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PRIMER ANIVERSARIO KABUL (VI)

El 'bautismo' del teniente Tarnawski en Kabul: "El atentado me pilló en el aeropuerto"

Médico uniformado, el teniente Guillermo Tarnawski formó parte de la tripulación del avión medicalizado que España envió a Afganistán: "Siempre recordaré a aquella anciana con párkinson..."

El teniente Guillermo Tarnawski
El teniente Guillermo Tarnawski

Médico de vocación, pero médico de uniforme militar. El teniente Guillermo Tarnawski Español enfiló sus pasos para desempeñar su trayectoria sanitaria al servicio de las Fuerzas Armadas. Y en base a sus estudios se le dedicó un puesto clave en la evacuación de Kabul de 2021, que culminó con la extracción de cerca de 2.200 afganos en medio de un escenario frágil, bajo el férreo control de los talibán y ante la creciente amenaza de atentado contra las instalaciones desde las que operaban.

Tenía 29 años y el título para desempeñarse como médico en vuelo recién sacado. Era época en que la pandemia del coronavirus sacudió todos los cimientos de España, por lo que no pudo desarrollar la parte práctica que suponía ejercer su profesión en un avión. Su bautismo fue una inmersión total, sin tiempo para cavilaciones ajenas a la misión. Porque él viajaba a bordo del A400M del Ejército del Aire medicalizado, adaptado para trasladar a los pacientes que se encontrasen en una situación más grave.

Aquella anciana con párkinson que estaba entera agarrotada, las mujeres embarazadas casi a término, las abrasiones que sufrían los niños recién nacidos... La urgencia de la misión exigía un tratamiento inmediato para que todos los pacientes volasen a bordo de un avión militar en las mejores condiciones posibles. Admite que a menudo piensa qué habrá sido de ellos, cuál será su situación médica actual y qué vida tendrán en España.

Y el atentado. El teniente Tarnawski se encontraba en pista del aeropuerto cuando la filial del Estado Islámico en Afganistán atacó las inmediaciones del aeródromo. Pero estaba tan inmerso en su papel y bajo tal estruendo de los motores en marcha del avión que no escuchó el sonido de la explosión.

Este es su testimonio en primera persona, que forma parte del serial de relatos de militares españoles que participaron en la evacuación de Kabul recogidos por Vozpópuli con motivo del primer aniversario de los acontecimientos. El capitán Peña, a los mandos de unos de los A400 del Ejército del Aire; un suboficial del Mando de Operaciones desplegado en el aeropuerto; la capitán Oliva, sanitaria; el teniente coronel Fernando Cid, que recuerda la coordinación entre países implicados; y el sargento primero Abadía, que recuerda las abrasiones en los pies de los niños que iban descalzos, participaron en ediciones anteriores.

Integrado en una nueva unidad

Mi superior me dijo si estaba disponible para irme en dos días a Kabul y enseguida dije que sí. Por el momento no le conté nada a mi novia, con quien me casaba en pocas semanas. Sólo nos habían prealertado y aún no había ninguna confirmación definitiva; no quería preocuparla. Luego fue todo muy rápido, así que no tenía sentido guardarme la información. Basta con mirar la televisión para ver cómo se precipitaron los hechos. Enseguida nos dieron luz verde, y en menos de 48 horas estábamos volando hacia allá.

Nos reunieron a todo el personal seleccionado para explicarnos en qué consistiría la operación. En ese momento mencioné que estaba en posesión del título para ejercer como médico de vuelo. Lo había obtenido muy recientemente, y aún no constaba oficialmente en mi expediente. Tras ese momento me dijeron que para la misión me encuadrarían en la Unidad Médica de Aeroevacuación (UMAER), con compañeros a los que no conocía y a bordo de un A400 medicalizado.

El avión A400M despega desde la base aérea de Torrejón de Ardoz hacia Dubái para evacuar a los españoles y colaboradores en Afganistán

¿Qué es un A400 medicalizado? Es un avión militar cuyo interior se ha configurado de tal modo que se puede atender a pacientes críticos en él, como si se tratara de una UVI móvil aérea. Para la misión se maximizó el espacio de carga, de forma que pudiésemos llevar al mayor número de gente posible. Quedaron sólo los asientos que van a lo largo del fuselaje y dos camillas para llevar a pacientes graves o en situación extrema, con todo el aparataje de electromedicina que eso significa: monitores, oxígeno, medicación…

Cuando por fin le dije a Julia (mi prometida) que ya era seguro que me iba a ir lo entendió perfectamente. Las noticias que llegaban desde allí eran preocupantes, pero ella sabe a qué me dedico y que tenemos que ir a este tipo de lugares. Lo mismo puedo decir de mis padres y mis hermanas. Dediqué prácticamente todo el tiempo desde que me avisaron para prepararme y salir enseguida.

Partimos desde Torrejón de Ardoz, donde se encuentra la UMAER y se medicalizó el A400. Confieso que era la primera vez que iba a ejercer como médico de vuelo. El título me lo había sacado en plena pandemia. Normalmente se realizan vuelos de toma de contacto durante el curso, pero en mi edición esto tuvo que suspenderse por la situación sanitaria, de forma que sólo dimos la teoría y las prácticas indispensables.

El bautismo

El bautismo no podría ser más intenso. Yo ya había desplegado en el Líbano anteriormente, con el Ejército de Tierra; mi destino anterior había sido el Regimiento de Caballería Farnesio 12. Tras obtener el curso de médico de vuelo me pasé al Ejército del Aire, un par de meses antes de lo de Kabul, así que era un recién llegado al mundo aeronáutico. De repente me vi volando mi primera misión como médico de vuelo, con una unidad y compañeros a la que no conocía y rumbo a Afganistán, que en ese momento estaba en una situación, cuanto menos, complicada. El recibimiento de mis compañeros fue excelente y por suerte todas las evacuaciones salieron bien.

Era fácil ir pensando en todas esas cosas cuando volábamos rumbo a Dubai. En el A400 no se puede hablar mucho por el ruido, y además estábamos sentados en los asientos plegables de las paredes del avión, así que la disposición se prestaba aún menos para la conversación. En ese momento sentía… emoción. Pero que no se malinterprete. Cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre, yo estaba todavía en cuarto o quinto de primaria. Creo que todos éramos conscientes de la gran responsabilidad de participar en una misión tan importante, el final de una etapa muy definitoria para una generación de militares españoles.

Tras aterrizar en Dubai no tardamos en partir rumbo a Kabul. Tras las primeras evacuaciones nos contaron cuáles eran los principales pacientes que nos podíamos encontrar. Parecía claro que las camillas las usarían las mujeres embarazadas, había muchas que estaban a término, pero en un escenario como Kabul sabíamos que íbamos a tratar otras muchas patologías, y que siempre existía el riesgo de un atentado con heridos de gravedad.

Llegó el momento. Nos embarcamos en el A400 y despegamos desde Dubai. Fueron unas tres horas de vuelo más o menos tranquilo hasta que nos comunicaron que comenzaba la maniobra de aterrizaje. No soy piloto ni experto en aviación, pero sí recuerdo que el avión tuvo una sacudida brusca. Me imagino que tendrá que ver tanto con la ubicación del aeropuerto de Kabul, entre montañas, como con consideraciones tácticas y de seguridad.

Llegada a Kabul

Al llegar se abrió la puerta trasera del avión, que forma una rampa. La llevábamos abierta a medias mientras recorríamos la pista, así que se podía ver lo que había fuera. La imagen no podía ser más impactante: un montón de aviones, uno detrás de otro, y entre medias de cada uno filas de 100, 150 o 200 afganos. Aquello parecía no terminar nunca. El aeropuerto es bastante grande y… aquello no acababa. La magnitud de lo que nos encontramos fue bestial.

Por fin llegamos a nuestro 'slot' [el espacio asignado a España para dejar el avión]. El tiempo en tierra en el aeropuerto tenía que ser lo más corto posible, primero porque había muchos otros países que tenían que usar el mismo lugar para sacar a sus afganos, y segundo por una cuestión de seguridad. Los horarios estaban muy marcados.

Afganos se agolpan a lo largo del muro del aeropuerto internacional Hamid Karzai, en Kabul.EFE

El personal del EADA [Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo, con presencia constante en el aeropuerto de Kabul durante todos los días que se prolongó la evacuación] hizo un trabajo inmenso y valiosísimo. Ellos eran los que organizaban a la gente que iba a embarcar, daban seguridad, tomaban datos, etcétera. Nada más tomar tierra nos informaban del número y estado de salud de los afganos que teníamos que llevarnos, y si había alguno al que había que prestar más atención por estar más delicado.

Como he dicho antes, había muchas mujeres embarazadas, pero nos encontramos con otras muchas situaciones. Los niños y especialmente los bebés llegaban con la piel abrasada por el sol; el calor en Afganistán es asfixiante en agosto y habían pasado varios días expuestos a la intemperie. La piel de un niño recién nacido es muy sensible y ellos padecieron quemaduras, algunas de ellas graves.

También mucha deshidratación o problemas de desnutrición. No todos los que llegaban al aeropuerto eran de Kabul, también había de regiones lejanas, como Qala i Naw o Badghis, y durante días recorrieron el país casi sin nada que llevarse a la boca, ni qué decir de todos los días que estuvieron al lado del aeropuerto.

Hubo casos especialmente complejos. Siempre recordaré el de una anciana que tenía pákinson y llevaba días sin tomar la medicación, porque ya no les quedaba o no la habían podido llevar con ellos. No se podía mover, estaba hecha un ovillo, completamente atemorizada y desorientada. La familia la llevaba como podía. A veces me acuerdo de ella, de qué vida llevará en España. Toda una vida en Afganistán… para dejarlo todo y en semejante estado. ¿Qué adaptación habrá tenido?

"Perdimos la noción del tiempo"

Hicimos varios vuelos entre Kabul y Dubai hasta que ya perdimos la noción del tiempo. Nuestra vida giraba en torno a cada evacuación y eso era lo único que importaba. Volábamos de madrugada y teníamos que estar varias horas antes en la base desde la que partíamos. Aterrizábamos en Kabul. Sacábamos a la gente. Atendíamos sus urgencias médicas y volvíamos a Dubai. Entre desplazamientos y demás apenas nos quedaban seis o siete horas al día para descansar. Entre comer y darse una ducha no había mucho tiempo para dormir. Y vuelta a empezar.

Así un día, otro y otro más. Se acercaba la fecha límite, fijada en el día 31, que es cuando todos [los países aliados] debíamos dejar de forma definitiva Kabul. En una de esas evacuaciones, cuando yo me encontraba en pista ayudando a embarcar a los afganos, un compañero me hizo un gesto desde la rampa para que volviera al avión, que despegábamos. Ya en el aire, me informó de que había habido un atentado [la filial del Estado Islámico explotó una bomba que causó una masacre, con decenas de muertos, incluidos militares estadounidenses].

Estábamos tan metidos en la misión que ni nos habíamos enterado de la explosión. La bomba produce un ruido enorme, sí, pero nosotros estábamos justo bajo el avión con todos los motores en marcha y la protección auditiva puesta, listos para despegar en cualquier momento. Me quedé mudo cuando me informaron. Estaba seguro de que todos los nuestros estaban bien, porque los veía cerca de mí, pero deja una sensación… terrible, muy amarga. La mayoría de víctimas del atentado eran exactamente iguales que los niños que estaban sentados junto a mí en el avión. Es alucinante pensar que alguien pueda estar dispuesto a hacer una cosa así, a asesinar sin contemplaciones.

Volvimos a Dubai y aquel fue el último vuelo que hicimos. Desde allí no quedaba más que regresar a Torrejón de Ardoz, muy satisfechos de haber hecho todo lo que estaba en nuestras manos, aunque con la sensación agridulce de un final tan terrible. Desde luego, mi bautismo de médico en vuelo no pudo ser más intenso. La experiencia me inspiró a pedir vacante en la UMAER, la unidad con la que participé en la evacuación de Kabul y en la que estoy destinado actualmente. Tengo la suerte y el honor de que algunos de mis compañeros actuales sean los mismos con los que viví todo aquello.

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