y me ponía bigote… Pero ni se me pasaba por la cabeza.

¿Y realmente nunca ha tomado clases de interpretación?

No (dice en voz baja).

Disculpe, no quería que sonara como reproche.

Es que me da apuro. Era otra época, hablo del año 83, qué escuelas había… Me busqué un representante, hasta que uno me quiso no te puedes imaginar, gracias a Fernando Guillén, que intercedió, que hacía de papá mío en La huella del crimen… Y yo iba a un casting y a otro y a otro, y me cogían, y yo hacía películas, y con los años me enteré de que había hecho películas con directores muy importantes llamados Fernando Trueba, Eloy de la Iglesia, Montxo Armendáriz, Antonio Mercero, Vicente Aranda, Emilio Martínez Lázaro, Antonio Isasi… Y decía, ‘si estos son los que me cogían en los castings’. Y no fui consciente hasta mucho después.

A la izda., la actriz posa con blusa de popelina de algodón y seda con motivo Toile de Jouy Voyage; falda de popelín de algodón y seda con motivo Indian Garden, y anillo D-Reinassance, todo de Dior. A su lado, con vestido largo en cady de seda; pendientes Dior Tribales y anillo D-Reinassance, de metal con acabado dorado, abalorios de resina blancos, cristales plateados y espejos. Todo de Dior.

Ha hablado alguna vez de los malos modos de ciertos directores, el autoritarismo de otros, los celos de algún actor… ¿Eran otros tiempos o es que en esta profesión hay que lidiar con mucho ego?

Sí, creo que el ego es el peor enemigo del ser humano. El ego destroza vidas, pero no solo para quien lo padece, sino para la gente de alrededor, y de esto me he dado cuenta relativamente hace poco. Antes decías, ‘qué prepotente, qué déspota o qué no sé qué’. Pues no, es culpa de los egos no tratados, de la gente que te permite tener ese ego; la educación, el respeto, es algo fundamental. Yo empezaba y a veces decía ‘pero esto qué es’. Además había trabajado con directores que me habían tratado tan bien y era tan bonito, como Fernando Trueba, Emilio Martínez Lázaro, Vicente Aranda… Yo había probado lo otro y decía, ¿qué necesidad? Eran épocas en que de repente te cogían y te retorcían la oreja. ¿Te imaginas? A mí, ya con mi edad, y con mi profesión y con lo que llevo encima… Me acuerdo de un director en una película en Barcelona que empezó a gritar y yo dejé el rodaje y me fui al hotel.

¿Piensa a veces ‘si me pillan ahora’?

Efectivamente. Pero afortunadamente trabajas con Rodrigo García, Gideon Raff, Gracias Querejeta, Pablo Bergel, con gente que crea un ambiente que te mueres, con Guillermo del Toro… Perdóname, con gente muy importante y maravillosa.

¿Coppola entre ellos?

Pues es otro grande, divino, que es cariñoso, que de repente no está de acuerdo con algo y lo dice, pero no va gritando a la gente con mala educación. Esto es un trabajo en equipo, no hay que olvidarlo nunca. Un director, sin su equipo técnico y sin sus actores, es que no puede hacer nada.

Pasó un momento complicado, con un cierto parón. ¿Tiene la sensación de que todo eso ha quedado atrás?

Después de una película como Y tu mamá también, éxito mundial, me empezaron a ofrecer un montón de cosas fuera que yo no quise hacer, pero aquí nada, como que no se atrevían. Que ahora sí las hubiera cogido, por cierto, pero, bah, las cosas han sido como han sido por algo. Entonces, pasé como dos años y pico…, hasta que llegó Guillermo del Toro con El laberinto del fauno, que fue un cambio en mi carrera bestial: de repente interpretar a esa Mercedes con el chal, el borrego, la bota, el cuchillo en el delantal, que nunca sabes qué piensa, qué hace… Es de los papeles más maravillosos que he hecho.

¿El vértigo está siempre en esta profesión?

Siempre. Soy mujer, voy cumpliendo años y cada año digo ‘va a ser el último, va a ser el último, porque ya solo me querrán para papeles chiquititos’. Y no, sigo haciendo papeles, no por pequeño, eso me da igual, sino con un peso y una gama de colores, y tan interesantes… Rubén (Goldfarb), el productor de la serie Élite, me ha querido tener en esta séptima temporada. Los chavales son los protagonistas obviamente, pero mi papel es de esos papeles soñados, complejo, que no podrías hacer con 30 años, porque tienes que tener experiencia… Vengo de México de rodar con Rodrigo García, la segunda peli con él (Familia)… Papeles muy diferentes y me encantan.

Cuando una actriz deja de hacer castings, ¿es que ya ha alcanzado el éxito?

No lo sé. A mí me pasó que un día no me llamaron más para un casting… Recuerdo que a mi repre le dije ‘vale, mándame las separatas para estudiar’, y me contesta ‘no, no, que te quiere’. Fue Emilio (Martínez Lázaro) para El juego más divertido (1987). Mola mucho. Y nunca más, ni Coppola, ni Rodrigo, ni Cuarón, ni Guillermo. Si queréis algo de mí, ahí tenéis cien películas; he hecho papeles de todo tipo, por versatilidad que no quede.

¿Sigue siendo un juego para usted actuar?

Eso me lo enseñó Coppola. El verbo play es jugar, y quien no se lo tome de esta manera, qué sufrimiento. Esto es maravilloso, es el recreo para un niño… Pero es nuestra profesión, yo me lo tomo en serio, soy disciplinada, rigurosa, y estudio y me lo curro, pero no se me olvida nunca disfrutar.

¿En esa alegría y buen rollo que transmite, hay algo de interpretación? ¿Ya no se puede permitir otra cara?

No. Yo soy así desde que era pequeña, era el torbellino en casa, siempre, esta es mi manera de ser, mi carácter. Es así. Y si estoy un día plof, un día triste, no voy a disimular, no puedo, pero con corrección y educación siempre, serena… ‘Cómo se nota qué medita y hace yoga. Superzen’.

Tiene dos estrenos en el horizonte, Invitación a un asesinato, que ha rodado en México; y Pet Shop Boys, dirigida por Olmo Schnabel, el hijo de Julián.

La segunda es un papel chiquito, tres días, pero me hizo mucha ilusión, y con Jordi Mollá, que hacía años que no nos veíamos. Me encantó, el papel es muy lindo. La de México… cómo me lo pasé, rodamos en Los Cabos. El mío es un papel secundario pero la base de toda la película, porque es la que lanza al resto a un juego que tienen que cumplir. Mola mucho. Fue una maravilla y me lo pasé…, pasé el cumpleaños el 2 de octubre allí, me hicieron una fiesta, al director (José Manuel Cravioto) te lo comes con patatas. Y luego está Familia, la de Rodrigo García, con Dani Jiménez Cacho, con el que ya hice La Zona y Blancanieves

Imagine que el mundo se olvida de usted y tiene que presentar una película para demostrar qué sabe hacer. ¿Cuál llevaría?

No, no puedo decir una. Es imposible. Digo, Siete mesas de billar francés, que me dio mi primer Goya, que es un trabajo dificilísimo, pero cómo vas a olvidar Blancanieves, y cómo vas a olvidar Y tu mamá también, y cómo vas a olvidar El laberinto del fauno, y Abracadabra, que nunca había hecho ese personaje de esa choni maltratada, maravilloso. No, no podría, Y qué me cuentas de Amantes, de La buena estrella o Los girasoles ciegos, con Cuerda (José Luis)…

Imagine lo contrario: todo va bien, todo va como ahora. ¿Lo firma por unos años más o cree que llegará un momento en que necesite un cambio?

Sí, por favor. Yo tengo mis momentos, soy muy organizada y organizadora, pero tengo mis momentos en los que aprovecho, después de ir a un estreno, para regalarme mis días de excursión, y tengo mi refugio en la playa y me voy otros diez días. Trabajo mucho pero también saco tiempo para mí, si no no puede ser. Yo le dedico mucho tiempo a la cabeza, a cultivarla, y te dedicas a leer, a relativizar las cosas, a tener una visión de las cosas más sana. Y aprendes una cosa que a mí me ha salvado la vida: que la perfección no existe, quien la quiera buscar allá él. Entonces, vives mucho más tranquila.

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