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España

El tesoro de Miguel Ángel Blanco, oculto 25 años: recuperan sus últimas pertenencias en un garaje

Hasta 43 cajas con material inédito del concejal de Ermua asesinado por ETA revelan detalles sobre su vida y, en definitiva, sobre la historia reciente de España

Algunas de las pertenencias de Miguel Ángel Blanco localizadas en el garaje de Ermua
Algunas de las pertenencias de Miguel Ángel Blanco localizadas en el garaje de Ermua

A menudo, los objetos que uno deja tras su muerte suponen una ventana con la que asomarse a su entera existencia. En el caso de Miguel Ángel Blanco, un maletín, unas partituras y unos calendarios del grupo musical 'Héroes del Silencio' escondidos hasta ahora en su garaje de Ermua evidencian que era un chico sencillo y que jamás se habría imaginado ser hoy quien es: la persona que con su muerte cambió la historia de España.

Lo que sí eligió fue ser concejal en un momento en el que el mero hecho de presentarse en unas listas electorales era lo mismo que dibujarse una diana en la nuca. Han pasado 25 años de su secuestro y asesinato. Ahora, su legado oculto permite conocer algunos detalles hasta la fecha desconocidos.

El garaje de Miguel Ángel Blanco albergaba unos objetos habituales, convertidos en reliquias por narrar un pedazo de la historia de España. Su asesinato fue un chantaje y una represalia. La cúpula de ETA, enardecida tras la liberación de José Antonio Ortega Lara –funcionario de prisiones que sobrevivió a 532 días de encierro en un zulo–, encargó a sus pistoleros que lanzasen un órdago. Debían secuestrar a un concejal y dar un ultimátum al Gobierno de José María Aznar.

El elegido fue Miguel Ángel Blanco. Natural de Ermua, con 25 años entró en Nuevas Generaciones del Partido Popular. Pocas semanas después le convencieron para entrar en las listas del partido para las elecciones municipales de su pueblo. Accedió. Y el 25 de mayo fue elegido concejal. De forma casi inmediata, ETA escribió su nombre en su lista de objetivos.

Secuestro y asesinato

El resto es historia. En la mañana del 1 de julio de 1997 las televisiones amanecieron con la noticia de la liberación de Ortega Lara en una nave industrial de Mondragón. Demacrado, pero vivo. Era la gran baza de ETA para forzar al Gobierno a negociar la situación de sus presos, pero la acción de la Guardia Civil truncó sus planes.

Unos días más tarde, un comando de ETA asaltó a Miguel Ángel Blanco cuando bajaba del tren que habitualmente tomaba para ir a trabajar. La banda terrorista emitió a través de la emisora Egin Irratia un comunicado: o el Gobierno acercaba a los presos de ETA o acababan con la vida del concejal. Miguel Blanco, padre de Miguel Ángel, se enteró de la noticia al volver a su casa, cuando un nutrido grupo de periodistas le preguntó por el secuestro de su hijo.

Cartel con la fotografía de Miguel Ángel Blanco en una concentración de homenaje/ EUROPA PRESS
Cartel con la fotografía de Miguel Ángel Blanco en una concentración de homenaje/ EUROPA PRESS

En realidad era una muerte en diferido. Los terroristas siempre tuvieron la idea de asesinarlo. El Ejecutivo, con José María Aznar a la cabeza y Jaime Mayor Oreja como ministro del Interior, anunció que no cedería. Los secuestradores, Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, Irantzu Gallastegui Sodupe, Amaia, y José Luis Geresta Mujika, Oker, cumplieron su amenaza. El 12 de julio, a las 16.50 horas, obligaron a Miguel Ángel Blanco a arrodillarse en un descampado de Lasarte-Oria. Le descerrajaron dos disparos y se dieron a la fuga.

Dos hombres que paseaban por la zona encontraron al edil de Ermua. Estaba vivo. Todas las radios informaron del hallazgo y, por unos momentos, los españoles mantenían la esperanza de que sobreviviese: tal era el nivel de indignación que el secuestro había despertado en la sociedad. Pero no se pudo hacer nada por salvar su vida. Así, con su muerte, se generó una reacción social sin precedentes contra ETA, incluso en el País Vasco. Fue la llave para acorralar no sólo a los terroristas, sino a todos aquellos que con su apoyo o connivencia permitían su actividad criminal.

La sencillez de Miguel Ángel Blanco

Han pasado casi 25 años y, cuando parecía que se conocían todos los detalles de la vida de Miguel Ángel, se abre una nueva oportunidad. Miguel y Consuelo, padres del concejal, murieron en el año 2020. Él, el 12 de marzo; ella, el 1 de abril. Y ahora, la Fundación Miguel Ángel Blanco ha abierto las puertas del garaje familiar, encontrando un sinfín de archivos y objetos hasta ahora desconocidos.

La mayoría son cartas. La Universidad de Navarra, que ha recibido el legado en manos de la fundación, lo ha clasificado en 43 cajas. Casi todas las misivas proceden de España, pero también hay del extranjero. Ciudadanos casi todos. También algunas autoridades. Conmovidos, escribían a la familia o al propio Miguel Ángel, con el anhelo de que algún día pudiese leer sus mensajes.

Pero también hay objetos que entrañan un pedazo de la historia de España y que, al mismo tiempo, definen de un modo u otro al concejal. Hay un maletín de cuero. Miguel Ángel Blanco viajaba a diario desde Ermua hasta Éibar para trabajar en el departamento financiero de la empresa Eman Consulting; la mayoría de las veces en tren, pero algunas veces lo hacía en el coche de su padre. De hecho, ETA planeó su secuestro un día antes, pero no pudieron hacerlo porque le esperaban en la estación y él se trasladó en vehículo.

Es fácil escribir la historia de ese maletín. Dentro guardaba todo lo que necesitaba para ir a trabajar, para asistir a los plenos del Ayuntamiento. En una época en que los teléfonos móviles no tenían la ascendencia de ahora, los cuadernos, bolígrafos y papeles eran protagonistas indiscutibles.

Las pertenencias de Miguel Ángel Blanco localizadas en el garaje de Ermua también hablan sobre sus aficiones, gustos y pasiones, que en el fondo no tenían nada de extraordinario. Le fascinaba la música. Más aún ‘Héroes del Silencio’. Una de las cajas que ahora custodia la Universidad de Navarra tiene varios calendarios de este grupo zaragozano.

Miguel Ángel también tocaba la batería con un grupo de amigos, que se hacía llamar ‘Póker’. Entre los objetos hallados hay varias partituras. Y un escudo en madera del Éibar, club de fútbol del que era aficionado. Igualmente se ha encontrado un dibujo en rotuladores enmarcado que reza: “El País Vasco somos todos”.

Objetos que tienen poco de excepcional, pero que justifican la sencillez de un joven que no eligió su destino, aunque sí sabía el riesgo que suponía ser elegido concejal de Ermua. Y es precisamente en su sencillez donde radica la incomprensión que suscitó su secuestro y asesinato, lo que propició el llamado Espíritu de Ermua y el consecuente aislamiento de ETA y de su entorno.

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