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Cultura

Cosas veredes

El 'Ulises' de Joyce frente al de los hermanos Coen (cómo esquivar la impostura cultural)

La obra que cumple cien años solo puede enganchar a un estudioso de la literatura anglosajona. ¿No es mucho mejor el de los hermanos Coen?

En España tenemos un problema con la cultura (que no se salva leyendo de un tirón el Ulises). No les hablaré ahora del cine español, y lo irónico que resulta que salga Jaume Roures a recoger el premio a la mejor producción por El buen patrón, pues ya han corrido ríos de tinta, el chiste se cuenta solo y la endogamia e ideologización de este sector -al menos del grupúsculo que fagocita las ingentes ayudas gubernamentales- ya son crónicas.

No, no estoy pensando en eso ahora. Me pregunto en qué hacemos todos aquellos que quedamos a la derecha del PSOE, que somos muchos y muy variados. Tenemos, por ejemplo, a quienes ignoran la parasitación de la izquierda gauchista -esa que piensa en cualquier colectivo, menos en el del trabajador precario- de campos tan relevantes como la cultura, el pensamiento y la educación. No acabo de comprender sus motivaciones, pues se les pueden ofrecer mil y un ejemplos palmarios de la mencionada fagocitación cultural e ideológica.

Se me escapa especialmente el orgullo con el que exhiben algunos la bandera de la no beligerancia, del pacifismo ilustrado que ondean ante una supuesta barbarie de derechas que existe sólo en sus cabezas. Quizá les infunde un pánico abismal la palabra “batalla” asociada al concepto “cultura”, deben de pensar que quienes nos atrevemos a meditar y hablar sobre esto nos dedicamos a barruntar cuál sería la forma más eficaz de estampar un tomo de la Suma de Teología de Santo Tomás de Aquino en la cabeza de un defensor acérrimo de Derrida.

Dos formas de ver el 'Ulises'

Otro sector cultural de la no izquierda se ha dedicado a abrumarnos últimamente con críticas apasionadas, a favor o en contra, del Ulises de Joyce, con motivo del centenario de su publicación. Un libro que, seamos honestos, sólo podría interesarle a un estudioso de la literatura anglosajona, pues ya me dirán qué le importa al lector medio una obra cuyo autor admitió que había escrito con objeto de alcanzar la inmortalidad literaria, y para la cual necesitó escribir una guía de lectura.

Las élites intelectuales que en teoría dominan la llamada alta cultura desprecian las circunstancias sociales y materiales de las personas que representan a la media y baja

Lo que tenemos aquí es un concepto afrancesado -ilustrado, si les cae mal la otra palabra, o les despista- de lo que es la cultura, pues es justamente en el siglo de las luces cuando se empieza a manejar esta palabra como aquello que se contrapone a lo meramente natural y biológico. La cultura así interpretada es algo que uno se trabaja, al igual que uno ara la tierra, la mima y recoge, en consecuencia, sus delicados frutos. De ahí que el hombre culto sea el hombre refinado, elevado. Esa persona, en su versión actual, le hablará del Ulises sin haberlo leído, y tuiteará protestón cada vez que haya fútbol: ¡ensuciamos su timeline de Twitter con el espectáculo -tan prosaico como brutal- de un montón de hombres corriendo detrás de un balón! Esos mismos que de niños invadieron los patios de colegio y acongojaron a sus pobres compañeras, amedrentándolas con su fuerza física desde tan tierna edad.

Esta gente es la misma que olvida -precisamente porque la cultura le importa un ardite- un concepto más depurado del término, aquel que explica que uno nace en un contexto determinado -social, político y personal- que lo empieza a conformar desde ese mismo momento. El ilustrado del siglo XXI cree en el hombre en abstracto, aquel que se conquista a sí mismo por la mera razón, y consigue obviar toda clase de supercherías despreciables -religión, mitos, costumbres y entretenimientos varios- que, a veces con cierta benevolencia, tienen a bien llamar “baja cultura”.

Esta impostura le impide percatarse de la relevancia que tienen los diferentes niveles culturales que se dan en cada sociedad concreta. Importantes por la cultura en sí misma, para que siga siendo fuente de creatividad, pluralidad y riqueza pero -no lo olvidemos- decisivos también para que se produzca una buena articulación de la convivencia en términos sociales, políticos y económicos.

Preocupan los populismos, pero las élites intelectuales que en teoría dominan la llamada alta cultura no sólo ignoran las circunstancias sociales y materiales de las personas que representan a la media y baja cultura: las desprecian directamente. Pienso en la viñeta de Chumy Chúmez, en la que aparece el clásico hippie-progre mirando con desdén a la gente de a pie, mientras rumia lo siguiente: “A veces pienso que esta gente no se merece que me lea entero El capital”. Este tipo de humor gráfico ridiculiza a la ya mencionada izquierda gauchista pero, señores, lamento decirlo: la no-izquierda no le va a la zaga.

El genio de los Coen

Necesitamos producciones culturales que sean capaces de realizar un doble recorrido, de la baja cultura hasta la alta cultura, y vuelta. Ya que he mencionado la obra de Joyce, podemos contraponerle la reinterpretación de Ulises que recogen los hermanos Coen en su película O’ Brother, where art thou (2000). Ambas son obras anglosajonas que remiten a la Odisea y, sin embargo, ¡qué resultado tan distinto!

Los Coen invitan al espectador rico y bien educado a ponerse en los zapatos de alguien que no ha tenido la suerte de nacer en sus circunstancias

O’Brother es una película con diferentes planos de significación, de forma que lo puede disfrutar un español que apenas tenga conocimientos de mitología clásica o de la sociedad sureña de EE.UU. durante la gran depresión. Y a la inversa: el filme está planteado de modo que quien tenga formación para reconocer todas sus alusiones culturales (paralelismos con la Odisea, el elemento religioso y la incredulidad respecto de éste por parte del protagonista, los guiños a los inicios del country en las nacientes emisoras radiofónicas sureñas, la mención velada a personajes de la época) puede, a su vez, penetrar en las formas de entender la vida de quienes están en las antípodas de sus circunstancias vitales. El título de la película, de hecho, está tomado de una novela que denuncia las míseras condiciones vitales del ciudadano medio del sur de EE.UU. en aquella época.

De esta forma los hermanos Coen invitan al espectador rico y bien educado -aquel que sabe captar todas estas referencias- a ponerse en los zapatos de alguien que no ha tenido la suerte de nacer en sus acomodadas circunstancias. A su vez, al espectador de baja formación cultural le puede picar el gusanillo de la curiosidad, y querer profundizar en multitud de campos que se le han abierto sin menospreciarle: quizá averiguará en qué consistía el Ku Klux Klan, qué fue aquello de la gran depresión, o quién fue el Ulises original y en qué contexto fueron escritas sus peripecias.

Éste es el tipo de producción cultural que estoy echando de menos en España y que, por supuesto, no excluye al resto de expresiones artísticas, incluyendo aquellas obras pictóricas ininteligibles ante las cuáles sólo cabe decir que son una basura o musitar -con voz queda y entrecerrando los ojos- un “sobrecogedor…” con el que epatar a la muchacha a la que has invitado a darse un garbeo por ARCO.

Por suerte, tenemos algunos brotes verdes -disculpen la expresión- respecto a este problema tan real como preocupante. Estoy esperando con ilusión el estreno de Malinche de Nacho Cano, musical que gira en torno a la conquista de México y la relación que establece Hernán Cortés con su traductora, mano derecha y amante, la lugareña Malintzin.

Por atreverse a plantear una producción de este tipo se ha sometido a Cano a linchamiento y escarnio público mucho antes del estreno que, si no me equivoco, se producirá en breves semanas. Si es usted de los políticos que aspira a representar al amplio espectro de la no-izquierda me permito sugerirle que vea O’ Brother y tome nota:

Los protagonistas de la película adquieren fama fulminante como grupo musical tras grabar una canción que causa gran furor de masas, A man of constant sorrow. En determinado momento sus creadores la interpretan de nuevo, esta vez en directo y de forma no planeada dentro de un contexto político. El vetusto y anticuado gobernador, que iba perdiendo popularidad a la carrera frente a los racistas del Ku Klux Klan, se vuelve a meter al electorado en el bolsillo al arrimarse a la sombra del éxito de estos cantantes. Quizá a usted y a su partido, político de la no izquierda, le convenga replantearse cuáles son sus relaciones con la cultura popular. Quizá.

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