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Cultura

¿Sueña José Luis Garci con ovejas eléctricas?

En 'Adam Blake' (Reino de Cordelia), José Luis Garci narra las aventuras de un periodista que viaja a la Luna para contar la muerte de James Bond, departe con Nosferatu en una playa y desayuna vodka cada día

Viñeta de Miguel Navia en el libro 'Adam Blake' de Reino de Cordelia

La nostalgia es el único refugio posible del que ha vivido mucho y ahora vive muy poco. Las personas mayores acuden a ella solícitas, como el que está deseando coger la cama para soñar con otros mundos mejores, llenar su vida de sentido derrotando a un gran ejército o cortejando a la mujer que ni nos mira en la vida real.

Es refugio de mayores, para también salvaguarda de jóvenes que miran al futuro y parece más hostil que una lluviosa calle de Blade Runner. Pero no queda más remedio que admitir que aquellos días no volverán, que la fiesta de graduación ya pasó, que no podemos salir de fiesta un lunes e incorporarnos a nuestros quehaceres al día siguiente sin secuelas, o que aquel niño gracioso y rechoncho al que solíamos llamar “hijo” es hoy un adolescente indómito obsesionado con mandarnos a tomar por...

Resulta paradójico que alguien tan obsesionado con el pasado dirija su mirada al futuro. José Luis Garci nos desvela en 'Adam Blake' (Reino de Cordelia) una distopía no tan alejada de nuestro mundo actual. Llama poderosamente la atención que esta serie de relatos -siempre protagonizados por Adam Blake, “famoso periodista años atrás, relegado ahora a la sección 'Amazing Stories' del American Herald- se publicase originariamente en 1972. Años antes de ET el Extraterrestre (1982), Star Wars (1977) o la propia Blade Runner (1982).

Lejos de la era de los smartphones, Garci ya preveía una sociedad aletargada, impasible a cualquier estímulo. Una sociedad que vive con todas las comodidades, donde incluso han dejado de existir los pobres, pero sumida en un profundo vacío y hastío. La cama reproduce tu canción favorita, la bañera te mece como a un bebé en su cuna, las cocinas de casa preparan el desayuno deseado de manera automática -vodka incluido para el señor Blake- y pese a todo, el periodista prefiere el mundo antiguo. Ese que, aun con sus imperfecciones, todavía tenía bancos en las calles para que la gente se sentase a hablar, descansar o, simplemente, a contemplar cómo otros viven.

James Bond muere en la Luna

En uno de los relatos, Blake viaja a la Luna para escribir un reportaje sobre la muerte de James Bond. “¿Pero a quién puede interesarle un asunto así?”, se pregunta el periodista. La gente ya ha olvidado quién era aquel referente cultural de otra época. El prototipo de macho viril y mujeriego. Un hombre de acción que desentona en el futuro como un mueble estilo Luis XV en la tienda de Ikea.

En otra de sus aventuras, el personaje de Garci viaja a Venecia para escribir sobre la desaparición de la ciudad más inusual de nuestros días. “Venecia era como una muñeca pasada de moda, abandonada en el desván”. Otra referencia nostálgica se produce en el capítulo sobre Nosferatu, cuando el lánguido vampiro se le aparece en la playa de Miami -ni más ni menos- lamentándose como un alma en pena porque es inmortal.

Adam Blake deambula de un lado a otro en medios de transporte intergalácticos siguiendo las órdenes del director del periódico, Big-Check. “Adam, hijo, un periodista nunca puede estar enfermo. Son los otros, los lectores, quienes tienen derecho a ponerse malos, para así poder leer y ver los periódicos arrullados por la cama”, dice en una ocasión el impertérrito jefe de Blake, una perfecta representación de lo que uno puede encontrarse en las redacciones de periódicos.

Viñeta de Miguel Navia para 'Adam Blake', de José Luis Garci

En una ocasión, Big-Check le pide que haga un reportaje sobre “los pobres”. “Si ya no hay pobres...”, protesta Blake. Hay una reflexión que merece ser destacada aquí. Escribe Garci: “Los pobres existieron para justificar el amor”. En la distopía del director de cine, el futuro es un lugar inhóspito porque ya no queda nada por hacer. No hay misiones por cumplir, no hay nada trascendental a lo que perseguir, el hombre se ha convertido en Dios, y las grandes causas son cosa del pasado.

Adam Blake era más feliz antes porque su existencia tenía un sentido, su labor como periodista, un fin. Ahora escribía historias increíbles, con vampiros, momias, naves espaciales... Pero no interesaban a nadie. Igual que ocurre hoy en día, cuando el periodismo se ha convertido en un elemento de entretenimiento -cada vez menos demandado-.

De la misma forma que la vida de uno puede torcerse en cualquier momento, no creo que el  progreso sea inherente al paso de los años. Los avances tecnológicos están desnudando a una sociedad cada vez más aislada, vacía y deshumanizada. Sin embargo, encerrarse en el pasado es un error. Los recuerdos son tan engañosos como el peor de los rasputines, y saben vestir de gloria lo que en realidad fue solo mediocridad.

El propio Adam Blake toma conciencia de ello mientras comparte lecho con Marsha, un viejo amor. “Amémonos ahora; mañana tal vez sigamos amándonos, o no, tal vez esté en Marte viendo qué cocinarán las amas de casa para sus maridos en Carnaval, o tal vez esté ya en el infierno. Ahora es lo que importa, mi amor. Mañana, ya veremos... Te quiero”. Por primera vez en mucho tiempo, Adam se aferraba al presente. Y aunque algún día vuelen las naves más allá de Orion, o sueñe José Luis Garci con ovejas eléctricas, como los androides de Philip K. Dick, los humanos seguiremos ansiando un fin al que dirigirnos, una persona a la que amar y quién sabe si un vodka mañanero.

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