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'Raphaelismo': la serie que evita el escándalo

Vídeos domésticos y relatos en primera persona destapan decenas de detalles desconocidos

El gran problema de los documentales sobre músicos radica en saber equilibrar la balanza entre la vida personal y la profesional, entre ser humano y artista. Muchas de las series y películas que narran el glorioso pasado de cantantes y grupos se centran en los excesos, en el sexo y las drogas y dejan el rock ‘n’ roll a un lado. Sabemos todo de las juergas, líos amorosos y centros de desintoxicación pero se suelen pasar por alto las horas de ensayos y de creación de, algunos casos, obras maestras imperecederas. Sí, los líos venden, pero nunca hay que olvidar que yonquis, borrachos o infieles hay muchos pero genios muy pocos.

En el caso de Raphaelismo, la docuserie de cuatro episodios creada por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega que ya está disponible en Movistar+, no hay lugar para el escándalo, nunca mejor dicho en su caso, y sí para el cancionero. Y no lo hay porque no existe. Y ese era el gran riesgo para los autores de Anatomía de un dandy (2020), documental sobre Francisco Umbral, o Un país en Labordeta (2019) : ¿puede interesar una vida sin picos, apacible, en la que los éxitos se suceden casi sin interrupción siempre desde la amabilidad, la complaciencia y el beneplácito del poder y la sociedad? Y es que estamos hablando de un niño prodigio que empezó su carrera cantando en una iglesia, la de San Antonio de Cuatro Caminos en Madrid, y que viajó por primera vez a Las Vegas, ya como veinteañera estrella europea, acompañado muy a gusto por su señora madre.

Raphael sin escándalo

La culpa de la posible falta de interés es evidente: la diferencia entre Rafael Martos Sánchez, nacido en Linares, Jaén, el 5 de mayo de 1943 en una familia muy humilde, y Raphael, ya con 60 años sobre los escenarios, es casi inexistente. Él mismo reconoce en un momento de la serie que él tampoco ve la línea divisoria entre ambos porque uno y otro reivindican el trabajo, el sacrificio y la familia sobre todas las cosas. No se puede sacar mucha miga de un artista que escogió la -ph- de su nombre porque su primer sello discográfico fue Philips y, también, porque era más internacional. Tampoco si su primera y única novia conocida, Natalia Figueroa, periodista aristócrata que mereció los dardos del mismo Umbral, se convirtió sin sorpresas en su primera y única mujer y madre de sus tres hijos, Jacobo, Alejandra y Manuel. Y menos de un hombre que se jacta de que su vida ordenada y profesional le permitió empezar a brillar desde el principio.

Las canciones de Raphael sirvieron para iluminar la rutina y hacer soñar a millones de fans no solo de nuestro país

Mientras sus competidores en el Festival de Benidorm de 1962 juergueaban por la noche, él callaba para cuidar su voz y dormía en su habitación las horas adecuadas. Ganó, claro. Era el principio de una carrera siempre controlada por sus agentes y él mismo que solo ha padecido tres baches: el agotamiento que sufrió en Las Vegas que le obligó a suspender conciertos, la pérdida de fama, no de ventas, al llegar la Transición y la operación de transplante de hígado provocada por sus excesos con la botella, o más concretamente, las pequeñitas de los minibares de los hoteles. Y todo lo cuenta en primera persona. Que sea el propio protagonista el principal narrador de la serie y que se incluyan los encantadores e inéditos videos domésticos que grabaron su hijo Jacobo y él aporta veracidad pero también ínfimo riesgo.

En la mansión de Nixon

Tampoco son precisamente originales las presencias de Alaska, Bunbury, Calamaro e Iván Regueiro, que no se pierden un documental de músicos nacionales, y cuyos rendidos testimonios contrastan con los de los músicos del cantante o de sus brillantísimos compositores, Manuel Alejandro y José Luis Perales. Las palabras de estos dos últimos, de sincera admiración, y su modestia como parte imprescindible de la historia, y estamos hablando de genios, consiguen que la serie remonte hasta donde sus creadores pretendían.

Estos agradecimientos y la narración de poco desconocidas anécdotas -su casoplón en Miami antes había pertenecido al expresidente Richard Nixon y sus iniciales en la puerta coinciden con las de la pareja española, confundió el ‘sold out’ con ‘desolao’ antes de sus conciertos en Londres, su tímido padre solo le llamó ‘hijo mío’ en un camerino, ya como estrella, etc- bajan a la tierra al mito. En una España donde ‘lo que no era obligatorio estaba prohibido’, como bien narra Iñaki Gabilondo al principio, las canciones del de Linares sirvieron para iluminar la rutina, para hacer soñar a millones de fans no solo de nuestro país. Él es la gran estrella de nuestro país y, en definitiva, este documento narra el por qué. Y quizás eso es lo único importante para muchos.

Raphaelismo ya está disponible en Movistar+

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