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Cultura

Juan Gabriel Vásquez: "Las sociedades conflictivas producen literatura"

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez durante la entrevista a Efe con motivo de la publicación de su última novela "La forma de las ruinas".

En la historia de un país, la vida es lo que ocurre entre un muerto y otro. Es aquello que sucede en bucle. Es también el tiempo que se imprime por igual en la biografía de quienes viven una tragedia pero también en la de quienes la heredan. Esa es la idea de La forma de las ruinas, la nueva novela del escritor Juan Gabriel Vásquez, quien en esta ocasión da un paso adelante y se adentra en la historia de su país, Colombia, cada vez más central en su discurso literario.

En La forma de las ruinas recrea dos asesinatos que marcaron la historia colombiana del siglo XX: el de Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Uribe Uribe

Si en El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara de novela, English Pen Award, IMPAC y Gregor Von Rezzori) Vásquez reflejaba la violencia del narcotráfico y en Las reputaciones (Alfaguara) contaba el peso del miedo en la Bogotá de los años treinta, en La forma de las ruinas recrea dos asesinatos que marcaron la historia colombiana del siglo XX: el del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, y el del senador liberal Rafael Uribe en octubre de 1914.

Ambas muertes tocan la vida de Juan Gabriel Vásquez de forma distinta. El asesinato de Uribe Uribe se lo contó su padre, en repetidas ocasiones, y hasta lo llevó a visitar el lugar donde ocurrió. El de Gaitán, aunque ocurrió 25 años de su nacimiento, también era una especie de pertenencia familiar. Su tío abuelo, José María Villareal, era el gobernador de Boyacá aquel 9 de abril de 1948. Y aunque de ambas historias escuchó hablar, y bastante, a Vásquez le quedó la sensación de que faltaban piezas. Una verdad mucho más compleja parecía permanecer oculta. ¿Colombia habría sido distinta si no hubiesen asesinado a Gaitán? ¿Fue acaso un punto de no retorno?

Lo que precipitó la novela fue, a su manera, obra del azar. A manos de Vásquez llegaron un trozo de vértebra de Gaitán y parte del cráneo de Uribe Uribe

Lo que precipitó la novela fue, a su manera, obra del azar. Acaso sin buscarlos, o buscándolos, a manos de Vásquez llegaron el trozo de una vértebra de Gaitán y una parte del cráneo de Uribe Uribe. Y todo ocurrió justo cuando Juan Gabriel Vásquez esparaba el nacimiento de sus gemelas. Entre el alumbramiento que está por ocurrir y la muerte que regresa, sopla un aire… de familia. La violencia como un lazo sanguíneo: el parentesco de los que habitan un país. El miedo que Juan Gabriel Vásquez había dejado atrás cuando se marchó de Colombia, en 1996, volvió con el nacimiento de sus niñas. ¿Vivirían ellas en un país como en el que él creció?

"El gran tema de la novela es la manera en que heredamos los hechos violentos del pasado aunque hayan sucedido mucho antes", indica Juan Gabriel Vásquez, que en 2012 regresó a Colombia tras haber vivido dieciséis años fuera de su país. La naturaleza de la novela propicia que ésta sea protagonziada por el propio Vásquez, quien decidió apropiarse de la autoficción para ser fiel a su encuentro con aquellos huesos que hicieron lo que las reliquias: retumbar. "Las sociedades conflictivas producen literatura", asegura el escritor, rodeado por los frescos de un salón de Casa de América, en Madrid.

En el avance de la historia, el escritor se valdrá de la figura de Carlos Carballo, un hombre obsesionado con el pasado, que es arrestado por intentar robar de un museo el traje de paño de Jorge Eliécer Gaitán. Otra vez la idea de la reliquia, el fetiche, esos atajos que encuentra el pasado para abrirse paso en la vida de quienes sobreviven, de quienes recuerdan. De eso habla Juan Gabriel Vásquez en este entrevista y, por supuesto, en las páginas de ésta, su quinta novela. La más importante que ha escrito hasta ahora, en palabras de sus editores.

"Esta novela me permitió reflexionar sobre cómo mis hijas heredarían el pasado violento de Colombia"

-Usted ha sido muy celoso de incluírse como narrador en sus libros, pocas veces lo ha hecho. Sorprende la clave de autoficción de esta novela. ¿Por qué tomó esa decisión? ¿Para conservar la textura del testigo?
-Lo hice para conservar la potencia de los hechos que fueron la semilla de la novela. La forma de las ruinas nació en el momento en que, por diversos azares, llegaron a mis manos la vértebra de Gaitán y la parte superior del cráneo de Uribe Uribe. El hecho de que esto fuese real, de que me hubiese ocurrido realmente, me hizo pensar que cualquier esttrategia novelesca que pasara por la creación de un narrador ficticio o la asunción de una máscara hubiera malversado la potencia del material. Además, me permitía explorar momentos de mi propia vida que coinciden con el tiempo en el que tuve esos huesos en mis manos. Eso entró en la novela y dio paso a una reflexión distinta sobre la manera en que, como ciudadanos, heredamos el pasado violento del país al que pertenecemos. E incluso me permitió reflexionar sobre cómo mis hijas heredarían el pasado violento de Colombia. Todo aquello me hacía posible ver cómo esos hechos moldean nuestras vidas.

-Las herencias no se rechazan. Pero parece que usted estaba resistiéndose al tema Colombia y que ha ido permeando. Desde El ruido que hacen las cosas al caer ha afrontado la historia colombiana más directamente.
-Es cierto que ha ido de a poco, pero no creo que estuviese resistiéndome, porque en Los informantes ya yo reflexionaba al respecto. En esa historia hay una mención breve a la violencia de los años 50 y otro tanto a la del narcotráfico, en Historia secreta de Costaguana ya hay guerras civiles, pero es una novela de tono sarcástico donde la violencia entra transfigurada. En El ruido de las cosas al caer sí es ya manifiesta. Sin embargo, estoy de acuerdo en que La forma de las ruinas es una suma de todos mis libros.

"La forma de las ruinas es una suma de todos mis libros", explica el novelista colombiano.

-Incluyendo la ocultación como punto de partida. Usar la ficción como herramienta para aclarar la realidad.
- Lo que sucede es que eso también es importante para mí: lo que dice sobre nosotros el lado secreto de esa violencia. Cómo los grandes asesinatos que han marcado nuestra historia, y la de muchos otros países, permanecen en penumbra. Igual que ningún estadounidense sabe lo que ocurrió con el asesinato de Kennedy o un español que no llega a conocer lo que ocurrió el 23F. Hay grandes momentos violentos de los que no nos han dicho la verdad. Esa es mi obsesión. Cuando hay una historia que está falseada, surge el impulso de contar y generar una versión alternativa, que es la teoría de la conspiración.

-Usted ha dicho que pertenece a aquel lugar en el que están enterrados sus muertos. ¿Se ha dado cuenta de que esa idea se manifiesta en el hecho de que casi todas sus novelas plantean búsquedas, averiguaciones y dilemas morales?
-La idea de la novela como herramienta de conocimiento moral siempre me ha apasionado. Así son las novelas que leo y que me gustaría escribir: aquellas que exploran las preguntas más complejas que uno puede hacerse. No me interesan las respuestas, me interesan aquellas preguntas que complican la situación moral del personaje y que nos guían a los lectores en la complejidad de la moralidad humana, que es el terreno de la novela. Lo que la novela mejor hace es eso: explorar nuestras sombras morales, esos territorios de duda, de incertidumbre, de opciones difíciles. Por eso los personajes que me interesan son reales: héroes de su tiempo pero también contradictorios. Y los ficticios también.

"La forma de las ruinas está cruzada toda por la relación padre-hijos, padre-hijas, hijos que investigan sobre el padre"

-Carlos Carballo, por cierto, es francamente insoportable. Irrita al lector.
-Lo es, pero a medida que el lector avanza entiende porqué y hasta podría llegar a sentir simpatía y a entenderlo.

-Todo el engranaje entre los personajes se mueve por afectos. La relación de Carballo y el médico que conserva la vértebra de Gaitán proviene de la competencia por el amor del padre; el narrador, se mueve jalonado por sus hijas...
-Para mí es esencial que el lector sepa que este libro no es una reconstrucción histórica ni una novela sociológica. Creo en lo que decía Kundera: la novela está hecha para contar sólo aquellas cosas que la novela puede contar y, en este caso, el territorio moral de esta novela es el de los padres y los hijos. La forma de las ruinas está cruzada toda por la relación padre-hijos, padre-hijas, hijos que investigan sobre el padre.

-Es única, pero no la única obsesión detrás de esta historia.
-Creo que hay dos: una, descrubrir la verdad, descubrir un secreto (sea histórico, social o familiar) y el segundo, es la relación entre padres e hijos. Y esa es una obsesión que está en el centro de la novela.

-Ahora que habla de descubrir una verdad: la figura del narrador-investigador viene en su obra desde Los informantes.
-Sí, es una estrategia a la que le tengo mucho cariño. Historia secreta de Costaguana también tiene algo de eso, aunque queda menos claro. Pero en el resto de las novelas, la historia gira alrededor de una investigación privada, una zona oscura que el narrador intuye y que los lectores le acompañamos a descubrir. Eso marca las novelas que me gustan. El corazón de las tinieblas, El gran Gatsby son historias acerca de la búsqueda de una verdad. Todo apunta a una investigación del personaje y es en buena medida porque el narrador, al descubrir el secreto de otro, descubre algo importante sobre sí mismo. El narrador de La forma de las ruinas intuye que averiguando la verdad sobre Carlos Carballo y lo que pasó en 1914 con Rafael Uribe Uribe va a llegar a buenos términos con su propio legado de violencia y su vida nueva como padre.

"A raíz de mi paternidad he comezado a pensar sobre temas que tienen que ver con la violencia como un legado en Colombia"

-En Las reputaciones, Villarino, el carcicaturista que protagoniza la novela, dice que la memoria es tan limitada que sólo puede ir hacia atrás...
-Esa frase que, en efecto dice Villarino, es una frase que él ha leído en Alicia en el país de las maravillas y que está intentando recordar.

-Pero a usted le pasa lo mismo, usted nunca pensó que las bombas que estallaban en su juventud en sus años de universidad se convertirían en materia literaria. Y sin embargo ahí están, aunque usted hiciera todo lo posible por resistirse.
-La utilización en esta novela de ciertas vivencias partió de una especie de intuición técnica, como ya he explicado, aunque debo decir también que se convirtió en un exorcismo de los demonios que me han acompañado durante años. A raíz de mi paternidad he comenzado a pensar sobre temas que tienen que ver con la violencia como un legado en Colombia pero luego esa opción de ponerme a mí mismo como narrador me permitió reflexionar sobre el contacto que mi propia familia y yo mismo tuve con el asesinato de Gaitán. El hecho de que un tío mío, que aperece en las memorias de García Márquez, tuviera un papel secundario en ese episodio, hizo que creciera con una enorme cantidad de leyendas e historias. Y la novela es también una reflexión sobre esos relatos, sobre la gente que se obsesiona por el pasado.

-Bueno, en parte el fetiche de la vértebra alude a eso.
-Sí, como una reliquia. Si la novela tiene algo de investigación criminal y de las teorías de la conspiración que moldean nuestra percepción de la realidad, también es una meditación sobre las mil maneras que tiene el pasado de quedarse con nosotros. Solemos pensar que el pasado permanece fijo, que está muerto, y me he dado cuenta de que el pasado se las arregla para venir a molestarnos, a moldearnos, a meterse en nuestras vidas cotidianas ya sea mediante objetos que vuelven, vínculos familiares, los relatos o las memorias perdidas de gente a la que conocemos. Y eso me obsesiona cada vez más. Muy pocos colombianos más o menos informados negarían que el crimen de Gaitán moldea la situación actual de Colombia.

-¿Qué tan porosa es para usted la relación entre escritor y ciudadano?
-Tengo la intuición un poco inexplicable e imposible de probar de que sólo pude escribir esta novela luego de dejar mi columna en El Espectador. Intuía que era aquello que necesitaba para escribir esta historia y eso es en parte porque el ciudadano que opina en la prensa estaba contaminando la visión del novelista y eso en una novela en la que el narrador era yo, estaba dando muchos problemas.

"El novelista escribe porque tiene dudas, el columnista escribe porque tiene certezas y defiende esas certezas"

-Para usted la columna siempre fue una especie de sobreexposición.
-Sí. Las posiciones públicas de un escritor corren el riesgo de sustituir a su trabajo novelístico, que decía Kundera. A diferencia de un narrador completamente distinto al que escribe, cuando asumes tu propia voz y tu propio nombre la interferencia con la escritura de columnas es demasiado fuerte. La ética del escritor de columnas y la del escritor de novelas son diametralmente distintas. El novelista escribe porque tiene dudas, el columnista escribe porque tiene certezas y defiende esas certezas.

-De unos 20 años hasta hoy, la narrativa colombiana ha avanzado en la construcción literaria del relato de su propia violencia. A la ciudadanía le toma tiempo comprender aquello que vive, ¿está Colombia en su punto óptimo para contar sus mayores conflictos?
-Soy consciente del fenómeno. Siempre he creído que la novela es ese intrumento de exploración de conflictos insuperados, al que no acceden otras formas que tenemos de contar el mundo. Las sociedades conflictivas producen literatura e historias de ficción, que es la mejor manera de entender lo que pasa en ellas. Muchas de las mejores novelas sobre los años del narcotráfico se empezaron a escribir 20 años después. Nos tomó dos décadas comenzar a entender, porque la novela trabaja así. Y con muchas otras cosas siguen pasando, como la guerra de los mil días de Rafael Baena. Hay zonas que siguen siendo penumbrosas y la herramienta para abrir esos baúles de los secretos es una novela.

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