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Cinco enemigos de tus ojos (y tu salud ocular) durante el verano: cómo poner remedio

Seguramente te haga mucha ilusión estrenar vacaciones, disfrutar del buen tiempo y de todos los planes que eso apareja, pero a tus ojos no les va a hacer la misma ilusión. Afortunadamente, se puede poner remedio

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Nuestros ojos rara vez descansan y prácticamente nunca desconectan. Sí, es cierto que por la noche bajan la guardia pero durante el día, salvo que vayas con ellos cerrados, estarán sujetos al estrés cotidiano y a pequeños ataques prácticamente en cualquier parte.

Además no importa que hablemos de espacios abiertos o de espacios cerrados, e incluso no importa que nos refiramos a grandes ciudades o pequeños pueblos porque los enemigos, muchos de ellos invisibles, que acechan a nuestros ojos se multiplican durante el estío.

Piensa por un momento en tus planes favoritos cuando junio, julio o agosto entran en acción. Después piensa en cuántos de esos planes de forma directa o indirecta tus ojos lo están pasando mal. Por desgracia, este padecimiento no entiende de edades, aunque es cierto que suele afectar con más virulencia a las personas mayores o a aquellas personas que, por ejemplo, usan lentes de contacto, pero nadie permanece ajeno a estas inclemencias, la mayoría de ellas climáticas, que ponen a prueba nuestra salud ocular.

Los cinco grandes enemigos de tus ojos en verano

Hacemos deporte al aire libre y nuestros ojos se exponen; nos vamos a la playa o a la piscina y pasa tres cuartos de lo mismo; seguimos en la oficina y nos enfrentamos a pantallas y aires acondicionados y, cuando salimos de ella, son los restaurantes, los hogares y el resto de planes de ocio los que se dedican a resecar nuestros ojos. Tanto es así que incluso la propia sequedad ambiental puede pasarnos facturas y es que parece que queda claro que la relación entre verano y salud ocular está condenada a acabar mal.

El sol

Mucho hemos hablado de fotoprotección cuando hablamos del estío, pero no debemos prestar solo atención a los rayos de sol que inciden en nuestra piel, sino también en cómo estos afectan a nuestros ojos. Este aumento de la exposición a la radiación ultravioleta (UV) no se limita a posibles quemaduras cutáneas.

En ese sentido podemos sufrir queratitis superficiales e incluso agravar lesiones conjuntivales o cataratas, incluso quemaduras retinales. No olvidemos que nuestros ojos también son susceptibles de enfrentarse a cánceres, como sería el melanoma coroideo, un tumor ocular primario relativamente frecuente y que está muy relacionado con la exposición solar.

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La incidencia directa del sol en los ojos puede producir quemaduras en la retina, conjuntivitis y propiciar otras patologías a largo plazo. ©Pexels.

¿Qué hacer para combatirlo? Gafas de sol de calidad que protejan al 100% de los rayos UV y, si la luz es especialmente intensa, apostar por lentes polarizadas para evitar reflejo. En un orden parecido también se debe mencionar que no debemos dejar pasar los malestares oculares porque cierto enrojecimiento, escozor o una incipiente fotofobia pueden ser señales de una queratitis actínica, a la que habrá que poner remedio y diagnóstico médico.

El aire acondicionado

El temido síndrome del ojo seco también está a la orden del día cuando el buen tiempo y el calor llegan y, evidentemente, algunos compañeros habituales de trabajo estarán ayudando a que el síndrome florezca. Hablamos, evidentemente, de la sequedad ambiental que provocan los espacios cerrados con aires acondicionados.

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El aire acondicionado no solo es un riesgo por aumentar la sequedad, sino también por la suciedad que pudiera acumular. ©Pexels.

Podemos hablar así de oficinas, pero también de restaurantes o locales de ocio e incluso directamente con nuestro coche, donde corremos un riesgo mayor de sequedad si dirigimos a la cara los reguladores del aire acondicionado, aumentado este riesgo si además estos están sucios. Para más inri, esta incorrecta higiene de los aires acondicionados puede generar patógenos que contribuyan a acrecentar estos malestares.

La mejor forma de controlarlo es estar lejos de climatizador, no ponerlo a temperaturas demasiado bajas (entre 23 y 25 grados es suficiente) y recurrir a humidificadores para paliar parte de ese déficit de humedad. Más allá del ambiente, la solución también puede pasar por utilizar gotas humectantes, sobre todo aquellas personas que con más de 50 años, los fumadores, las mujeres o los que utilicen lentes de contacto, porque todos estos colectivos son más susceptibles de sufrir el ojo seco.

En todos los casos, algunas pautas recomendadas para combatir esta patología y plantar cara al aire acondicionado sería parpadear varias veces durante unos 20 segundos, permitiendo que la lágrima natural que nuestros ojos generan los humedezca y, evidentemente, hacer descansos de la vista cuando estemos delante de la pantalla del ordenador.

La playa

Todo lo que un día de playa tiene de divertido puede tenerlo también de peligroso para nuestros ojos. Enumeremos enemigos: sol, arena, agua salada y sequedad. El sol ya hemos visto qué provoca; la arena es un poderoso reflectante (y también puede colarse en nuestros lagrimales); el agua salada, aparte de su salinidad, también puede estar cargada de bacterias y gérmenes; por último, la sequedad ya sabemos qué estragos causa.

Entonces, ¿cómo ir de forma segura a la playa en lo que a salud oftálmica se refiere? Pues siempre con gafas de sol, siempre evitando las horas centrales del día, ir también provistos de gotas humectantes -más aún si tenemos menores a nuestro cargo- y, sobre todo, utilizar gafas de buceo cuando vayamos al agua -incluso sin bucear- para evitar que el agua salada nos reseque en exceso los ojos, más aún si también tenemos a los niños allí. Evidentemente, combatir esos ojos rojos nunca pasará por frotarlos, que lo único que hará será complicar más la infección.

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Además de por la sal, la playa también puede ser perjudicial para nuestra salud oftálmica por la arena. ©Pexels.

Sin embargo, no es solo la sal lo que nos preocupa, aún hablando de una solución salina hipertónica, con suficiente capacidad de irritar ojos sanos. Más pernicioso sería si cabe para aquellas personas que padezcan ciertas patologías oculares o tengan tendencia a sufrirlas como la queratitis, la conjuntivitis o el propio ojo seco. En ese sentido, aquellas personas que utilicen lentes de contacto no deberían bañarse con ellas porque los gérmenes naturalmente presentes en el agua pueden encontrar aquí un camino para dañar los ojos, ya que es más fácil que se depositen en ellas.

La piscina

La mayoría de malestares que se asocian a la playa también pueden ser extrapolables a la piscina con la excepción, y dependerá de la piscina, de la arena. En este caso topamos con otro tipo de aguas, pero también tratadas, generalmente con cloro. Aunque es cierto que en los últimos 20 años hay una concienciación sobre limpieza de piscinas más sostenible, recurriendo a productos menos agresivos con ojos, piel o cabello, seguimos hablando de productos con propiedades antisépticas, desinfectantes y decolorantes bastante potentes pero necesarias.

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En la medida de lo posible es positivo usar gafas de natación, además de utilizar gafas de sol para evitar un exceso de reflejos. ©Pexels.

A ello hay que sumarle que la piscina incluye la cantidad de agentes químicos y naturales que introducimos sin darnos cuenta en el propio agua. Hablamos de sudor, de salivas, de pieles, de orina y de todos los cosméticos que nos acompañan en estas jornadas, como las lacas, los desodorantes o las cremas solares. A ello hay que sumarle que los patógenos, como gérmenes o bacterias, proliferan con más facilidad en ambientes húmedos y calientes.

La cuestión es: Si nos duchamos tras salir de la piscina, ¿por qué no hacemos lo mismo con nuestros ojos? En este caso, la recomendación pasaría por utilizar gotas humectantes y, a modo de prevención, utilizar siempre gafas de natación para evitar salpicaduras o el contacto directo con el agua cuando nos sumergimos. De esta forma minimizaremos los riesgos de sufrir las conjuntivitis infecciosas o incluso las queratoconjuntivis. También y como en el caso de la playa, minimizar la exposición en las horas centrales del día para evitar el reflejo solar.

El propio calor

¿Qué pasa si vertemos unas gotas de agua sobre una superficie caliente? Exacto, se evapora, y será lo mismo -aunque en menor medida- que le ocurre a nuestros ojos en verano con situaciones de extrema sequedad, evaporando con mayor velocidad la lágrima natural que generamos y cuya misión es proteger nuestras preciadas pupilas, manteniéndolas hidratadas.

Surgen así malestares como los ojos rojos, pero también pueden acabar desarrollando conjuntivitis o queratitis, A ello hay que añadirle las circunstancias ambientales que el calor agrava, como una mayor presencia de contaminación ambiental (circula menos aire y por tanto, la contaminación es más persistente), que también tendrá perjuicios para mantener nuestros ojitos a salvo.

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La humedad y el calor son un buen caldo de cultivo para gérmenes y otros patógenos en, entre otras cosas, las toallas compartidas. ©Pexels.

E incluso nos pasa con un exceso de sudoración porque no olvidemos que el sudor está compuesto de agua, pero también de sales, ácidos y lípidos. En este caso, al estar más deshidratados, la concentración de sales del sudor será mayor y su paso por los ojos puede ser más irritante -y por eso precisamente tenemos cejas, para proteger así nuestros ojos de las glándulas ecrinas, responsables de la sudoración, y hacer que éste resbale.

En cualquiera de los casos, la solución vuelve a pasar por mantener una buena hidratación ocular, protegerse con gafas de sol cuando la luz sea demasiado intensa, procurar no mirar al sol de frente y no frotarse los ojos. En este caso, refrescarlos con un poco de agua puede venirnos bien pero, ¡ojo! cuidado con las toallas que utilizamos porque serán un caldo de cultivo ideal para gérmenes y patógenos en esa mezcla de calor, humedad y piel humana, por lo que lo recomendable es que cada persona tenga su propia toalla en casa y que éstas se laven con frecuencia.

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