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España

FLORA Y FAUNA

Grande-Marlaska y la declinación de la lapa

Fernando Grande-Marlaska y la lapa.
Fernando Grande-Marlaska y la lapa.

Fernando Grande-Marlaska Gómez (nacido Fernando Grande Marlasca) vino al mundo en Bilbao el 26 de junio de 1962. Es uno de los tres hijos, dos chicas y él, que tuvieron Avelino Gómez, funcionario del Ayuntamiento (policía municipal) y su esposa, Ángela Marlasca Gómez, que en sus buenos tiempos fue modista. Los dos han fallecido ya, el padre hace varias décadas.

Era una familia de clase media, seria, con un respeto muy grande por el trabajo duro y tenaz. Esa fue la educación que recibió Fernando en su casa.

El chaval, que salió muy inteligente, con una gran capacidad de trabajo y bastante guapo, estudió en el colegio de los hermanos de La Salle en Bilbao. Eso, en la España de los 70, suponía una férrea formación cristiana y un entrenamiento constante en la responsabilidad. No había muchas bromas. Más tarde, quizá por el deseo de salir del estatus social y económico familiar (no faltaba nada pero tampoco sobraba nada), decidió estudiar Derecho.

Su primera voluntad fue dedicarse al mundo de la empresa, así que estudió Derecho Económico en la universidad de Deusto. Comenzaban los años 80 (él se licenció en 1985) y la "moda" de entonces, entre los juristas de su especialidad, era estudiar Derecho comunitario y hacerse funcionario en Bruselas.

Fernando lo intentó; pidió una beca para estudiar en Brujas, pero no se la dieron. Así que se puso a trabajar en una empresa… en la que duró solo un año: tiempo suficiente para darse cuenta de que lo del Derecho económico no era precisamente el amor de su vida. Y se puso a preparar oposiciones… a juez. ¿Por qué a juez? Pues no había (dice él) una razón especial. Algo había que hacer, eso era todo.

Acertó. De inmediato se dio cuenta de que la Judicatura y él estaban hechos la una para el otro. Sacó las oposiciones e ingresó en la carrera judicial en 1987. Como es sabido, los jueces novatos suelen hacer un largo periplo de ciudad en ciudad, siempre acechando un destino definitivo que les guste.

Marlaska empezó esa peregrinación profesional (que fue, en su caso, corta) en Santoña, Cantabria. Ahí apareció por primera vez una extraña maldición que no le abandonó durante todos sus años en la Judicatura: le caían los casos más sonados, los que daban una popularidad que a él nunca le gustó. En Santoña le tocó investigar el suicidio de Rafael Escobedo, condenado por el asesinato de los marqueses de Urquijo. Eso para empezar.

No tardó en recalar en Bilbao. En 1990 se ocupó del Juzgado de Instrucción nº 2, en el que permaneció nueve años. Y en 1999, cuando tenía solo 37, le hicieron presidente de la Audiencia Provincial de Vizcaya. ¿Por sus méritos? Él dice que no. Le nombraron porque ningún otro juez con más altura en el escalafón quería ocuparse de aquello. Eran los años terribles de ETA y Marlaska tenía fama –justificada– de adversario enconado del nacionalismo, y sobre todo del terrorismo. Y no se achantaba como otros. Por eso le pusieron allí. Al año siguiente, 2000, se demostró que era objetivo de la mafia vasca y le pusieron escolta. Le costó mucho acostumbrarse, lo pasó mal. Lo mismo que su novio, Gorka.

Porque esa es otra. Fernando Grande-Marlaska es homosexual y ha vivido siempre su condición con la mayor dignidad y naturalidad posibles. Conoció a Gorka en 1997. Se fueron a vivir juntos casi desde el principio. Se casaron en cuanto se aprobó el matrimonio igualitario, en 2005. Cuando lo dijo a su madre, en 1998 (el padre había fallecido ya), que le gustaban los chicos y que era muy feliz con Gorka, esta no lo aceptó y estuvieron seis años sin hablarse, aunque luego la marea de la incomprensión se retiró.

En la esquela que se publicó tras el fallecimiento de la madre, en abril de 2016, aparece el nombre de Gorka con toda naturalidad.

Desde siempre, el juez Fernando Grande-Marlaska ha hecho cuando ha podido por ayudar en la visibilización y la normalización de la homosexualidad. Sabe que él es un referente para mucha gente gay joven que vive acoquinada en pueblos pequeños. Un referente que a él le habría gustado tener. Y no lo tuvo.

La pareja dejó Bilbao y se fue a vivir a Madrid en 2003.

Fernando cambió su brillante puesto en la Audiencia de Vizcaya por uno mucho más modesto en los Juzgados de la Plaza de Castilla. La razón fue solo una: ETA. Como decía el propio juez hace unos años, entonces todo gravitaba en el País Vasco sobre el asunto del nacionalismo y, en especial, sobre la "dictadura del miedo" que la mafia vasca había impuesto sobre la población.

Era algo que contaminaba la vida cotidiana de todo el mundo. Marlaska estaba amenazado. Y Gorka y él decidieron cambiar de ciudad, donde vivirían peor (Gorka se instaló en Madrid sin tener trabajo) pero al menos podrían respirar a gusto.

Ya en 2004 sustituyó provisionalmente a Baltasar Garzón (este sí, uno de los "jueces estrella" por antonomasia) al frente del célebre Juzgado Central de Instrucción nº 5 de la Audiencia Nacional. Pocos años después pasaría al Juzgado nº 3. Y se hizo famoso.

La carrera judicial de Fernando Grande-Marlaska es, conforme a la maldición antedicha, un rosario de estrépitos judiciales y mediáticos en los que el juez (ya magistrado) actuó siempre igual: conforme a su mejor criterio profesional, sin aceptar presiones de nadie.

Podía equivocarse, como todo el mundo, pero se ganó justa fama de honrado, de insobornable, de inmune a las presiones y de no casarse con nadie más que con su marido, que para eso estaba.

Este es el hombre que se convirtió en una de las peores pesadillas de ETA y de su entorno corleonesco. El que mandó a prisión a Arnaldo Otegi. El que ordenó la intervención policial en el Forum Filatélico, una de las grandes estafas del principio de este siglo. El que procesó a varios dibujantes y responsables de la revista satírica El Jueves por una caricatura asquerosa de los entonces príncipes de Asturias.

El que prohibía manifestaciones "abertzales" una detrás de otra. El que estuvo a punto de ser asesinado por la banda mafiosa, que tenía planes para volar su casa. El que decidió archivar la causa del accidente del avión Yak-42, en el que se mataron 75 personas, 62 de ellas militares españoles; pero la Sección Cuarta de la Sala de Lo Penal revocó aquel archivo, reabrió el caso e imputó por homicidio a cinco altos mandos militares, entre ellos el Jefe del Estado Mayor de la Defensa, almirante Moreno Barberá.

Marlaska, a quien en aquella ocasión sacaron los colores, podía acertar o no, pero tenía algo que encandilaba a la ciudadanía y también a la Prensa: era imprevisible, nunca sabías por dónde iba a tirar. Y solo seguía el criterio de la Ley. Su prestigio era muy grande, a pesar de que prácticamente nunca concedía entrevistas.

En febrero de 2012 le hicieron presidente de la Sala Penal de la Audiencia Nacional. Y al año siguiente le nombraron vocal del Consejo General del Poder Judicial… a propuesta del PP, donde estaban convencidos de que era un juez conservador. Pero es que en la izquierda pensaban que era progresista.

Para sorpresa general, Grande-Marlaska aceptó la propuesta de Pedro Sánchez de ocuparse del Ministerio del Interior. Era 2018 y Mariano Rajoy acababa de ser derribado por la famosa moción de censura. Nadie entendía gran cosa. Marlaska dijo que cambiaba la toga por la política y que nunca habría vuelta atrás. Desde ese momento, la "derecha mediática" (antes tan complaciente con él) le puso la proa y la Prensa "progresista" pasó a defenderle, hiciera lo que hiciese. Es lo que suele hacerse con todo el mundo, pero Marlaska no estaba acostumbrado.

El nuevo ministro, que al principio rara vez daba unja voz o descargaba un puñetazo en la mesa, eliminó las letales "concertinas" de las alambradas de Ceuta y Melilla. Ordenó (con la anuencia del Tribunal Supremo) el traslado al País Vasco de 45 presos de ETA, lo cual puso en el disparadero a las más radicales de las asociaciones de víctimas del terrorismo; tiempo después hizo lo mismo con 151 presos más. Se ganó la reprobación del Congreso por el terrible caso de la "valla de Melilla", pero ahí el antiguo juez ya estaba cayendo (cabe deducirse) en un mal muy común en los políticos: la firme creencia en que uno tiene razón… haga lo que haga, y que toda crítica que le caiga encima procede del cada vez más intenso y enfermizo encono político y/o partidista. Es una declinación o deterioro que hemos visto cientos de veces.

Criticó durísimamente a los estudiantes del colegio mayor Elías Ahúja, que se habían portado como unos australopitecos machistas con las chicas de otro colegio vecino. Se enfrentó con no menos dureza con el jefe de la Guardia Civil en Madrid, Diego Pérez de los Cobos, a quien destituyó. Asistió a la manifestación feminista del 8 de marzo de 2020, cuando la nube de la covid ya corría por todas partes. Criticó con su habitual contundencia al PP, al que llamó "organización criminal". La Prensa conservadora no le pasaba una y la izquierdista lo defendía, queda dicho, fuera lo que fuese lo que hiciese o dijese. Su prestigio público, antes inmenso, comenzó a resquebrajarse.

No hay forma de saber hasta qué punto le afectó el síndrome definido por lord John Emerich Acton a mediados del siglo XIX: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Y lo primero que se corrompe es la capacidad de autocrítica, la de analizar qué parte de razón tienen quienes se quejan de lo que haces.

Fernando Grande-Marlaska es el hombre que ordenó, en 2022, el desmantelamiento de la OCON-Sur, unidad de la Guardia Civil especializada en la lucha contra el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar. No está en absoluto claro por qué. La unidad, creada cuatro años antes, había puesto las cosas muy difíciles a los poderosos clanes de la droga en Andalucía. Su disolución hizo que la Benemérita tuviese que perseguir a las potentísimas "narcolanchas" poco más que con patines a pedales. Los traficantes recuperaron el control absoluto del Estrecho.

Y hace unos días, una de estas enormes lanchas de la droga arrolló deliberadamente, en el puerto de Barbate, a una embarcación de la Guardia Civil, tres veces más pequeña. Fueron asesinados dos agentes. La ciudadanía se indignó, como es natural, porque todo el mundo sabía que con los medios de que disponía la OCON-Sur aquello no habría ocurrido de ninguna manera. Y muchísima gente (además de los partidos conservadores) pidió la dimisión del ministro.

Pero no hubo nada que hacer. A fecha de hoy, el otrora independiente e incorruptible juez Marlaska sigue convencido de que quien pide su dimisión no es la ciudadanía, sea del partido que sea, sino los adversarios políticos de Sánchez. Y se niega rotundamente a pensar siquiera en dejar el sillón, al que parece aferrarse con la habitual determinación que ha usado para todo en esta vida. Su declinación, por tanto, continúa agravándose.

No hay nadie más peligroso que quien está plenamente convencido de tener razón… no por lo que hace o dice sino por ser quien es, y no escucha a quienes podrían decirle la verdad.

* * *

La lapa (patella vulgata, por ejemplo)es el nombre común que recibe una amplia cantidad de especies de moluscos gasterópodos marinos de la familia de los patélidos. Son endémicos de los mares de Europa occidental. Viven en entornos rocosos costeros y se alimentan de diminutas algas marinas que hay pegadas a los acantilados. Su concha es cónica y tiene estrías rugosas. Y ya es suficiente descripción porque todos ustedes han visto alguna vez una lapa, caramba. Seguramente muchas.

Es comestible, pero su sabor no es comparable al de otros moluscos o crustáceos vecinos. La lapa es, de los animales costeros, el más humilde, el más serio, el de peor humor y desde luego el más tozudo.

Es suficiente rozar con un dedo a una lapa que haya en una roca cercana a la playa para que el animal, mediante succión, se adhiera con todas sus fuerzas a la piedra y no haya forma de moverlo. Con las manos solas es prácticamente imposible, hacen falta palos o herramientas. Y la lapa prefiere casi siempre ser destruida antes que dar su brazo (o su pie carnoso) a torcer.

Vamos, como para pedirle que dimita. Menuda es la lapa. Sobre todo las lapas vascas, quod erat demonstrandum.

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  • M
    M-V-P

    Muchas lapas comí yo en Matalascañas cundo aun no había "chalets"; nadaba hasta el "tapón" con un limón y una navaja. Que gusto cuando les echaba el limón y se retorcían... señal de estar vivitas y frescas.