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Bienestar

El cine de terror y los dos motivos por los que tu figura y tu cerebro lo agradecen

Seguramente no pensarías que Freddy Krueger, Jason X o 'Expediente Warren' pudieran tener alguna ventaja positiva para tu bienestar. Sin embargo, con mesura, ver películas de miedo le viene bien a tu organismo. Si no te tapas los ojos, claro

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Llámalo cine de terror o cine de miedo, o el que cada vez más frecuente cine de sustos. La realidad es que hablamos de un género rentable, popular y que, más allá de hacernos tirar las palomitas por la mesa o de provocarnos alguna que otra pesadilla, puede tener incluso consecuencias positivas para nuestra salud.

Lógicamente no abrimos la veda a que pongamos a nuestro hijo de cinco años a ver Viernes 13, Expediente Warren, El exorcista o mucho menos a tentarle con Chucky, el protagonista de El muñeco diabólico, y luego pretendamos que concilien el sueño a la perfección, distinguiendo ficción de realidad.

Más allá de eso, a partir de la adolescencia y la edad adulta, son muchas las personas que apuestan por ver este tipo de películas y hay ciertas razones por las que, a pesar del aparente rechazo que podría provocarnos el terror, nuestro cerebro puede llegar a demandarlas.

Por un lado, podemos encontrar una forma de afrontar ciertas experiencias traumáticas o negativas de manera controlada, sabiendo cómo podríamos enfrentarnos a ellas si se repitiesen. Es lo que se conoce como terapias de exposición, que se centran en el modo de reaccionar ante esa situación que nos da miedo, ya sea una fobia o un pensamiento, y donde tenerla bajo control puede contribuir a limitar la ansiedad, según explican desde Mayo Clinic.

El alivio del cine de terror

2020 expuso a miles de personas a un temor no conocido, casi irracional, como es el de una pandemia. Curiosamente, un estudio publicado a mediados del pasado año por la Universidad de Chicago (Estados Unidos) demostró que las personas que se declaraban admiradores del cine de terror presentaron menor angustia psicológica y una mayor resiliencia durante los peores momentos de la pandemia de Covid-19.

Especialmente aquellos que veían de forma reiterada cine del género prepper (películas apocalípticas, de zombis o de invasiones alienígenas) mostraron una mayor resistencia y preparación a la nueva situación, lo cual, según los investigadores al cargo del estudio, demuestra la coherencia de que "la exposición a ficciones aterradores permite al espectador practicar estrategias de afrontamiento eficaces y beneficiosas en situaciones del mundo real".

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Las situaciones de terror controlado permiten anticipar y entrenar situaciones desagradables que de otro modo no viviríamos. ©Unsplash.

Algo que también explica el profesor Mathias Clasen, director del Recreational Fear Lab, un instituto dependiente de la Universidad de Aarhus (Dinamarca) consagrado a la investigación científica de las actividades de ocio que dan miedo, que explicaba a National Geographic que "puede ser que la gente aprenda sobre sus propias respuestas al miedo y sobre la regulación de sus propias emociones viendo películas de terror".

Se genera así una reacción controlada y asumible que permite al telespectador anticipar y, por decirlo de algún modo, entrenarse en una situación a priori desagradable que le sirva como aprendizaje a futuro. Se convierte así el cine de terror en una forma de salir de la zona de confort que nos curte, pero no solo en ello encontramos la ventaja.

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Superar situaciones traumáticas permite que nuestro cuerpo segregue endorfinas al tranquilizarse, sintiendo un efecto reparador tras pasar por este trance. ©Unsplash.

'Sobrevivir' a la película, enfrentarse a ella y ganar la batalla hace que nuestro cerebro se ponga en marcha segregando todo tipo de sustancias, tres de las cuales son particularmente válidas para justificar cómo reaccionamos al terror y cómo nuestro organismo busca la calma después de la tempestad.

Hablamos así de adrenalina, dopamina y endorfinas, estando las tres en perfecta consonancia. La primera, también llamada hormona de la acción, nos acelera el ritmo cardíaco, dilata nuestras pupilas y aumenta la oxigenación, anticipándonos al peligro. Entra así en acción la dopamina, a la que secretamos en momentos de estrés, pero que en esta circunstancia se encuentra en un ámbito controlado doméstico, donde tenemos el mando -literalmente- de la televisión y con el que podemos modular la intensidad de la exposición.

Gracias a eso, cuando superamos el trance de la película, nuestro organismo vuelve a un estado inicial gracias a la secreción de endorfinas, una hormona que tiene un efecto tranquilizador, que contribuye a hacernos partícipes de esta victoria contra el terror modulado.

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Al ponernos en tensión, aumentando la presión arterial y la respiración, nuestro cuerpo quema más calorías que en reposo, por lo que el cine de terror tiene cierto beneficio adelgazante. ©Unsplash.

Todo ello se compensa además con una virtud intrínseca del miedo: perder peso. Al exigir a nuestro cuerpo que esté en tensión, también aceleramos el metabolismo, disparamos el pulso cardíaco y aumentamos la presión sanguínea, es decir, casi podríamos equiparar el visionado de cine de terror a la práctica deportiva. Este exceso de energía que nuestro cuerpo se ve obligado a quemar calorías para mantenernos en este estado, hace que lógicamente estemos dilapidando calorías, por lo que el cine de terror, además de adictivo, puede ser adelgazante.

Se estima así a través de un estudio de la Universidad de Westminster (Reino Unido), que una película de terror puede hacernos quemar entre 100 y 200 calorías, en función del tipo de película, incluyendo una lista de las más aterradoras -y por tanto más adelgazantes- como El resplandor, Tiburón o El exorcista.

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