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Francisco Leiro, la libertad de crear

Sus grandes figuras humanas, en madera pero no solo, son capaces de transmitir desde humor hasta fragilidad, y también misterio. El artista gallego es uno de los grandes de la escultura de nuestro país.

Francisco Leiro, junto a la obra Gemelas (2018), en su taller de Madrid.

Premio gentleman 2023, Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) es uno de los más reconocidos escultores no solo de nuestro país, también del circuito internacional del arte. Creador de grandes obras en madera –aunque trabaja también otros materiales como el granito–, con la figura humana como protagonista, su arte no entiende de etiquetas: hay algo de surrealismo, también de arte pop, pero, como él dice, utiliza “la herencia de la escultura de toda la humanidad”.

¿Por qué el cuerpo humano es el protagonista casi absoluto de su obra?

Desde que empecé a hacer esculturas y a dibujar siempre me interesó lo orgánico, desde una concha a espacios vegetales. Y a finales de los 70, curiosamente coincidiendo con la mili, empecé a centrarme en esa parte más psicológica de la escultura y, a través de la representación del cuerpo, expresar mejor esos sentimientos humanos.

¿Y por qué cuerpos sin ojos ni orejas?

Utilizo el cuerpo humano como pretexto para hacer esculturas; lo que me interesa es la escultura y la escultura es una cosa abstracta, un volumen, una forma. Lo que me preocupa es lo esencial de la escultura, que son los grandes volúmenes, la expresividad, el equilibrio, la composición, el desequilibrio, la ligereza, la trampa entre lo pesado y lo ligero…, ese tipo de cosas que son propias de la escultura, tanto figurativa como abstracta.

Usted mismo ha dicho alguna vez que los artistas tienen en su mente dos o tres temas que les persiguen y que trasladan a sus obras. ¿Cuáles son en su caso?

Yo hablo en algún momento de obsesiones. Creo que alguna de ellas es tratar la escultura como algo con cierto misterio, dejando que lo abra el espectador, que tenga que terminarla, rematarla. Esa es una de las obsesiones más importantes que tengo.

Desde fuera, un vistazo al conjunto de su obra parece indicar que los humanos no somos muy felices, o que tenemos más cargas que alegrías.

Tengo personajes de todo tipo: tengo una serie muy importante de obras humorísticas, con un humor un poco ácido algunas; tengo otras obras más dramáticas, en las que parece que algo pasa en la condición humana algo pasa, y obras más psicológicas que transmiten la fragilidad humana. Y hay toda una serie de obras que denominé Anónimas o Ninguén (en gallego), que significa nadie, que son personajes que tampoco quieren significar nada en concreto, que pululan por el mundo sin ningún tipo de cometido.

Desde adolescente quería ser escultor. ¿Cuánto hay de talento innato en un artista y cuánto de aprendizaje y formación?

Supongo que habrá de todo. Gente que nace con ese talento innato, a la que le salen las cosas automáticamente, y otros artistas que en un momento de su vida quieren ser artistas y se lo curran.

¿En su caso?

Cincuenta por ciento. Es que si no trabajas no sale nada, por mucho talento que tengas. Es muy importante dudar de lo que estás haciendo, y pensar que nunca has llegado al momento en que la obra está bien. Cada obra puede ser un fracaso.

Destaca usted la libertad del artista.

Sí, en mis años mozos, el decidir ser escultor me transmitió una sensación de libertad absoluta, y además no pensaba nada más que en el arte, me daba igual el dinero, la ropa, me daba igual todo. La profesión de escultor tiene esa cosa maravillosa de sentirte el creador de las cosas, estás en una mesa con un pegote de barro o un lápiz y un papel y no necesitas nada más para crear.

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